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La teoría de la dependencia, hecha realidad

@AAAD25

Todas las formas de humor tienen manifestaciones banales y “serias”. Esto último no es un oxímoron. El humor “serio” es aquel que mueve a risa y al mismo tiempo invita a reflexionar sobre un asunto de interés público, por lo general de manera crítica. Los memes no son la excepción. Por estos días se ha vuelto especialmente popular un meme que satiriza las fallas o vicios de alguna identidad (nacional, profesional, ideológica, etc.), al contrastarlos con las fortalezas y virtudes de las que esa identidad gozó en el pasado. No sé si alguien ya lo hizo, pero me parece pertinente dedicar dicho meme a los militantes de la extrema izquierda contemporánea, aquellos que salivan por regímenes políticos muy ajenos a sus principios filosóficos, como la Rusia de Putin o el Irán de los ayatolas. Recordemos que este último es una teocracia basada en el fundamentalismo islámico chiita. En otras palabras, es un gobierno de sacerdotes. Mientras que Marx y sus adeptos en el siglo XIX criticaban visceralmente toda religión, sus herederos en el siglo XXI no tienen reparos en alabar la dictadura de Teherán, que por cierto ha perseguido y asesinado a miles de socialistas iraníes.

En Venezuela, el régimen chavista ha llevado este elogio a los niveles escandalosos que tanto lo caracterizan. El pabellón iraní fue izado en el 23 de Enero, el bastión de los mal llamados “colectivos”. También apareció de pronto en los perfiles de redes sociales dedicados sistemáticamente a la propaganda chavista, junto con loas al Estado que la bandera representa. El himno nacional de la república islámica sonó en Venezolana de Televisión. Por supuesto, detrás de tanta cursilería sobre la “unión solidaria de los pueblos” hay algo en esencia material: la llegada de tanqueros remitidos desde el Golfo Pérsico hasta el litoral de Carabobo y la Península de Paraguaná, llenos de gasolina.

Al chavismo le urgía una narrativa propagandística para, por enésima vez, explicar lo inexplicable ante sus seguidores. Irán fue al “rescate” de una Venezuela que tiene las mayores reservas de petróleo del planeta pero que se ha quedado sin combustible. Recientemente esta columna se dedicó a repasar las causas de semejante absurdo, que en resumen consisten en una ineptitud y una rapacidad insondables en el manejo de la industria petrolera durante los últimos 21 años, con el resultado de unas refinerías devastadas e incapaces de cumplir con sus funciones. La elite chavista sabe muy bien que el hecho de que un país históricamente exportador de petróleo como Venezuela dependa de importaciones para que la gente pueda llenar los tanques de sus carros es una humillación grotesca. No le importa. De todas formas lo celebró con toda pompa. No en un mensaje dirigido solamente a los fanáticos que le aplauden todo, sino también a la enorme mayoría de venezolanos hastiada de tanta afrenta. “Sí, mandamos a la porra todo lo que alguna vez causó satisfacción patria y le rendimos pleitesía a unos impresentables con tal de que nos den lo que necesitamos para (mínimamente) arreglar este desastre. ¿Y qué? Ustedes no pueden hacer nada al respecto”. El objetivo es la quiebra moral de quienes se niegan a vivir para siempre en estas condiciones.

Lo que el chavismo por supuesto no dice es que, por mucha “unión solidaria de los pueblos” que haya (cosa que podemos traducir de su neolengua al castellano como “alianza de odio a la democracia republicana”), en realidad la ayuda tiene un precio. A finales de abril, la agencia Reuters reportó que el régimen chavista ha estado sacando oro de las bóvedas del Banco Central de Venezuela para usarlas como pago para la reparación de las refinerías. Al poco tiempo, Bloomberg informó que a Irán fueron entregadas nueve toneladas de metal precioso, valoradas en 500 millones de dólares, como pago por este servicio de refacción.

Un buen y sagaz amigo, Paulo Sosa, acertadamente comentó por estos días que, pese a tantas apelaciones a la teoría de la dependencia, el chavismo terminó reduciendo a  Venezuela a una situación en la que los vicios criticados por esta teoría se manifiestan al extremo. Los progenitores ideológicos del chavismo son principalmente individuos que fueron jóvenes en los años 60 y 70 y que desde esa etapa temprana de su vida militaron en la extrema izquierda. Como tal, estuvieron bastante influenciados por las tesis que se popularizaron entonces en esa corriente de pensamiento. Por eso el discurso chavista es tan anacrónico. Nunca superó la Guerra Fría. Se limitó a tomar todo ese cóctel ñángara que ya para finales del siglo pasado era bastante caduco y a empaquetarlo en el populismo laclausiano y pretendidamente “bolivariano” de Chávez.

En el estudio de las relaciones internacionales, el paradigma que cobró especial relevancia entre los intelectuales de izquierda en los 60 y los 70 fue la teoría de la dependencia. Enunciada por Immanuel Wallestein, entre otros, esta teoría estuvo a su vez influenciada por la ortodoxia marxista-leninista y, sobre todo, por los planteamientos de Lenin sobre el imperialismo como “fase superior del capitalismo”. En resumen, sostiene que el mundo se puede dividir entre un “núcleo” y una “periferia”. El núcleo está conformado por países ricos y desarrollados, en los que el capitalismo industrial alcanzó su apogeo, mientras que la periferia la integran las naciones pobres y subdesarrolladas. El núcleo domina política, económica y culturalmente a la periferia, la explota y se opone tajantemente a su desarrollo, porque ello acabaría con la relación desigual. De hecho, el núcleo debe buena parte de su prosperidad, si no es que toda ella, a la explotación parasitaria de la periferia. Las naciones ricas se aprovechan de su superioridad económica y militar para imponer a las pobres unas reglas del juego internacional en las que estas últimas siempre salen perdiendo. Resguardadas por ese poder castrense, las empresas privadas del núcleo se instalan en la periferia y extraen sus recursos naturales, que luego envían a sus respectivos países para procesarlos industrialmente. Luego otras empresas del núcleo exportan los bienes terminados a la periferia. Todo ello con la colaboración de oligarcas locales, únicos beneficiarios periféricos del sistema. El ciclo se perpetúa ad infinitum.

Entre México y la Patagonia, la teoría de la dependencia se volvió enormemente popular entre los militantes de izquierda gracias a la publicación, en 1971, de Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano. Un libraco insoportable que hasta su autor lo desechó en una etapa más madura de su vida. Sin embargo, es una obra esencial para entender el bagaje ideológico del chavismo, puesto que una parte sustancial de su discurso es un calco de ella. Así, la Venezuela anterior al chavismo es descrita como una “colonia” de Estados Unidos, condenada por el imperialismo al subdesarrollo (muy a pesar de que los gobiernos democráticos inicialmente se plegaron a una política de industrialización por sustitución de importaciones que más bien limitó el acceso de productos foráneos al mercado venezolano, con consecuencias, a propósito, no siempre positivas para el consumidor). La revolución llegó para dar al traste con la dependencia y hacer realidad todo el potencial económico venezolano… O eso nos dijeron.

Venezuela nunca fue una potencia industrial. Pero hubo cosas que en las que, en democracia, fue plenamente autárquica, incluyendo la gasolina. Hoy no solo estamos importando lo que nunca produjimos, sino aquello de lo que alguna vez estuvimos repletos. Nunca antes dependimos tanto de las importaciones de bienes terminados como ahora. Estamos exportando oro por montón e importando gasolina. Me pregunto qué pensarían Wallerstein y Galeano si estuvieran vivos y vieran lo que unos devotos de su obra hicieron con un país en el Caribe del que se apoderaron. Y a usted, amigo que lee estas líneas, si tiene que hacer pronto otra cola para surtir, le recomiendo que se busque un libro para entretenerse mientras espera en su automóvil. De preferencia, uno que no sea Las venas abiertas de América Latina.

 

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