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#CrónicasDeMilitares | Un banco durante la Guerra Federal

Un flamante banco surgió en medio de la escabechina de la Guerra Federal, a mediados del siglo XIX: el Banco de Venezuela (no, no es el que conocen)

 

@eliaspino

En agosto de 1864, Pedro José de Rojas promovió iniciativas de progreso material en medio del caos de la Guerra Federal. Rojas, como se sabe, había llamado la atención por sus escritos de la década que corre entre 1830 y 1840, en los cuales insistió en la trasformación material del país y en la necesidad de que arraigaran iniciativas de cuño capitalista. Inició tal campaña en El Manzanares, un periódico de su nativa Cumaná, que continuó en los impresos de los godos de Caracas hasta hacerse de fama por sus “intereses civilizatorios”.

Exiliado durante la dictadura de los Monagas, escribió densos ensayos sobre la necesidad de vincular el orden de la sociedad con la imposición de administraciones de mano dura. También se acercó entonces a Páez, hasta convertirse en su asesor más influyente. Cuando la guerra cumplía tres años, Rojas conspiró contra el gobierno constitucional y promovió la dictadura del viejo prócer, a quien acompañó con el título de Substituto y como dinámico ejecutor de la política.

Ahora, ya con Páez como dictador, dispuso la habilitación de los puertos de Carúpano y Río Caribe, trató de organizar la Secretaría de Hacienda y dispuso el establecimiento de nuevos aranceles de importación, para reanimar las actividades mercantiles. El dictador puso en marcha entonces un plan de concordia, a través del intercambio de delegaciones con los oficiales de la Federación para buscar un avenimiento que terminara un conflicto que cumplía su tercer año. Eran movimientos que parecían prometedores. Entre ellos llamó la atención la fundación de un banco protegido por el régimen que se estrenaba en Caracas, aparentemente iluminado por la estrella del viejo León de Apure.

Los pocos empresarios de la capital se animaron entonces a soñar con la creación de una institución bancaria, designio que no solo fue recibido con beneplácito por Rojas, sino también presentado por él ante Páez para lograr su entusiasmo. Rojas propuso ante el dictador la concesión de exenciones y privilegios para los capitalistas que crearían una institución que atendería las necesidades del gobierno, cada vez más perentorias en medio de la escabechina. La institución, que se llamaría Banco de Venezuela, concedería suplementos al erario y descontaría letras y pagarés ordenados por el Ejecutivo. El 17 de octubre de 1861, la dictadura concedió la patente del Banco de Venezuela.

El banco comenzó a funcionar el 1 de noviembre, con una directiva presidida por la empresa Pardo y Compañía, que se comprometió a prestar 4.240.000 pesos al tesoro nacional, a través de aportes mensuales de 160.000 pesos, mientras las aduanas se obligaban a depositar sus recaudos en las arcas de la institución. La Secretaría de Hacienda autorizó a los flamantes banqueros para que imprimieran sus propios billetes. Entre los empresarios y los políticos que trabajaron por la creación del moderno emprendimiento, o le dieron su apoyo a través de la prensa o en actos de sociedad, destacaron los siguientes ciudadanos: Isaac J. Pardo, Fernando Antonio Díaz, Carlos Hann, Ramón Díaz, Julián Viso, Elías Acosta, José Reyes y Modesto Urbaneja. 

Inmediatamente después de la inauguración del banco, se anunció un proyecto para la construcción de un ferrocarril entre Caracas y La Guaira.

Lo construiría un ingeniero llamado Alfredo Roidier y algunos de sus tramos serían subterráneos. También se puso en marcha una comisión para la elaboración de una Tabla Monetaria Nacional, y se ordenó la unificación de los códigos civil, mercantil y penal. Sonaban tambores de progreso, según la prensa que respaldaba la gestión de José María de Rojas. Sin embargo, los tratos de paz con los federales fueron entorpecidos por disposiciones de censura contra los periódicos que pretendían expresarse de manera independiente, o por la renuencia de los revolucionarios a ceder en un terreno que cada vez les era más favorable. Por consiguiente, el Banco de Venezuela estuvo condenado a una muerte cercana.

#CrónicasDeMilitares | La Guerra Federal como “guerra social”

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La crisis de la Guerra Federal

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#CrónicasDeMilitares | Sobre el tema militar

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@eliaspino

En agosto de 1864, Pedro José de Rojas promovió iniciativas de progreso material en medio del caos de la Guerra Federal. Rojas, como se sabe, había llamado la atención por sus escritos de la década que corre entre 1830 y 1840, en los cuales insistió en la trasformación material del país y en la necesidad de que arraigaran iniciativas de cuño capitalista. Inició tal campaña en El Manzanares, un periódico de su nativa Cumaná, que continuó en los impresos de los godos de Caracas hasta hacerse de fama por sus “intereses civilizatorios”.

Exiliado durante la dictadura de los Monagas, escribió densos ensayos sobre la necesidad de vincular el orden de la sociedad con la imposición de administraciones de mano dura. También se acercó entonces a Páez, hasta convertirse en su asesor más influyente. Cuando la guerra cumplía tres años, Rojas conspiró contra el gobierno constitucional y promovió la dictadura del viejo prócer, a quien acompañó con el título de Substituto y como dinámico ejecutor de la política.

Ahora, ya con Páez como dictador, dispuso la habilitación de los puertos de Carúpano y Río Caribe, trató de organizar la Secretaría de Hacienda y dispuso el establecimiento de nuevos aranceles de importación, para reanimar las actividades mercantiles. El dictador puso en marcha entonces un plan de concordia, a través del intercambio de delegaciones con los oficiales de la Federación para buscar un avenimiento que terminara un conflicto que cumplía su tercer año. Eran movimientos que parecían prometedores. Entre ellos llamó la atención la fundación de un banco protegido por el régimen que se estrenaba en Caracas, aparentemente iluminado por la estrella del viejo León de Apure.

Los pocos empresarios de la capital se animaron entonces a soñar con la creación de una institución bancaria, designio que no solo fue recibido con beneplácito por Rojas, sino también presentado por él ante Páez para lograr su entusiasmo. Rojas propuso ante el dictador la concesión de exenciones y privilegios para los capitalistas que crearían una institución que atendería las necesidades del gobierno, cada vez más perentorias en medio de la escabechina. La institución, que se llamaría Banco de Venezuela, concedería suplementos al erario y descontaría letras y pagarés ordenados por el Ejecutivo. El 17 de octubre de 1861, la dictadura concedió la patente del Banco de Venezuela.

El banco comenzó a funcionar el 1 de noviembre, con una directiva presidida por la empresa Pardo y Compañía, que se comprometió a prestar 4.240.000 pesos al tesoro nacional, a través de aportes mensuales de 160.000 pesos, mientras las aduanas se obligaban a depositar sus recaudos en las arcas de la institución. La Secretaría de Hacienda autorizó a los flamantes banqueros para que imprimieran sus propios billetes. Entre los empresarios y los políticos que trabajaron por la creación del moderno emprendimiento, o le dieron su apoyo a través de la prensa o en actos de sociedad, destacaron los siguientes ciudadanos: Isaac J. Pardo, Fernando Antonio Díaz, Carlos Hann, Ramón Díaz, Julián Viso, Elías Acosta, José Reyes y Modesto Urbaneja. 

Inmediatamente después de la inauguración del banco, se anunció un proyecto para la construcción de un ferrocarril entre Caracas y La Guaira.

Lo construiría un ingeniero llamado Alfredo Roidier y algunos de sus tramos serían subterráneos. También se puso en marcha una comisión para la elaboración de una Tabla Monetaria Nacional, y se ordenó la unificación de los códigos civil, mercantil y penal. Sonaban tambores de progreso, según la prensa que respaldaba la gestión de José María de Rojas. Sin embargo, los tratos de paz con los federales fueron entorpecidos por disposiciones de censura contra los periódicos que pretendían expresarse de manera independiente, o por la renuencia de los revolucionarios a ceder en un terreno que cada vez les era más favorable. Por consiguiente, el Banco de Venezuela estuvo condenado a una muerte cercana.

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