Error de apreciación
No lo ha pensado bien, o está mal asesorado, no se puede introducir a Cuba en la discusión sobre los problemas de Venezuela. Para comenzar, no hay soluciones importantes, siquiera llamativas en la retorcida y maligna mentalidad castro-cubana, sino que ella es precisamente el problema.
Cuando Chávez viajó a Cuba era todavía un militar con ambiciones y sueños, que después le pagó un montón de dólares a Sammy Sosa, para darse el gustazo de picharle al grande liga. Era entonces el Teniente Coronel un modesto fracasado en lo militar y lo deportivo, pero gozoso, alegre, buen orador, rey del micrófono, cantor de música llanera, declamador, sociable y campechano como el típico mestizo venezolano, complacencia y facciones de nuestra privilegiada mezcla de razas.
Pero cayó en las redes de un tirano culto y veterano en artilugios, encantador de serpientes, que no distinguió en aquél joven sin éxito en su única operación estratégica a un alumno, percibió petróleo, comida para su país, dólares para familiares y allegados. Comprendió en Chávez no a Chávez sino a la Venezuela que siempre deseo, suculenta, rica y motivo de sus desvelos, de la cual lo sacó seca y tajante Rómulo Betancourt, -a tiros y conciencia de sus deberes democráticos con militares formados en la misma academia que Chávez- a los enviados comunistas, delincuentes, bandidos, pagados y muy pocos engañados por Fidel Castro en la década de los sesenta, la misma Venezuela en la cual el castro-comunismo no era más que una lejana pesadilla por encima de la cual se pasaban venezolanos de todos los niveles sociales y económicos, a gastarse los dólares que anhelaba Castro en Miami, “ta’ barato, dame dos”; boberías de estudiantes faramalleros en las universidades y de una izquierda que no importa lo que castristas enseñaran; no lograron en décadas cambiar lo afable, la fe democrática y libertaria de los dueños del petróleo que hacía salivar a la revolución castrista y su fundador entre cabellos duros de su barba cada vez más rala.
Luego apareció en La Habana con traje mal cortado, Fidel lo recibió con pompa y protocolo de Jefe de Estado, del aeropuerto lo traslado a la Universidad de La Habana donde una masa de estudiantes adoctrinados y obedientes lo aplaudieron como a un héroe de la libertad. Castro lanzó las redes y Chávez quedó no sólo enredado sino feliz en ellas. Se le alimentó la egolatría, glorificó el ego, elevó el engreimiento y vanidad, se le hizo soñar con el protagonismo internacional, se le indujo a repartir por el mundo réplicas de la espada de Bolívar y órdenes del Libertador, se le felicitó con abrazos tan dignos de repulsa como el de Sadam Hussein y del moreno aquél torturador y ladrón de Zimbabwe.
A través de Chávez, Castro abrió rutas para enviar militares y espías disfrazados de médicos, maestros delatores, entrenadores soplones y cañutos izando la bandera cubana en bases militares venezolanas, una penetración a fondo que Maduro remata convirtiendo al embajador de Cuba en consultor, guía y supervisor de su gabinete ministerial.
El heredero mal encarado y rezongón sigue sin saber producir nada que no sea dolor y desesperación, pero ha logrado mantener y conservar lo que su hermano recibió a cambio de palabras, Venezuela, detalles y riquezas.
No es ético, ni pundonoroso, mucho menos inteligente, involucrar al castrismo cubano en cualquier discusión sobre los problemas de Venezuela, porque lo que harán castro-comunistas es discutir sobre la misma tragedia y errores que ellos crearon. Ya poco les queda por enseñarnos, porque hasta a espiar, delatar, arrestar y torturar nos han enseñado, ni siquiera para violar los derechos humanos los necesitamos, han formado a sus mejores discípulos en esta Venezuela castro-chavista primero, castro-madurista ahora, desastrosa, enferma y hambrienta desde que el chavismo la castro-cubanizó
Cuba no ayudará a resolver el problema que son ellos mismos, igual que su delegado Rodríguez Zapatero y sus pagados comunistas españoles llamados Podemos, -por cierto, si en España no se ponen las pilas, hasta La Monarquía se va a acabar, y no es sarcasmo; con la izquierda muere todo. Lo que harán será enredar todo lo que puedan, y aunque estén recibiendo menos petróleo y dólares por su propia incompetencia, algo siguen percibiendo y eso es siempre más que lo único que el castrismo ha dado a los cubanos durante sesenta años: exilio, destierro, muerte, enfermedad, hambre, sufrimiento y demasiada frustración.