Sin ciudadanía no hay paraíso - Runrun
Orlando Viera-Blanco May 19, 2020 | Actualizado hace 4 semanas
Sin ciudadanía no hay paraíso

@ovierablanco 

En la Venezuela de los últimos cuatro lustros perdimos el sentido del ciudadano que pertenece, que se identifica con su nación. El ciudadano de a pie tampoco lo es, porque carece de derechos y además de agua, luz, comida, medicinas y seguridad. No existe, sobrevive. Tampoco convive sino que compite por la vida. Es la muerte del Estado-nación…

Ciudadano es un concepto socio-político y legal de significado variable, usado a lo largo de la historia no siempre de la misma manera. Según Aristóteles “a menudo se discute sobre el ciudadano, y en efecto no todos están de acuerdo en quién es ciudadano. El que es ciudadano en una democracia con frecuencia no es ciudadano en una oligarquía”…

¿Quién es ciudadano? 

Aristóteles en su libro III sobre La política, abordaba la ciudadanía como el sentido de pertenencia de los derechos. El clásico pensador se hacía dos preguntas: ¿Quién es el ciudadano? y ¿a quién se le llama ciudadano? Respondía que «ser ciudadano» significaba ser titular de un poder público no limitado y permanente: “ciudadano es aquel que participa de manera estable en el poder de decisión colectiva, en el poder político”, y se le llama ciudadano a todo aquél que era capaz de ser tal. 

Se distinguen tres etapas: una «ciudadanía civil» en el siglo XVIII, vinculada a la libertad y los derechos de propiedad; la «ciudadanía política» propia del XIX, ligada al derecho al voto y al derecho a la organización social y política; y, por último, la del siglo XX, la «ciudadanía social», relacionada con los sistemas educativos y el Estado del Bienestar.

En la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789), se liga el concepto de derechos con ciudadanía y se afirma que los derechos del hombre son «naturales, inalienables y sagrados», y que todos los hombres «nacen libres e iguales».

El Diccionario de Julio Casares define ciudadano como «natural o vecino de una ciudad, o perteneciente a una ciudad». La ciudadanía es la expresión de pertenencia que una persona tiene hacia una sociedad determinada en la que participa. En la tradición occidental el ciudadano es un conjunto de atributos legales y a la vez un miembro de la comunidad política, como explica Isidoro Cheresky… “Cuando la ciudadanía no participa en la toma de decisiones, la mayoría de las veces las acciones del Estado son erróneas, llegando incluso a afectar drásticamente la ideología del país”, esto es, su cultura, su convivencia.

Borrar la historia de nuestra memoria

El novelista checo Milan Kundera decía: «para liquidar las naciones lo primero que se hace es quitarles la memoria. Se destruyen sus libros, su cultura, su historia. Y luego viene alguien y les escribe otros libros, les da otra cultura y les inventa otra historia. Entonces la nación comienza lentamente a olvidar lo que es y lo que ha sido. Y el mundo circundante lo olvida aun mucho antes”. Podríamos decir que la pérdida de la condición ciudadana es la pérdida del sentido de pertenencia producto del arrebato de nuestros valores históricos. Es la anomia, es la vaciedad cultural absorbida por el mandamás.  

Ser ciudadano es tener sentido de identidad con el lugar donde se interactúa socialmente, en el hábitat donde se desenvuelven los individuos con responsabilidad, derechos y obligaciones. El Consejo Europeo es cada vez más consciente de que «ciudadano y ciudadanía» puede definirse como «una persona que coexiste en una sociedad». Se trata, por tanto de traspasar los límites de la noción de «Estado-nación» y adoptar la comunidad que engloba el concepto de ciudadano global. 

En la Venezuela de los últimos cuatro lustros perdimos el sentido del ciudadano que pertenece, que se identifica con su nación.

El ciudadano de a pie tampoco lo es, porque carece de derechos y además de agua, luz, comida, medicinas y seguridad. No existe, sobrevive. Tampoco convive, sino que compite por la vida. Es la muerte del Estado-nación sustituido por una “toronja mecánica” agria y seca que se oculta en el rostro de una revolución que borró a Bolívar, Páez, Teresa de la Parra, Teresa Carreño, Gallegos, Nazoa, Simón Díaz o Betancourt y la permutó por: “patria, socialismo o muerte«. Oscurantismo que borró toda ilusión… 

Ciudadanía activa

El escritor Josep Ramoneda destaca: “La forma de las ciudades no es en absoluto inocente a pesar de que a menudo vayan perdiéndola a medida que nos alejamos de su centro. La urbanización del entorno urbano y la multiplicación de espacios de habitación y residencia sin voluntad cívica [mutilación y aislamiento cultural] es la consagración de la peor versión del individualismo” 

La cuestión del espacio público tiene que ver con la libertad de expresión. Cerrar o vaciar el espacio público es una forma de cercenar la interrelación comunicativa. El espacio público, como la ciudad, ha de ser abierto. La ciudad no debe ser una identidad cerrada. La ciudad es una morada. En su imaginario se cruzan la ciudad física, esto es la experiencia acumulada inscrita en sus grafitis, calles y paredes. Es la consciencia de espacio compartido que tienen los ciudadanos. 

Entonces ciudadanía es un concepto político, jurídico, pero es también cultural: el individuo se hace ciudadano compartiendo morada, ocupando y compartiendo espacios. ¿Cuántos [espacios] confiscados? Medios de comunicación clausurados. Parques y plazas ocupadas por el crimen y la destrucción. Hasta el béisbol o la fe quedaron de lado por la propaganda y la ideología. Qué decir de la formación social, moral y cívica… 

El coronavirus no acabó con nuestra ciudadanía. Hace rato otro virus la mató. Rescatémosla. ¡Sin ciudadanía no hay cambio, no hay paraíso! 

* Embajador de Venezuela en Canadá

 

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