La otra cara: "Calma chicha" - Runrun
José Luis Farias Oct 13, 2019 | Actualizado hace 2 días
La otra cara: «Calma chicha»
VIVIMOS EL PEOR MOMENTO de nuestra historia, una tragedia de signos bíblicos pese a la cual existe la sensación general de que «nada pasa». Es una impresión tan desconcertante como desconsoladora sobre el futuro de la nación.
 
Durante los últimos meses la vida política nacional ha quedado circunscrita a la rutina, al círculo vicioso, a la vuelta al mismo punto, pareciera haberse estancado la solución del drama sufrido. No aparecen las buenas noticias para devolver el optimismo a la gente.
 
Sin aparente señal de movimiento, ni de luz al final del túnel todo se torna pesado. Frustrante. Se registra un ambiente de serenidad desesperante a todos, nadie escapa a su impacto. 
 
Padecemos en la quietud de un conjunto humano volcado a la más precaria subsistencia, con una quinta parte de su población convertida en parias errando por el mundo y el resto vueltos miserables en su propia tierra.
 
Es una aparente paz que al prolongarse en el tiempo impide divisar muy poco o nada detrás de ella acentuando la incertidumbre, algo semejante a la paz de los sepulcros a la cual han sido arrojados cientos de miles por la violencia cotidiana.
 
¿Pero las cosas son tal cual se ven? ¿Las apariencias son la realidad? ¿Qué hay detrás? En fin, ¿cómo interpretar esta espesa calma chicha que envuelve al país?
 
Ningún protagonista de la clase política puede llamarse a engaño en cuanto a lo que realmente acontece, no es necesario correr el velo para descubrir cuánto hay detrás del mismo.
 
Sin embargo, el tirano, habituado a su cinismo, intenta sacarle provecho. Aunque está consciente de cómo arde su régimen por dentro. Sabe mejor que nadie la intensidad del fuego de las contradicciones internas del Pranato. 
 
No ignora que las piezas se mueven sin su control. El Pranato se debate entre la propuesta de «resistencia» de la llamada «derecha endógena» y la de «negociar» de la mentada «falsa izquierda».
 
Son inocultables las diferencias de Héctor Rodríguez, pongamos por caso, con Diosdado en torno a la negociación, la solución de la crisis económica y otros temas. Basta ver sus declaraciones públicas y compararlas.
 
El dictador, por ejemplo, trata de hacer ver que la calma es señal de haber pasado lo peor de la tormenta para el Pranato que regenta, la muestra como una vuelta a la normalidad favorable a sus planes de perpetuidad y miente asegurando  tener el dinero suficiente para «invertir en lo que al pueblo le hace falta».
 
Maduro presenta la calma como indicador de «felicidad» de los venezolanos con su poder pese a estar «jodidos», según ha dicho recientemente con su natural desparpajo. Interpretación secundada rastreramente por Aristóbulo al afirmar que «los maestros están contentos en sus aulas de clases, pues, de lo contrario estarían protestando».
 
Es un clima aprovechado por el tirano para ver «la paja en el ojo ajeno» ladrando que el FMI «está imponiendo paquetes económicos” a los países de América Latina y el Caribe, a propósito de las recientes protestas en Ecuador. 
 
Cuando la verdad es que Maduro ha impuesto a los venezolanos el más descomunal de los ajustes económicos sufrido por país alguno en nuestro continente, generando una monstruosa hiperinflación y la dolarización de más del 40% de todo el intercambio comercial sin ningún beneficio para los venezolanos.
 
Con singular descaro Maduro sostiene que el FMI es «el principal instrumento del demonio en el mundo”. Que el ente multilateral «aboga por los intereses multimillonarios de la banca mundial» para «sacar de los bolsillos de los pueblos el dinero para pagar a los bancos internacionales».
 
Mientras paradójicamente clama por préstamos y ayuda financiera gritando que Venezuela «es un país asediado, acosado, agredido, perseguido, económica y financieramente”. ¿A quién pretende engañar con su uso y abuso de la calma dominante?
 
Por supuesto, no todas las interpretaciones de la calma chicha se limitan a la desesperanza de la lucha inútil contra molinos de viento presente en muchos ciudadanos justificadamente desesperados por la calamidad, ni mucho menos a los abusos que Maduro y su pandilla pretenden hacer de ella.
 
También hay quienes apostados en este lado de la acera la aprovechan para disparar sus denuestos contra el liderazgo de Guaidó y la Asamblea Nacional, van desde quien le crítica no invocar el «coraje» hasta quien lo condena por no «negociar», ambos para extraer ventaja moral con su latiguillo como si las dos cosas fueran un asunto de coser y cantar.
 
No obstante, si de algo debemos estar claros es que esa anestesia general inoculada por el hambre, el terror, el miedo y la desesperanza siempre se vence, que su efecto no es eterno pues existe un poderoso sustrato democrático en la sociedad siempre capaz de difuminarla. En veinte años han sido más los ejemplos de pelea.
 
Las recientes movilizaciones de lucha de los maestros, los llamados de los universitarios a defender el alma mater y las últimas convocatorias a la calle para los próximos días anunciadas por Guaidó son señales de que la cosa se reanimará más pronto que tarde.
 
Además, todo indica que en esta forzada serenidad se incuba una peligrosa tormenta social de vastas proporciones, presagiada por un viejo habitante de San Martín tras ver los anaqueles de los bodegones repletos de mercancía importada que él, cual «Juan albañil», no puede comprar: «Rico, pana, ¡ahora si hay que saquear!».