La oración y la política - Runrun
Julio Castillo Sagarzazu Jun 23, 2020 | Actualizado hace 4 semanas
La oración y la política

@juliocasagar  

No amigo lector, esta nota no tiene nada que ver con la religión, ni trata de ningún análisis teológico para que lo cual no estoy preparado. Trata de la oración como fenómeno humano, como actitud individual y colectiva que es corriente en la conducta de los creyentes y de los no tanto.

Y quizás, especulemos un poco, también en ese terreno misterioso y poco investigado de la fuerza que tiene el espíritu en la concreción de hechos objetivos y de cambios sociales.

Florentino silbaba para sentirse acompañado y para alejar al Diablo. Esta sensación de desamparo ante lo desconocido y frente a la soledad donde primero consigue interpelación es en nuestro espíritu.

Cuando todas las religiones hacen de la oración el vehículo privilegiado de la comunicación con Dios, están interpretando correctamente esa necesidad ancestral que, en algún momento de la evolución, se alojó en el cerebro de los humanos y que les ayudó notablemente a surgir como especie en un entorno lleno de incertidumbres y de miedos a lo que no sabían interpretar.

Ahora, cuando la neurociencia ha avanzado notablemente, se ha llegado a descubrir que cuando las personas oran se liberan las mismas hormonas que nos producen sensaciones agradables y que, por esa vía, logramos desprendernos de la cotidianeidad y alcanzar estados de mejoría mental y física. Hoy en día, numerosas terapias y escuelas de pensamiento sobre el bienestar físico y espiritual como el yoga, el tai chi, la meditación, se apoyan en este principio que es ya de casi unánime aceptación.

Todo esto, que es válido para la esfera individual, tiene una interpretación particular cuando ocurre como fenómeno colectivo.

Efectivamente, todas las religiones tienen en la congregación de sus fieles uno de sus mejores vehículos para comunicar sus preceptos. También para evocar la necesaria comunicación de ideales y disparar las emociones de grupo, que son un ingrediente necesario para la preservación en el tiempo de cualquier organización humana, independientemente de sus fines.

¿Y todo esto que tiene que ver con la política?

Pues pareciera que bastante. Veamos: la política es el arte de lograr convencer y convocar mayorías para el logro de un fin básico que es alcanzar el poder. Para cautivar y seducir mayorías no basta con los razonamientos y con exponer las ideas. Normalmente, ello es necesario para construir las vanguardias con las que se hacen los partidos políticos.

Realmente, las organizaciones políticas son agrupaciones de personas unidas por un pensamiento y una interpretación común de las realidades y las tareas a realizar para transformarlas. Pero para trascender al partido, a la agrupación de tus iguales, estás obligado a llegar a las multitudes que necesitas emocionar y cuya voluntad se organice para avanzar hacia tus fines. Para ello las ideas y las ideologías, como dijimos, tienen una influencia limitada.

Surge de esta manera la propaganda y la agitación políticas en las que juega un papel importante, como ya dijimos, la capacidad de emocionar y convencer de que lo que estás intentando tiene posibilidades de lograrse. En pocas palabras, que tu esperanza es una cosa que puede venderse.

Una marcha, un mitin, es un escenario privilegiado para ello. Cuando marchamos (y mira que lo hemos hecho en Venezuela en estos años) nos sentimos fuertes. Cuando decimos las consignas las deseamos y nos parecen alcanzables, cuando las cantamos aun más (San Agustín decía que quien canta ora dos veces).

Sería aventurado y temerario decir que la fe mueve montañas y que con solo querer una cosa basta para que suceda. Eso en la política no suele ocurrir. Lo que sí puede ocurrir – y ha ocurrido cientos de veces en el mundo- es que la voluntad y los deseos organizados y la fuerza espiritual que se ponga para lograr un fin pueden remover montañas de realidades.

Por eso las consignas en la política tienen la misma importancia para reafirmar una causa, como lo tienen en la religión los mantras, las letanías, los cánticos y el recitar los versos del Corán o de la Tora.

Las consignas deben asumirse para desplegarlas, para luchar por ellas, para convertirlas en un eje de acción capaz de modificar a la realidad. Que sea fácil lograrla obviamente es importante. Pero lo es aun más saber si es justa. Si es justa hay que luchar por ella aunque su concreción no parezca estar a la vuelta de la esquina.

Hace semanas las fuerzas democráticas venezolanas plantearon al país y al mundo la necesidad de luchar por un GOBERNO DE EMERGENCIA NACIONAL. Ese planteamiento recibió un amplio respaldo nacional e internacional. Inexplicablemente no se ha movido casi nada para concretarla.

Maduro ha tenido éxito en desviarnos de ella, en hacernos perder la vista a la pelota. Y ha buscado temas que nos dividen. Y se ha caído en la trampa de seguirle el juego. Sí, así mismo como lo lee amigo lector: hemos desechado lo que nos une para enfocarnos en lo que nos divide.

Lo menos que puede hacer uno por una consigna es convertirla en una fuerza espiritual, capaz de mover las realidades, como hacemos cuando oramos en soledad y como nos atrevemos a luchar cuando lo hacemos colectivamente. Cuando planteamos una es para luchar por ella, para emocionar, para entusiasmar para organizar a su alrededor

Bien convendría a nuestra dirigencia revisar el evangelio de San Lucas Capítulo 11, versículos 33 al 35. Que nos dice “no se enciende una lámpara para colocarla debajo de la mesa sino para ponerla donde alumbre a todos”.

Nuestras consignas se merecen estar en lo alto. No debajo de la mesa.

 

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es