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#10DocumentosBolivarianos | Carta al obispo de Popayán, o la alta política en acción

En la imagen, óleo historicista (izq) y retrato del obispo de Popayán, Salvador Jiménez de Enciso.  

@eliaspino

Es habitual que veamos a Bolívar como un estadista que no se mezcla en el oscuro pantanal de la política, como un hombre de pensamientos superiores que está alejado de las contiendas usuales del poder. Fue, sin embargo, un práctico común de los afanes por el mantenimiento de la autoridad a través de maniobras alejadas de la sutilidad – en eso lo encontramos cuando liquidó a Piar-, o mediante la filigrana de unos  argumentos hilados con maestría para el sostén de su causa.

Ahora lo veremos en el ejercicio más elevado de sus cualidades ante un rival de cuidado, el obispo Salvador Jiménez de Enciso, a quien escribe desde Pasto el 10 de junio de 1822.

La causa de la Independencia no ha contado con el favor de la jerarquía eclesiástica, dominada por la fidelidad de Pío VII a la Corona. Pese a que ha aumentado el número de sacerdotes que apoyan la causa republicana, no sucede lo mismo con las mitras. De allí la necesidad de procurar que se mantengan en sus sedes sin mostrarse como realistas descarados, aunque no prediquen por la revolución. Colombia pretende el establecimiento en una parcela apegada a las enseñanzas del púlpito, situación que aconseja pasos comedidos para contener la influencia de los obispos. En tal contexto se debe apreciar la correspondencia que remite al prelado de Popayán sobre las relaciones de los nacientes estados con el Vaticano.

Salvador Jiménez de Enciso es un clérigo de importancia nacido en Málaga, que hace carrera como canónigo en la catedral de su ciudad y después en el virreinato del Perú. Doctor en Teología de la Universidad de Charcas, cercano a las autoridades de la región y maestro interesado en la formación de seminaristas, en 1815 es elevado a la diócesis de Popayán. Todavía dominan en la región y en sus cercanías las fuerzas virreinales, a las cuales ofrece colaboración contra los insurgentes. La proximidad de los patriotas lo hace anunciar que abandonará la diócesis, mientras permanezca la amenaza de “elementos hostiles y pecadores”. Pero lo comunica a Bolívar, ventana que aprovecha el destinatario para buscar la manera de retenerlo a través de una notable misiva.

La carta comienza con una referencia a las virtudes personales que se pueden mostrar ante situaciones de crisis. Veamos:

La historia, que enseña todas las cosas, ofrece maravillosos ejemplos de la grande veneración que han inspirado en todos tiempos los varones fuertes que, sobreponiéndose a todos los riesgos, han mantenido la dignidad de su carácter delante de los más fieros conquistadores, y aun pisando los umbrales del templo de la muerte. Yo soy el primero, Illmo. señor, en tributar mi entusiasmo a todos los personajes célebres que han llenado así su carrera hasta el término que les ha señalado la providencia. Pero yo no sé si todos los hombres pueden entrar en la misma línea de conducta sobre una base diferente. El mundo es uno, la religión otra. El heroísmo profano no es siempre el heroísmo de la virtud y de la religión; un guerrero generoso, atrevido y temerario es el contraste más elocuente con un pastor de almas. Catón y Sócrates mismo, los seres privilegiados de la moral pagana, no pueden servir de modelo a los próceres de nuestra sagrada religión. Por tanto, Illmo. señor, yo me atrevo a pensar que V.S.I., lejos de llenar el curso de su carrera religiosa en los términos de su deber, se aparta notablemente de ellos, abandonando la Iglesia que el cielo le ha confiado, por causas políticas y de ningún modo conexas con la villa del Señor.

Extraordinaria maniobra, a través de la cual pide al prelado que se mantenga en su palacio pese a la penetración de las fuerzas revolucionarias. Es una cuestión de carácter, una demostración de coraje propia de los luchadores profanos, pero en la cual también pueden mostrar evidencias de valentía los jefes de la fe tradicional. No es una obligación, pero puede ser ocasión de lustre personal. No está en el libreto habitual, pero lo puede introducir en el repertorio de los hombres excepcionales, de los “varones fuertes”. Bolívar distingue entre las lides profanas y los trabajos religiosos, pero, en la medida en que los mete en la misma frase, hace ver a Jiménez de Enciso que en ambos existen obligaciones con el prójimo que no se pueden soslayar y le pueden dar notoriedad.

De la referencia personal, pasa a una interpretación panorámica en la cual plantea la necesidad de que la Iglesia deje la beligerancia frente a la causa republicana porque le conviene a la Santa Sede.

V.S.I. debe pensar cuantos fieles cristianos y tiernos inocentes van a dejar de recibir el sacramento de la confirmación por falta de V.S.I.; cuantos jóvenes alumnos de la santidad van a dejar de recibir el augusto carácter de ministros de Creador, porque V.S.I. no consagra su vocación al altar y a la profesión de la sagrada verdad (…) Mientras Su Santidad no reconozca la existencia política y religiosa de la nación colombiana, nuestra Iglesia ha menester de los ilustrísimos obispos que ahora la consuelan de esta orfandad, para que llenen en parte esta mortal carencia.

 

Sepa V.S.I. que una separación tan violenta en este hemisferio no puede sino disminuir la universalidad de la iglesia romana, y que la responsabilidad de esta terrible separación recaerá muy particularmente sobre aquellos que, pudiendo mantener la unidad de la Iglesia de Roma, hayan contribuido, por su conducta negativa, a acelerar el mayor de los males, que es la ruina de la Iglesia y la muerte de los espíritus en la eternidad.

No solo se perjudican los fieles y se pierden las almas si los pastores se alejan del redil. La Iglesia deja de cumplir su misión espiritual y corre el riesgo de perder un rebaño fundamental, a los millones de ovejas colombianas esparcidas en Venezuela, Nueva Granada y muy pronto en Quito. El Libertador escribe al obispo de Popayán, pero envía un recado  a Pío VII. ¿No manifiesta que puede estar en juego la universalidad de la iglesia que el papa dirige desde Roma, y que hasta ahora ha sido excesivamente fernandina?

¿No le conviene a esa iglesia, tal y como está avanzando la guerra, pero sin necesidad de poses estentóreas, ser bolivariana y republicana en adelante?

Salvador Jiménez de Enciso se mantiene en la diócesis de Popayán hasta su muerte, sucedida en 1841. En el lapso no solo profundiza su actividad en el seminario diocesano, sino que también consagra a cuatro nuevos obispos de las cercanías. La Iglesia se acerca cada vez más a las nacientes repúblicas, por consiguiente, hasta formar parte de su cúpula. Tal vez la carta enviada por un político sagaz en 1822, por un remitente que maneja con brillantez los puntos de vista y hace cálculos razonables, comedidos pero con los pies en la escabrosa tierra, buenos para oídos episcopales dispuestos a escuchar, hiciera accesible el camino de la reconciliación.

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