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#HistoriaDeMédicos | Hospitales como de la Edad Media

Imagen: escena de enfermos fragmento del grabado la Historia del Mundo Nuevo, de Girolamo Benzoni, del Museo de Ciencias británico, en Wikimedia Commons.

@eliaspino

Ricardo Archila, historiador de la medicina en Venezuela, cuando revisa testimonios de la década de 1880 afirma que se ha acercado a la era medieval de nuestros hospitales. Hoy veremos un par de fuentes de la época, que confirman su versión.

En primer lugar, las afirmaciones de Laureano Villanueva, quien llegó a ser rector de la Universidad Central de Venezuela, redactó una biografía del doctor José María Vargas y un extenso texto sobre celebridades médicas en el Primer Libro de Literatura, Ciencias y Bellas Artes editado en 1895, al cual aludimos en artículo anterior. Sobre el punto que ahora referimos, dice:

Hasta 1888 los hospitales de Caracas eran casas inmundas, en donde se hacinaban los infelices que no tenían donde morir. Eran lugares de depósitos para proveer los cementerios, pues todos estaban mal servidos en la parte facultativa, sin administración, higiene, ni recursos de ninguna especie, sucios, hediondos y con edificios en ruina.

Villanueva describe un panorama totalmente alejado de la profilaxis y de  un mínimo sentido de preocupación por la salud de los internos, pero también de cómo se experimenta una situación que no ha provocado, ya cuando va a terminar el siglo XIX, la atención de los gobiernos desde la época de la fundación de la república. Un mínimo cuidado desde las alturas de la administración pública, hubiera evitado el doloroso cuadro sobre el cual informa a los lectores de su tiempo, y ahora a nosotros.

Otra figura de primera línea en la época, Rafael Villavicencio, introductor del positivismo en las aulas universitarias y formador de un destacado conjunto de científicos, en un escrito de 1879 afirma:

Tenemos en Caracas el Hospital de la Caridad para hombres, el de mujeres, el de lazarinos y el hospital militar; y en Los Teques el hospital de locos. Ninguno de ellos puede darnos una idea de las enfermedades en Caracas, pues los enfermos no van al hospital sino como último recurso, y es necesario confesar que no les falta razón si se atiende a lo mal servidos que están. No hablamos del servicio profesional, pues los médicos que se encuentran a la cabeza de estos establecimientos merecen la confianza del público, sino del servicio interior como ropa, alimentos, servicio doméstico, etc., etc.

A la somera descripción sigue una alusión que descubre las causas del abandono. Leamos:

La sociedad y la autoridad que es su representante, debían dirigir una mirada de compasión hacia estos infelices, destituidos de todo recurso, que yacen postrados en el lecho del dolor, y disponer la inversión de una suma mayor de la gastada para esos establecimientos, tan bien montados y hasta lujosos, en todo país civilizado.

La colectividad no se preocupa por el destino de los enfermos, hasta el punto de destacar por una indiferencia escandalosa. Si a los gobiernos  les importa poco la sanidad pública, quizá por las carencias de sus presupuestos, o por ignorancia de los políticos, la abulia colectiva no los presiona para que modifiquen su conducta, o simplemente para que lleven a cabo unos pocos movimientos para el mejoramiento de unos institutos que dependen de su autoridad. De allí que Villavicencio trate de mover conciencias cuando refiere los beneficios que las personas comunes obtendrán de una adecuada atención hospitalaria. Agrega:

La sociedad tiene además un interés directo en el buen servicio de los hospitales; es allí donde se forman los verdaderos médicos prácticos. Es a la cabecera del enfermo y observando con minuciosa atención los procedimientos de la naturaleza en la marcha de las enfermedades, que se alcanza alguna habilidad en el arte del diagnóstico; que se obtiene esa penetración del desenvolvimiento consecuente de la enfermedad, que tanto caracteriza al verdadero médico.

¿Sirvió de algo esta pedagogía, este descubrimiento del vínculo de los hospitales con el perfeccionamiento de una ciencia primordial para la prolongación y la mejora de la vida, para la debida estimación del prójimo, para el bien común? Si nos guiamos por la experiencia de un joven médico que se gradúa en 1890, tal vez no fuera Villavicencio  capaz de conmover a las autoridades, ni a los lectores que pudo tener. Cuando sale con su diploma de galeno bajo el brazo, el imberbe Santos Aníbal Dominici, profesional de estelar importancia más adelante,  confiesa que jamás ha entrado a una sala de hospital.

Pero estamos ante un asunto que necesita mayor investigación. De allí que recomiende la lectura de la Antología del pensamiento científico venezolano que debemos a Jaime Requena, Fernando Merino y Blas Bruni Celli (Kálathos, 2020). Los compiladores ofrecen material para meterse en honduras aprovechables.