La esperanza es lo último que se pierde, la ética lo primero - Runrun

Por si fueran pocas las angustias y problemas que amargan las navidades de la población y de Juan Guaidó, estallan líos putrefactos de indecencia pervertida. Para empezar, sigue siendo el dirigente no por exceso de acción sino por falta de competencia. Entre la dureza armada, bien entrenada del régimen y blanduras desarmadas, desordenadas de sucesivos dirigentes opositores cohabitadores, se ha quedado sin nombres, ni popularidades, y sólo por ausencia el presidente interino disfruta de poco más del 35 % de popularidad.

Se hace abstracción de María Corina Machado, porque ella es cosa aparte, es la Jerusalén fortificada que nadie puede tomar, la fortalece que esta tan lejana como cercana donde se encuentra, todos lo saben, lo intuyen, la verdadera esperanza, más temprano que tarde, saldrá a fertilizar nuevamente este desierto, atiborrado de sinvergüenzas que cometen ilícitos a placer.

Esta tierra arrasada donde compiten con alarde, ostentación, mentira, falsedad, desilusión y desengaño, una tiranía a la cual sólo le quedan los candados de la línea de mando y nudos de corrupción, y una oposición que pareció regresar de la tumba en enero de 2019, generó inmensas expectativas en la sociedad, los ciudadanos, esperaban una forma diferente de hacer política, la ética, rendición de cuentas, transparencia de gestión, sin idolatría ni sectarismo o reparto de cargos por razones de obligaciones partidistas y desaparición de la corrupción. Y en meses ha perdido peso con una alarmante anemia de logros.

Un gobierno que se proclamó y juramentó ante la ciudadanía en ejercicio de previsiones constitucionales, que mucho prometió e ilusionó, pero por lo logrado poco planificó más allá de la trilogía, cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres. La ética en la institucionalidad en momentos de oscuridad e inseguridad, es un valor que justifica el máximo y jamás debe sacrificarse por apetencias partidistas e intereses individuales.

No concibieron adecuadamente, creyeron que el espectáculo del ingreso de ayuda humanitaria sería un gran festival de emociones y triunfo; en la tarde era obvio que el régimen castrista tenía respuestas frontales, violentas y planificadas. La ayuda se incendió o se quedó en Colombia, pusieron en una posición difícil y vergonzosa al novel presidente que debió regresar en silencio a Caracas y el usurpador cenó tranquilo esa noche.

 

Meses después esa oposición liderada por Juan Guaidó, que confiaba en él, salió a las calles suponiendo que Maduro y sus cómplices se estaban montando en aviones para escapar, y sólo encontraron a un Leopoldo López callejero y desconcertado, un presidente encargado que como pajarito en grama, miraba a todas partes sin encontrar nada; militares que salieron a ponerse a la orden y sólo consiguieron perder sus carreras, huyendo los afortunados, presos con perspectiva de tortura los menos perspicaces. López terminó en una embajada, Guaidó en su casa, el jefe del cuerpo de torturas libre y sin pecados que pagar en Miami. El régimen no tuvo que moverse, sólo mandar a sus basureros uniformados leales siempre a recoger las ruinas y un puñado de cambures olvidados.

Después la estulta pifia de ir a unos diálogos a los cuales, pensantes le recomendaron no asistieran, para terminar en lo mismo, nada para los ciudadanos, más tiempo para el régimen que, no avanza en la electricidad, servicios públicos ni en la economía, pero sí en la ilusoria comunicación.

Ahora le revienta en la cara un escándalo anunciado, que iba de un lado a otro en las redes sociales, pero que no estalló y llenó de porquería a casi todos los políticos y decepcionó a la ciudadanía, hasta que periodistas serios, de investigación y su medio de comunicación digital informaron detalles.

Aunque Guaidó y los partidos de su entorno reaccionaron con rapidez, echándolos por la corrupción señalada, abriendo investigaciones, nadie olvida que esas señales venían desde hace tiempo, que la Fiscalía colombiana investigaba, el Embajador de Venezuela en Colombia había advertido sobre la investigación, riesgos y condenas del diálogo mentiroso.

Once meses lleva la esperanza venezolana avanzando, estirándose y, por tanto, estirar sin alimento, perdiendo fuerza. Porque ya nadie habla si Guaidó tiene o no el vigor para derrotar al régimen y emprender el duro camino hacia la reconstrucción; la interrogante obvia, es el hombre indicado para fundar un país nuevo si no tuvo la astucia, discernimiento y firmeza para descabezar a los políticos que echaron su ética a la basura. Igual para Leopoldo López, a quien Guaidó parece obedecer ciegamente. La pregunta es para ambos, ¿cómo reconstruirán un país si no sólo no logran desmontar al que la mayoría detesta, sino que ni siquiera pueden vigilar y controlar la ética, decoro, honestidad de menos de 200 hombres y mujeres que se supone son de su confianza?

 

Juan Guaidó fue designado presidente encargado para una gestión que debía romper con un pasado de inmoralidades, desenfreno y libertinaje. No cumplió, traiciono el mandato conferido y esa gestión, es la que está en cuestionamiento y escrutinio ciudadano. Desde su Jerusalén poderosa, creciente y vibrante, María Corina Machado observa con interés. Y con mucha amargura, como la ética ha sido desmantelada.

@ArmandoMartini