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Alejandro Armas Oct 22, 2021 | Actualizado hace 2 días
El fondo
Los autores de la #Encovi no creen que la pobreza siga aumentando. Luis Pedro España dijo específicamente que habíamos alcanzado un ‘techo’, es decir, llegamos al fondo. No podemos seguir cayendo

 

@AAAD25

Entre las ofensas más recurrentes que he recibido en Twitter, la red social en la que me mantengo más activo, están algunas relacionadas a mi condición de egresado de la Universidad Católica Andrés Bello. Para los chavistas, eso me hace un “sifrinito burgués”. Para la extrema derecha criolla, un «adoctrinado por jesuitas progres financiados por George Soros”. No soy de esos exalumnos intolerantes a la crítica a su alma mater, pero sí me enorgullece mi vínculo con la UCAB. Me enorgullece lo que la universidad representa y hace.

Apenas una entre tantas labores de la UCAB que me llenan de satisfacción es la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) que hace cada año. Creo que esta es la investigación más exhaustiva y minuciosa sobre las condiciones de vida en Venezuela. Eso es algo más que encomiable, considerando la desaparición de cifras oficiales del Estado en la materia, un intento del chavismo por ocultar la magnitud del daño hecho a la nación.

La Encovi 2021 fue publicada a finales del mes pasado. De inmediato quise escribir algo al respecto en esta columna, pero otros compromisos me impidieron hacerlo antes. Los resultados de la encuesta, al igual que los de años anteriores, son espeluznantes. Pero nos permiten extraer conclusiones valiosas sobre nuestra situación actual y futura.

Hay dos que a mi juicio son las más relevantes. Examinémoslas.

En primer lugar, vemos el reflejo social de una hecatombe económica acumulada en siete años de desplome del producto interno bruto. Nuestra economía es un cuarto de lo que era hacia 2013 y, ergo, 94,5 % de la población es pobre de ingresos, según la Encovi. Esta es la confirmación en cifras de la cuasi extinción de la otrora pujante clase media venezolana. Solo un porcentaje ínfimo de conciudadanos gana lo suficiente como para vivir en relativa comodidad.

Si creen que la gran mayoría de estos nouvelles pauvres es “gente pelando en quintas de urbanización venidas a menos”, se equivocan. La “pobreza multidimensional”, como se denomina en el estudio a aquella que tiene en cuenta variables como vivienda, servicios y educación, es de 65,2 %. La pobreza extrema es de 76,6 %.

Los números son cónsonos con investigaciones de psicología social que han hallado un cóctel de sentimientos negativos como elemento dominante entre venezolanos: tristeza, rabia, miedo, frustración, etc.

Llevamos entre dos y tres años de perestroika bananera y sin embargo los indicadores sociales siguen siendo terribles. Por supuesto, subir aunque sea un poco luego de semejante caída es difícil. Agreguen a eso el detallito de la covid-19 y sus efectos económicos. Sea cual sea la causa, no hay una recuperación incluyente en marcha. Las masas empobrecidas tendrán uno que otro alivio, pero el grueso de los beneficios los percibe solo la minoría cuyos negocios sobrevivieron el tsunami rojo rojito.

Pero he aquí la segunda conclusión. Los autores de la Encovi no creen que la pobreza siga aumentando. Luis Pedro España, encargado de la sección sobre el empobrecimiento, dijo específicamente que habíamos alcanzado un “techo”.

Eso, por supuesto, no es señal del inicio de un milagro económico como el de Alemania tras la Segunda Guerra Mundial. Simplemente llegamos al fondo. No podemos seguir cayendo. Hasta las peores tragedias socioeconómicas son parte de ciclos. Llega un momento cuando la tendencia hacia abajo se agota. Queda muy poco de actividad, pero queda al fin, con todo lo que ello supone para los pocos afortunados que la realizan.

Ese «techo de pobreza» es el correlato social del «lo peor ya pasó» del que hablan los economistas. No estamos bien. Estamos relativamente estables, pero en el subsuelo.

Tal vez no mejoremos, pero tampoco veremos escenarios aun más apocalípticos que los de 2017-2018. Hay implicaciones no solo macro y microeconómicas, sino también psicológicas. No es lo mismo estar en caída libre, con la ansiedad de desconocer cuán profundo se puede caer, que estar ya en el fondo, herido por el impacto, pero con pies en la tierra y algo de perspectiva para el futuro.

Entender todo esto es importante para trazar una estrategia con miras al cambio político. Porque, sí, buscar ese cambio sigue siendo un deber moral. Sin él, la posibilidad de una recuperación para todos es muy poca. Hay unos pocos privilegiados que limpiamente evitaron caer en la pobreza. No me opongo a que gocen de su suerte, pero creo que no deben olvidarse de ese más de 90 % que la está pasando mal y que la seguirá pasando mal.

Claro, al final la responsabilidad definitiva recae en la dirigencia opositora. Si ella no tiene un plan, no puede esperarse que terceros se activen. Solo pido que nadie se duerma en una burbuja. Que todos estemos prestos para cuando llegue un nuevo esfuerzo grande por el cambio. No quiero llegar a viejo con mi país así. Como el personaje de Dostoyevsky, no quiero escribir mis memorias desde el subsuelo. Merecemos algo mejor.

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