Caracas y Kabul - Runrun
Julio Castillo Sagarzazu Ago 24, 2021 | Actualizado hace 1 mes
Caracas y Kabul
Hace largo tiempo el territorio venezolano, como el afgano, no es controlado por el Estado. El poder está peligrosamente repartido entre muchos intereses. Kabul no está tan distante…

 

@juliocasagar

Las imágenes desgarradoras de la entrada de los talibanes a Kabul nos han helado la sangre a todos. Tenemos la sensación de que el mundo civilizado les ha abandonado y es verdad. Sin embargo, esta nota no va de análisis de las responsabilidades de Trump, de Biden o de la Unión Europea sobre lo que allí está ocurriendo. Aunque sea mucha la que tienen.

Lo que aquí queremos poner de relieve es cómo ha sido posible que un ejército de más de 300.000 efectivos, formado, equipado y asistido por las principales potencias del mundo, no ofreció la más mínima resistencia contra los enemigos para cuyo enfrentamiento se habían formado.

La respuesta a esta interrogante es más simple de lo que creemos y es esta: el ejército afgano era el mejor pagado de la región, con el mejor armamento y el mejor equipamiento. Tenía aviones, tanques y comunicaciones sofisticadas, pero era un ejército comandado por oficiales corruptos y defendían un gobierno al que nunca sintieron como propio.

Afganistán es una suerte de Estado fallido y la revancha del Talibán era una cuestión de tiempo.

Es verdad que algunos avances se habían producido, pequeños pero importantes, sobre todo en el respeto a los derechos de mujeres y minorías. No obstante, el Estado afgano era una ficción sostenida por la asistencia financiera y militar del extranjero. Su columna vertebral, sus cuerpos armados, nunca desarrollaron un espíritu de cuerpo; estaba infiltrados por el Talibán e influido por los señores feudales de la guerra ligados, casi todos, al negocio del opio y a la trata de personas en muchos confines del país.

¿Tiene algo que ver Venezuela con esto?

Creemos que sí y mucho. Hace largo tiempo el territorio venezolano no está controlado por el Estado. En efecto, Apure, el Arco Minero, los barrios de Caracas, las zonas que controlan bandas como el Tren de Aragua y los alrededores de Paria y Araya, por donde salen al Atlántico toda suerte de chucherías peligrosas, son una demostración evidente de que el poder está peligrosamente repartido entre muchos intereses.

Maduro sabe de esto. Está absolutamente consciente de que duerme con el enemigo y que mientras más escaseen los recursos; mientras menos dinero haya para satisfacer las apetencias de quienes le apoyan con la fuerza, más peligroso e inestable es su régimen.

Esa es una (de las muchas razones) por las que hoy está sentado en México. Necesita que levanten las sanciones para seguir pagando lealtades. Necesita recursos para que la bolsa del CLAP con gorgojos, con frijoles chinos incomibles y sardinas vencidas, pueda volver a tener cosas decentes para comer. Sabe que sus mecanismos de control social ya no funcionan. Está claro que ya para nadie es una amenaza que le quiten los bonos de la patria y menos el empleo de 4 dólares mensuales que paga.

Maduro se ve en el espejo de las elecciones internas del PSUV. Sabe que no movilizó ni a un 9 % de la población votante. Sabe que no tiene de dónde crecer y que si la oposición se une (ojalá lo haga) perdería casi todas las gobernaciones y alcaldías y que el costo político internacional de un fraude masivo sería altísimo.

En Venezuela, a Dios gracias, no hay la amenaza del Talibán a las puertas de Caracas, pero Maduro sí sabe que a menos de 500 metros del palacio de Miraflores están los barrios más grandes de América Latina y que algún día pueden sacudirse el polvo de la pesadilla que vivimos, de las colas de la gasolina, del gas, de la falta de vacunas, de la indolencia gubernamental y pueden llegar a tocar las puertas de la casa de Misia Jacinta.

A algunos podrá parecer difícil de creer, pero México es, para él, una esperanza de lograr algún acuerdo que alivie la tensión política y social. Por eso está sentado allí y se ha tragado los sapos de todas las exigencias extravagantes que hizo para aceptar concurrir a la cita.

Por lo pronto, imaginamos que los motores de los helicópteros de Miraflores están siempre prendidos…

Nunca se sabe si tiene que tomar uno como lo hizo su pana Celaya, en pijamas y a media noche.

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