La manía de las comparaciones incompletas sobre sanciones (parte 1) - Runrun
La manía de las comparaciones incompletas sobre sanciones (parte 1)

Los periodistas tenemos el vicio de querer enterarnos de todo al instante. Si pasamos mucho tiempo desconectados de nuestras fuentes de información, podemos hasta ponernos ansiosos e irritables. En mi caso, me fastidia un poco saber que no podré entrar a Twitter por un par de horas cuando por ejemplo voy a ver un concierto o una obra de teatro. Me acosa el temor, admito que irracional, de perderme de algo importante mientras tanto. Me sucedió este lunes, cuando tras ver una película me enteré de la nueva oleada de sanciones de Estados Unidos contra el régimen venezolano.  The Wall Street Journal fue el primer medio en dar a conocer la noticia. Se refirió al conjunto de medidas punitivas como un “embargo”, y mencionó que colocaban (perdón si molesto con este verbo) a Venezuela en una posición igual a la de Cuba, Siria, Irán y Corea del Norte.

La noticia desató el pánico entre algunos lectores. “Embargo” es una palabra que los latinoamericanos asociamos con la política norteamericana hacia la dictadura castrista desde los años 60. El símil con esta y otras satrapías en The Wall Street Journal confirmó los temores. Después de todo, el punto de comparación era un conjunto de naciones donde sus respectivos déspotas siguen mandando, sin que las penalidades impuestas por Washington se hayan acercado siquiera a precipitar un cambio político, mientras los ciudadanos comunes sufren económicamente. No obstante, cuando la orden ejecutiva con las sanciones, firmada por Donald Trump, fue publicada, pudimos ver que el alcance de las medidas era mucho más limitado que lo que se pensaba, por lo cual el término “embargo” no es adecuado. Expertos en Derecho internacional se han encargado de explicar el rango de restricciones de las sanciones, mientras que economistas han señalado cuáles pudieran ser sus consecuencias para el venezolano ajeno al régimen. En este artículo me propongo ahondar en las diferencias entre Venezuela y otros países que han sido objeto de sanciones norteamericanas.

Aunque ya vimos que no se trata de un embargo, varias personas con algo de ligereza han insistido en señalar hacia La Habana, Teherán y los otros aludidos para sentenciar que las sanciones nunca funcionan en el desalojo de regímenes autoritarios. En realidad no basta con recordar casos pasados. Si Ortega y Gasset dijo “Yo soy yo y mi circunstancia”, lo mismo aplica a los Estados. Cada país tiene un contexto y unas cualidades que lo distinguen de los demás en cualquier coyuntura. Si se quiere establecer paralelismos, habría que hacer un ejercicio comparativo mucho más riguroso que la mera indicación de experiencias ajenas. En efecto, la situación venezolana actual tiene varios elementos que han estado totalmente ausentes de los otros casos. Son estos factores, combinados con las sanciones, los que podrían hacer la diferencia.

En tres de los cuatro países no ha habido una oposición capaz de desafiar seriamente al respectivo régimen. Además, pese al repudio que estos regímenes han recibido por parte de las democracias del mundo, siguen siendo reconocidos como gobiernos legítimos, sin que nadie les haya arrebatado con éxito esa legitimidad ante los ojos del orbe. En otras palabras, no existe un Juan Guaidó iraní o norcoreano. La excepción es Siria, pero ahí la guerra civil con intervención de las dos mayores potencias militares del mundo es sui generis y domina todas las demás variables, inclinando el juego a favor de la tiranía de la familia Assad.

Otra diferencia importante parte de dos conceptos esenciales en la bibliografía sobre cambios de régimen por presión internacional: leverage y linkage, que pudiéramos traducir respectivamente como “influencia” y “conexión”. Los politólogos Steven Levitsky y Lucan Way trataron el tema en un maravilloso ensayo de investigación publicado en 2006. Leverage es la capacidad que tiene un país de influir en las decisiones de otro. Por ejemplo, si la economía de un Estado depende considerablemente de las exportaciones al otro, el segundo tiene leverage sobre el primero y puede presionarlo restringiendo el comercio entre ambos. El linkage es el conjunto de vínculos sociales, culturales y comunicacionales entre dos Estados. Suele estar determinado por factores como la proximidad geográfica y cultural. Verbigracia, las naciones latinoamericanas tienen linkage mucho mayor entre ellas y con los Estados Unidos y Europa (sobre todo España y Portugal) que con el Medio Oriente o las islas del Pacífico. Que las sociedades civiles de dos países tengan lazos sólidos (e.g. que haya una población numerosa oriunda de uno viviendo en el otro, o que muchos ciudadanos de uno se hayan formado en las universidades del otro) es indicio de un linkage fuerte. Levitsky y Way argumentan que se necesita una combinación de leverage y linkage formidables para que un país pueda presionar a otro hacia una transición democrática plena.

Vayamos de la teoría a la realidad empírica. Estados Unidos históricamente ha tenido poco leverage sobre Siria, Irán y Corea del Norte si consideramos solo el ámbito bilateral. Con todos ellos sus relaciones han sido pésimas desde hace décadas y estas naciones han buscado socios comerciales alternos. Ahora bien, la aplicación de sanciones secundarias, que castigan a todo aquel que trate con el sancionado aunque no sea un ciudadano o ente norteamericano, ha revolucionado el alcance punitivo. Por eso, que las sanciones contra Irán impidan a Europa comprar su petróleo se ha traducido en un golpe duro a la economía de Teherán.  En cuanto al linkage entre los tres países asiáticos y EE.UU., es débil. Todos son distantes y sus vínculos sociales y culturales son pocos. Ello podría explicar en parte que las sanciones no produjeran los efectos deseados.

Cuba es diferente. Cuando Washington le impuso un embargo en los años 60, la economía antillana dependía enormemente del comercio con el vecino del norte. Sólido leverage. Dado que la isla era poco más que un satélite estadounidense desde finales del siglo XIX, el linkage antes de la revolución era igualmente fortísimo. Siguió siéndolo después de 1959, gracias al legado del período anterior y al exilio cubano, que se constituyó como una de las comunidades latinoamericanas más políticamente influyentes en Estados Unidos. Cabe preguntarse entonces por qué la dictadura de los barbudos no se fue a pique. Levitsky y Way señalan que un leverage alto puede desvanecerse si alguien toma el lugar del país del cual el otro depende… Y eso fue exactamente lo que pasó. La Unión Soviética no perdió la oportunidad de poner un pie en las narices del enemigo y de inmediato se convirtió, junto con sus dependencias en Europa Oriental, en el principal comprador de productos cubanos vetados por Estados Unidos. Tras la desaparición de la URSS, la isla pasó por el oscuro Período Especial, una época de muchísima carestía que tuvo su punto álgido en el llamado “Maleconazo”, un estallido de descontento popular en La Habana como ninguno que se haya visto desde el triunfo de Fidel Castro, y del cual se acaban de cumplir 25 años, pero que no bastó para derribar al régimen. Luego apareció Hugo Chávez con su chequera petrolera y el resto es historia. El Período Especial ha quedado como ejemplo de que a veces ni siquiera la combinación de leverage y linkage altos son suficientes para precipitar transiciones democráticas.

Fácilmente podemos ver que Venezuela difiere de los casos asiáticos tanto en leverage como en linkage. Este último es elevado debido a los lazos sociales y culturales con Estados Unidos que se remontan a más o menos un siglo. Aunque bajo el chavismo parte de las exportaciones petroleras a EE.UU. fueron remitidas a otros destinos (probablemente en previsión de que se llegara a la coyuntura actual), para enero de 2019, cuando Trump paró en seco la compra de crudo venezolano, esas ventas seguían constituyendo por mucho la mayor fuente de ingresos para el Estado venezolano. Es decir, el leverage seguía siendo relativamente alto. Las sanciones secundarias obstaculizan el surgimiento de alternativas comerciales, lo cual es reforzado por las medidas punitivas anunciadas este lunes. Además, como expliqué en una entrega de esta columna en febrero, el hidrocarburo del cual el régimen venezolano es tan dependiente pudiera ser mucho menos atractivo para sus amigos poderosos que el azúcar cubana, dado que Rusia ya es uno de los mayores productores de petróleo del mundo y China cuenta con muchos otros proveedores (sin mencionar que el crudo vendido a estos dos es para el pago deudas y no genera caja). Debo confesar, empero, que Pekín y sobre todo Moscú se han mostrado más dispuestos a seguir respaldando a su aliado suramericano que lo que imaginé hace unos meses, aunque eso no convenga a sus bolsillos. De todas formas, es obvio que las sanciones han afectado al régimen. Si no, no se esforzarían tanto por zafárselas. Quizá la pregunta clave es si puede resistir los efectos y arreglárselas para mantener satisfechos, pese al ingreso mermado, a los grupos que lo mantienen en el poder. Y quizá, volviendo a uno de los puntos iniciales, las circunstancias especiales del caso venezolano marquen la diferencia con respecto a la enigmática durabilidad del castrismo durante el Período Especial.