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#CrónicasDeMilitares | Una carta sobre vainas venezolanas

Una carta demencial evidencia cómo se tuerce el rumbo republicano de Venezuela en las manos de un político ambicioso y prepotente

 

@eliaspino

En 1879, con el objeto de aplastar la reacción del presidente Linares Alcántara, Antonio Guzmán Blanco escribe numerosa correspondencia desde el extranjero para lograr apoyos que le permitan un retorno triunfal. Ofrece armas y dinero para armar ejércitos, pero también hace insinuaciones sobre lo bien que les irá a los destinatarios si se suben a tiempo en el navío de su reivindicación.

Son misivas a través de las cuales vemos a un político pura sangre buscando la supervivencia con el auxilio de los militares más importantes de la época; un asunto comprensible del todo, pero una de ellas descubre los límites que está dispuesto a derrumbar y los escrúpulos que obviará cuando recupere el gobierno.

Se trata de una carta realmente excepcional que dirige al general Fernando Adames, fechada en 3 de enero. Después de detenerse en algunos de sus fragmentos, tal vez el lector de la actualidad sienta que jamás ha conocido a un remitente tan descarado.

El general Fernando Adames es un caudillo de prestigio. Nieto del general Pedro León Torres, prócer de la Independencia, adquiere fama por su participación en la Guerra Federal cerca de Juan Crisóstomo Falcón. El futuro mariscal aprecia sus cualidades y lo destaca como miembro de su estado mayor, o como confidente en situaciones de urgencia. Después del triunfo de los federales le ofrece la presidencia del estado Barquisimeto, que no acepta, pero está presente cuando el jefe lo requiere. Viaja con frecuencia de su natal Siquisique a Coro, para pasar temporadas en la corte campestre hacia la que todos miran entonces. Es habitual que de allí salga como emisario de paces, debido a que es amigo de los tratos que evitan la sangre. No debe sorprender que Guzmán se explaye ante él en el aprieto que experimenta cuando Linares Alcántara quiere reformar la constitución para evitar su personalismo y su regreso a Venezuela, pero llama la atención cómo trata de impresionarlo, o de comprarlo temprano.

Guzmán necesita el apoyo del general León Colina, un oficial de notable valimiento en el occidente del país, y por eso se atreve con una parrafada de una impudicia digna de memoria. Lean ustedes, a ver si exagero:

Llegó el momento en que usted pague la que me echó en 1874 (…) Siempre he tenido la profunda resolución de echarle a usted otra muy gorda para quedar en paz, pero no se me ha presentado nunca ocasión de echársela sino a medias. No sé hacer las cosas sino bien hechas, sobre todo en materia de vainas. Pero se ha presentado la ocasión de que saldemos cuentas de otra manera, por lo que en matemáticas se llama compensación (…) Si usted logra que Colina proceda así, no solo quedamos en paz, sino que me constituyo agente de todas las truhanerías productivas que tienes en la cabeza hace tanto tiempo. Eres el segundo truhán. Aun así te ayudo yo, si me devuelves a Colina”.

Es evidente la confianza que existe entre el autor de la carta y quien la recibe. De lo contrario, las ofertas que Guzmán asoma no hubieran circulado, ni siquiera bajo el sigilo de un sobre lacrado. Pero también salta a la vista una proposición de negocios ilícitos, o de trajines oscuros y caprichosos, que descubre hasta dónde puede llegar en su deseo de recobrar el poder. Lo que más importa aquí no es que se pueda saber que existen tratos opacos entonces en las lides de la guerra y la política, sino que lo confirmemos a través de un documento redactado y firmado, con el mayor de los desparpajos, por el personaje más famoso y poderoso de la época. ¿No estamos ante un testimonio capaz de descubrir la existencia de tiempos muy oscuros, de negaciones de republicanismo susceptibles de dejar huella en la sensibilidad de la sociedad que va a dominar con su influencia ese hombre hasta finales del siglo?

Pero la carta ofrece otros combustibles para el escándalo, porque nos transporta hasta cúspides patológicas que rara vez pasan frente a nuestros ojos. Después de sugerir las alternativas que han debido llamar la atención de Adames, como seguramente también de los lectores del futuro, manan unos alardes que lindan en la locura. Lean, después de prevenirse ante la desmesura:

Como General en Jefe no tengo rival en América, ni aquí mismo en Europa. Estos mariscales no me dan por la cintura en calidad de jefe de un ejército, y ser militar no es cosa cualquiera”.

Nadie sabe cómo pudo reaccionar el destinatario ante semejante hipérbole, no en balde después llega Guzmán al extremo de criticar a Napoleón porque no sabía reponerse después de las derrotas. Tal vez pensara que era un asunto de vainas propias de la confianza de un par de pícaros, como afirmaba el Ilustre Americano, pero unos alardes finales quizá lo podían llevar a profunda preocupación porque hacía comparaciones atrevidas con los caudillos de la Federación que habían labrado fama por su coraje físico.

Cuando el memorable asalto de Coro he carajeado al bravo Colina porque me pareció que no llegaba a alcanzar lo que podía con su épico coraje (…) en la batalla de Purureche iba al lado del Soldado sin Miedo (Bruzual) y lo vi cubriéndose con el cuello del caballo cuando llegábamos cuerpo a cuerpo rompiendo las filas enemigas (…) En El Corozo fui uno de los cinco que acompañaron al Mariscal Falcón, el más valiente de los hombres, el único émulo de Murat, hasta hacer replegar una brigada que venía flanqueando nuestra ala izquierda”.

Muchos historiadores consideran que se trata de la carta de un loco, de un documento demencial, pero seguramente es la evidencia más elocuente −una entre otras varias− de cómo se tuerce el rumbo republicano de Venezuela en las manos de un político ambicioso y prepotente que logra influencia durable en la segunda mitad del siglo XIX, sin que nadie se resista de veras a ella. En cualquier caso, no hay manicomio entonces para semejante tipo de insania, y abundan los caudillos que pueden recibir mensajes parecidos sin parpadear siquiera.

Aunque también aparecen unos pocos que resisten las ofertas: León Colina en ese momento, verbigracia, por cuya ayuda Guzmán redacta la misiva y quien no acepta la invitación de colaborar en la aventura de su retorno. Colina trata de combatirlo y termina en el exilio. Mientras tanto, el general Adames guarda en el archivo personal el curioso documento para que lo releamos en nuestros días.

#CrónicasDeMilitares | El Taita Crespo y la glorificación de Guzmán Blanco (y II)

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#CrónicasDeMilitares | Sobre el tema militar

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@eliaspino

En 1879, con el objeto de aplastar la reacción del presidente Linares Alcántara, Antonio Guzmán Blanco escribe numerosa correspondencia desde el extranjero para lograr apoyos que le permitan un retorno triunfal. Ofrece armas y dinero para armar ejércitos, pero también hace insinuaciones sobre lo bien que les irá a los destinatarios si se suben a tiempo en el navío de su reivindicación.

Son misivas a través de las cuales vemos a un político pura sangre buscando la supervivencia con el auxilio de los militares más importantes de la época; un asunto comprensible del todo, pero una de ellas descubre los límites que está dispuesto a derrumbar y los escrúpulos que obviará cuando recupere el gobierno.

Se trata de una carta realmente excepcional que dirige al general Fernando Adames, fechada en 3 de enero. Después de detenerse en algunos de sus fragmentos, tal vez el lector de la actualidad sienta que jamás ha conocido a un remitente tan descarado.

El general Fernando Adames es un caudillo de prestigio. Nieto del general Pedro León Torres, prócer de la Independencia, adquiere fama por su participación en la Guerra Federal cerca de Juan Crisóstomo Falcón. El futuro mariscal aprecia sus cualidades y lo destaca como miembro de su estado mayor, o como confidente en situaciones de urgencia. Después del triunfo de los federales le ofrece la presidencia del estado Barquisimeto, que no acepta, pero está presente cuando el jefe lo requiere. Viaja con frecuencia de su natal Siquisique a Coro, para pasar temporadas en la corte campestre hacia la que todos miran entonces. Es habitual que de allí salga como emisario de paces, debido a que es amigo de los tratos que evitan la sangre. No debe sorprender que Guzmán se explaye ante él en el aprieto que experimenta cuando Linares Alcántara quiere reformar la constitución para evitar su personalismo y su regreso a Venezuela, pero llama la atención cómo trata de impresionarlo, o de comprarlo temprano.

Guzmán necesita el apoyo del general León Colina, un oficial de notable valimiento en el occidente del país, y por eso se atreve con una parrafada de una impudicia digna de memoria. Lean ustedes, a ver si exagero:

Llegó el momento en que usted pague la que me echó en 1874 (…) Siempre he tenido la profunda resolución de echarle a usted otra muy gorda para quedar en paz, pero no se me ha presentado nunca ocasión de echársela sino a medias. No sé hacer las cosas sino bien hechas, sobre todo en materia de vainas. Pero se ha presentado la ocasión de que saldemos cuentas de otra manera, por lo que en matemáticas se llama compensación (…) Si usted logra que Colina proceda así, no solo quedamos en paz, sino que me constituyo agente de todas las truhanerías productivas que tienes en la cabeza hace tanto tiempo. Eres el segundo truhán. Aun así te ayudo yo, si me devuelves a Colina”.

Es evidente la confianza que existe entre el autor de la carta y quien la recibe. De lo contrario, las ofertas que Guzmán asoma no hubieran circulado, ni siquiera bajo el sigilo de un sobre lacrado. Pero también salta a la vista una proposición de negocios ilícitos, o de trajines oscuros y caprichosos, que descubre hasta dónde puede llegar en su deseo de recobrar el poder. Lo que más importa aquí no es que se pueda saber que existen tratos opacos entonces en las lides de la guerra y la política, sino que lo confirmemos a través de un documento redactado y firmado, con el mayor de los desparpajos, por el personaje más famoso y poderoso de la época. ¿No estamos ante un testimonio capaz de descubrir la existencia de tiempos muy oscuros, de negaciones de republicanismo susceptibles de dejar huella en la sensibilidad de la sociedad que va a dominar con su influencia ese hombre hasta finales del siglo?

Pero la carta ofrece otros combustibles para el escándalo, porque nos transporta hasta cúspides patológicas que rara vez pasan frente a nuestros ojos. Después de sugerir las alternativas que han debido llamar la atención de Adames, como seguramente también de los lectores del futuro, manan unos alardes que lindan en la locura. Lean, después de prevenirse ante la desmesura:

Como General en Jefe no tengo rival en América, ni aquí mismo en Europa. Estos mariscales no me dan por la cintura en calidad de jefe de un ejército, y ser militar no es cosa cualquiera”.

Nadie sabe cómo pudo reaccionar el destinatario ante semejante hipérbole, no en balde después llega Guzmán al extremo de criticar a Napoleón porque no sabía reponerse después de las derrotas. Tal vez pensara que era un asunto de vainas propias de la confianza de un par de pícaros, como afirmaba el Ilustre Americano, pero unos alardes finales quizá lo podían llevar a profunda preocupación porque hacía comparaciones atrevidas con los caudillos de la Federación que habían labrado fama por su coraje físico.

Cuando el memorable asalto de Coro he carajeado al bravo Colina porque me pareció que no llegaba a alcanzar lo que podía con su épico coraje (…) en la batalla de Purureche iba al lado del Soldado sin Miedo (Bruzual) y lo vi cubriéndose con el cuello del caballo cuando llegábamos cuerpo a cuerpo rompiendo las filas enemigas (…) En El Corozo fui uno de los cinco que acompañaron al Mariscal Falcón, el más valiente de los hombres, el único émulo de Murat, hasta hacer replegar una brigada que venía flanqueando nuestra ala izquierda”.

Muchos historiadores consideran que se trata de la carta de un loco, de un documento demencial, pero seguramente es la evidencia más elocuente −una entre otras varias− de cómo se tuerce el rumbo republicano de Venezuela en las manos de un político ambicioso y prepotente que logra influencia durable en la segunda mitad del siglo XIX, sin que nadie se resista de veras a ella. En cualquier caso, no hay manicomio entonces para semejante tipo de insania, y abundan los caudillos que pueden recibir mensajes parecidos sin parpadear siquiera.

Aunque también aparecen unos pocos que resisten las ofertas: León Colina en ese momento, verbigracia, por cuya ayuda Guzmán redacta la misiva y quien no acepta la invitación de colaborar en la aventura de su retorno. Colina trata de combatirlo y termina en el exilio. Mientras tanto, el general Adames guarda en el archivo personal el curioso documento para que lo releamos en nuestros días.

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