El asteroide B 612 - Runrun
Julio Castillo Sagarzazu May 19, 2020 | Actualizado hace 4 semanas
El asteroide b 612, por Julio Castillo Sagarzazu
Escultura El primer sueño de Saint-Exupéry (Bélgica) , de Tom Frantzen. Foto Guy Delsaut en Wikimedia Commons, 2015.

@juliocasagar 

Este nota trata de una de una desilusión de gente grande, pero de esas que vienen no de la niñez temprana como la de los regalos del niño Jesús o las moneditas dejadas por el ratón Pérez, sino de otras, quizás más duras porque son “racionales”; de esas que cada quien se hace a su medida, esperando que algún momento el misterio del tiempo y del espacio la hagan coincidir con la realidad.

Son las ilusiones de los años mozos, las de los sueños juveniles, aquellos días en los que pensábamos que bastaba que quisiéramos que el mundo fuera mejor para que efectivamente lo fuera.

En aquellos días, un señor llamado Pepe Vitale puso en nuestras manos un cuento que pensé infantil, su nombre: El Principito, escrito por un joven aviador francés de nombre Antoine de Saint-Exupéry.

En realidad, aquel no era un cuento; terminamos descubriendo que era un tratado de vida: una de las frases acuñadas en una de sus páginas se quedó para siempre grabada en algún lugar del cerebro de esos que conservan las cosas buenas: “solo con el corazón podemos ver, lo esencial es invisible para los ojos…”

Pues bien, para la época en la que Pepe nos ofreció aquel maravilloso libro, ya Saint-Exupéry llevaba años desaparecido. Había salido en una misión de reconocimiento durante la Segunda Guerra Mundial al norte de África y nunca más se supo de él.

No supe nunca por qué pensé que Saint-Exupéry no había muerto. Me cree la fantasía de que había ido a reunirse con el Principito en el asteroide B 612, enfilando la proa de su avión hacia el infinito hasta aterrizar suavemente en el diminuto planeta de su pequeño amigo. Pensaba que allí preparaba su obra maestra y que un día, en su viejo aparato, descendería para ofrecerla al mundo en miles de idiomas o, mejor dicho, en uno solo, comprensible a todos. Sería una suerte de libro de libros que hablaría de la forma en que la Tierra sería un planeta más vivible.

Sin embargo, no fue así, hace unos días, un reportaje sobre su vida hecho por la televisión alemana, nos dio cuenta de que un pescador le había arrancado al mar el misterio de su desaparición: una pulsera con su nombre y parte del fuselaje de su avión de reconocimiento.

Aquello fue un golpe inesperado, no pensaba que más de 30 años después de habernos fabricado esa fantasía de su encuentro quimérico en el asteroide B 612, una noticia como esta podía decepcionarnos.

Pensamos en tantos otros libros, en tantos otros textos que hicieron de nuestra juventud días de militancia en causas fabuladas. Y luego, la vida nos mostró a Ian Palach inmolándose ante los tanques rusos un día de Primavera en Praga; Soljenitsine nos desveló el Gulag soviético; descubrimos que la Revolución Cultural China no solo quemaba las partituras de Beethoven por ser música burguesa, sino que ajusticiaba a los músicos que la tocaban; que Fidel encarcelaba poetas y vimos finalmente como se derrumbaba el Muro de Berlín.

Desgraciadamente, durante este tiempo, las cosas no cambiaron tampoco del otro lado de la moneda; el planeta Tierra sigue conteniendo las más insultantes de las injusticias, las inequidades siguen vivas y, cuando ciertamente hay índices de calidad y cantidad de vida que han mejorado para la especie, aún estamos lejísimos de esa utopía que soñamos alguna vez.

Por eso alguna vez nos hemos llegado a preguntar: ¿será que somos la jugarreta de algún dios menor, cuyas creaciones han sido Hitler, Stalin, Pol Pot, Castro y hasta los nuestros de aquí?

¿Sera que esas mentiras convertidas en ideologías, o esas ideologías hechas mentira, han sido creadas para ocultar las insaciables ansias de poder y dinero consustanciales a los seres humanos?

Hoy vemos cómo en Venezuela decenas de antiguos militantes de la justicia y las causas fabuladas de hace tantos años, inventan una revolución que terminamos descubriendo como un atajo para llenarse los bolsillos sin importar que, para ello, fabricara las más atroz de todas las pobrezas que nos han azotado.

Una “revolución”, otra más de las “revoluciones” fabricadas por hombres egoístas y ávidos de poder nos pone al borde de un Armagedón final. ¿Será que este es necesario, será que una pandemia de cosas terribles debe venir para hacernos resurgir de nuevo?

La NASA aún no descubre ningún meteorito que se vaya a estrellar contra el planeta dentro de los próximos siglos, como lo hizo Saint-Exupery contra el mar Mediterráneo, de manera que a los tripulantes de esta nave espacial que es la Tierra, no nos queda más remedio que seguir peleando para mejorarla.

Hace falta una nueva generación de niños y jóvenes con el alma de Saint-Exupéry; millones de aviadores que enfilen la proa hacia el infinito y que inventen la manera de no caer de nuevo.

En esa búsqueda deberíamos andar todos.

Nuestra viejas decepciones solo deben ser abono de nuevas esperanzas.

 

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es