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#HistoriasDeMédicos | La extravagante publicidad del “mejor medicamento del mundo”

#HistoriaDeMédicos | La extravagante publicidad del “mejor medicamento del mundo”, por Elías Pino Iturrieta
Elías Pino Iturrieta
21/04/2021

@eliaspino

Vamos a analizar un extenso anuncio que apareció en El Diario de Avisos, dirigido a los lectores caraqueños el 8 de abril de 1855. ¿Para qué? Para ver cómo comienzan a encandilar a los destinatarios de entonces los pregones supuestamente provenientes de la ciencia y capaces de solucionar entuertos de la salud. O para conocer los extremos que pueden sobrepasar los productores y los vendedores de portentos farmacéuticos para obtener dinero.

Y, por último, para ver cómo pueden ellos actuar con impunidad debido a la  indiferencia del gobierno. Tal vez lo que aquí se descubra pueda ayudarnos en el entendimiento de la mentalidad de la época.

Pero conviene antes llamar la atención sobre la idea del progreso que se ha trasmitido a la sociedad a partir de 1830, cuando Venezuela se separa de Colombia. Los políticos y los pensadores más célebres se empeñan en comunicar la versión de cómo la sociedad marchará hacia una etapa dorada debido a la introducción de los adelantos de un siglo que conmueve por el deslumbramiento de sus aportes en el campo de la ciencia y la tecnología, o gracias al advenimiento de disciplinas y saberes que habían vedado las autoridades coloniales y cuya introducción se había retrasado debido a la reciente guerra de Independencia. Las páginas de la prensa vienen llenas de incitaciones a través de las cuales se pregona una mudanza radical de la vida, detrás de la cual se encuentran aportes como el telégrafo, las locomotoras, nuevos sistemas de iluminación de casas y calles, o formas revolucionarias de construir carreteras. Como parte de ese contexto prolifera la publicidad sobre lenitivos procedentes de la medicina, capaces de conducir a curaciones que jamás hubieran sucedido en el pasado y de aplazar las batallas contra la muerte. En una escena conmovida por esos resortes cabe con comodidad la fuente que ahora se analizará.

Se trata de un mensaje titulado “¿Cuál es el mejor medicamento para una enfermedad?”. La pregunta tiene una respuesta lógica e inmediata: “El que cura mayor número de enfermos”. Y ese medicamento es “La Panacea Americana de Villaquirán y Compañía, que ya se puede adquirir en las boticas más reputadas de la ciudad”. Hasta ahora nada insólito, es decir, nada que no puedan incluir las cuñas de la actualidad, pero la situación se complica con el detalle ofrecido sobre las curaciones que provee. Es un preparado contra las enfermedades venéreas, o contra los padecimientos que origina, entre ellos los siguientes:

Catarros agudos o crónicos de la uretra, de los ojos, de la nariz, de los oídos y del intestino; tumores de diferentes especies, accesos, fístulas, vegetaciones y excrecencias en las partes genitales, párpados inflamados, espesos, encarnados, cancerosos; el ojo siempre bañado de lágrimas y más o menos ofendido en su estructura y en sus funciones; la córnea transparente, obscurecida o alterada; espesor en el humor vítreo; concreción y opacidad en el cristalino; la fístula lacrimal, la disminución y la pérdida de la vista; la inflamación y la ulceración del interior del oído con dolores más o menos agudos; el carie de los huesitos encerrados en las cavidades del tímpano; los derramamientos de pus, serosidad o sangre por el conducto auditivo, acompañados de un hedor insoportable; el zumbido continuo, la dureza y la pérdida del oído; la flagosis de la membrana mucosa que cubre el interior de la boca y de las narices; la ulceración de la bóveda del paladar, la lengua, de las encías, del galillo, de las agallas, de la parte posterior de la boca, de la laringe, la fugosidad y el cáncer de las narices; el carie de los huesos propios del paladar, de los cartílagos de la laringe, de los huesos propios de la nariz, del que la divide; la deformidad del rostro, la mudanza, la alteración o la pérdida de la voz; la corrosión de las encías; el carie, los sacudimientos, la caída de las muelas y dientes; el hedor del aliento; las manchas en la piel, en cuya forma, extensión y color hay infinitas variedades; erupciones abundantes, secas o húmedas, con comezón o sin ella; rajas y grietas, vegetaciones y excrecencias de toda especie, separación y caída de la epidermis; tubérculos, pústulas en diversas partes del cuerpo; caída de los cabellos, del vello y aun de las uñas; úlceras de la peor calidad; tumores más o menos duros; dolores insoportables en casi todo el cuerpo, y sobre todo en los miembros principales, que a veces se parecen al reumatismo y a la gota, caries, blandura mortificación en los huesos; hinchazón dolorosa o no, en las glándulas linfáticas: dolores de cabeza violentos; temblor o convulsiones en los miembros; parálisis, insomnios, tos, dificultad en la respiración, tisis tuberculosa o ulceración en los pulmones; síncope o palpitación del corazón; efecto hipocondríaco melancólico o histérico; vísceras abdominales llenas u obstruidas; hidropesía, hemorragias, debilidad, languidez y abatimiento de las fuerzas; calentura lenta, diarrea o sudores cualitativos, flaqueza, marasmo, etcétera.

Quién sabe que pueda caber en el etcétera, después del fatigoso desfile de dolencias que los lectores de 1855 tienen frente a los ojos. O también nosotros. Es una lista admirable o, en otras palabras, una incitación irrefrenable para la adquisición de La Panacea Americana de Villaquiran y Compañía. No solo por la cantidad de enfermedades que puede remediar, sino también por el lenguaje empleado en su enumeración.

Debió de ser redactado por un médico, o por alguien relacionado con lo que hoy llamamos ciencias de la salud, debido a que abandona las denominaciones habituales de los males, las palabras y los adjetivos del común, para presentarlos en una forma pasmosamente profesional. Como argucia publicitaria es digna de consideración.

Pero los habilidosos publicistas llegan al extremo de ofrecer pruebas concluyentes, o que estiman como tales, del portento que venden. He aquí la nómina que se atreven a publicar, de los favorecidos por el medicamento:

Ya es una persona con úlceras en todo su cuerpo por más de catorce años, que se consideraba inútil para toda su vida, curándose en el breve espacio de un mes. Ya otra que había perdido la vista por cinco años a consecuencia de una afección venérea y que se creía ciega, recobrando el más importante de los sentidos. Ya un joven de diez y seis años, raquítico, idiota y perfectamente ulcerado por motivo de la sífilis, que nunca había podido siquiera caminar y a quien esperaba un próximo fin, devuelto a la vida enteramente sano. Ya una señora a quien la perturbación y falta de una función esencial en la mujer había proporcionado muchos padecimientos y hecho estéril que hoy está curada. Ya otro a quien tiene postrado un reumatismo agudo, sufriendo horribles dolores, que a los quince días pasea por las calles.

El aviso incluye otros casos concretos. Pero bastan los señalados como demostración de una habilidad para la pesca de clientes que destaca por su astucia. Una astucia susceptible de traspasar las barreras de la intimidad de los pacientes, debido a que los identifica en el pie de la página del diario: Santos Rojas, Calixto Ramírez, Juan Requena, NN y Juan Robles.

Propaganda sin pudor, exhibición irrefrenable de agallas en una comarca pequeña que facilitaba la localización de los infelices cuya tragedia privada y solitaria se hace pública y notoria para vender “el mejor medicamento del mundo”.

Sobran las dudas sobre la calidad del remedio porque su influencia no trascendió, porque se perdió en las páginas de un periódico caraqueño de 1855. Tal vez solo dejara el testimonio de los que cayeron en su red, a quienes jamás conoceremos, pero permite preguntas sobre el papel de la autoridad en el caso. No se dio por aludida, pese a la exageración y a la truculencia de la oferta. Es probable que no estuviera preparada para atender los desafíos de la farmacopea salvaje disfrazada de ciencia que había llegado a Venezuela.

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