Tiempo de definiciones… por Antonio José Monagas - Runrun

CUANDO LAS REALIDADES SE VUELVEN DUBITATIVAS, las confusiones permean todo. Lo mismo sucede en aquellos casos, en que esas mismas realidades lucen inciertas. O porque se tornan vagas, indefinidas o ambiguas. Indistintamente de lo que sus consecuencias arrojen, el problema tiene su fuente en la indeterminación acusada como generadora de conflictos y caos. Y desde luego, de tantas complicaciones como lecturas pueda provocar la confusión como insidioso problema.

Vale iniciar esta disertación, animando una reflexión en esta línea de pensamiento. Particularmente, toda vez que Venezuela se sumió en una dicotomía la cual ha derivado en gruesos desencuentros cuyos desenlaces, según algunos, están en pleno desarrollo. Otros, manifiestan que entraron en una fase de entumecimiento que sólo tenderá a arraigar, aún más, la causa de la crisis política. Ésta, instalada a lo interno del funcionamiento orgánico del país.

Venezuela pasó de su otrora condición apacible, aún en medio de duros embates políticos y sociales, a un país de abierto antagonismo. Resultado esto de distorsiones conceptuales que fueron acumulándose a medida que fueron desconociéndose posibilidades de desarrollo. Además, agravadas por situaciones que, en los últimos años, no lograron conciliarse con oportunidades que, por equivocadamente manejadas, dieron al traste con recursos cuyo destino terminó desvaneciéndose en la oscuridad de gestiones de gobierno que, demagógicamente, apostaron a objetivos “democráticos”. Así fue, en medio de un inmediatismo soez y de un pragmatismo vulgar.

Situaciones así, devinieron en un desaliento que mediatizó el compromiso político, tantas veces asomado, de resolver el proyecto histórico que articularía el sentido de nacionalidad con el de identidad y ciudadanía. Este vacío, determinó serias contradicciones en la actitud política de venezolanos. Sobre todo, de quienes fungieron como gobernantes en momentos cuando más se necesitaba de forjar una conciencia que pudiera allanar las brechas que estos mismos problemas sociopolíticos y socioeconómicos, habían incitado.

Fue de esa manera como el populismo halló el mejor momento para aterrarse hasta confundirse estructuralmente con preceptos trazados constitucionalmente. Fue casi un juego elaborado por demagogos de oficio, investidos de juristas y legisladores, para encubrir estragos, traiciones, y desfalcos en toda la extensión de la estructura pública nacional.

Así fue como el país comenzó a verse deprimido o acongojado. Todo él, padeció dicho problema. Desde lo más encumbrado de su ordenamiento jurídico, hasta lo operativo e instrumental de su discurrir. Resultó fácil escamotearlo, para entonces asediar su funcionamiento desde su propia esencia. Tan imperceptible fue tal confusión, que argucias de distintas naturaleza consiguieron burlar estrategias disfrazándolas de coyunturas. Bajo éstas circunstancias, pudieron esconderse trampas y fraudes que luego sirvieron para habilitar funciones que permitieron violaciones políticas y administrativas de toda especie y tamaño.

En la mitad de tan trémula situación, se potenció la crisis política. La crisis de Estado, que hizo que cualquier desarreglo tuviera camuflada cabida en la organización de gobierno. Se hizo posible que la implosiva tiranía, adquiriera fuerza y cuerpo. Tanto que, pocos años luego, el país se extravió del rumbo marcado constitucionalmente. Hoy, Venezuela se convirtió en una situación de hecho que a su vez, avivó un estado de facto. Se perdió toda perspectiva de lo que es el Estado democrático y social de Derecho y de Justicia, aducido y propugnado constitucionalmente.

Así procuró construirse el espacio político y jurídico necesario para que algunos inventaran las abyecciones que mejor calcaran escenarios que históricamente fueron desechados por razones de inconsistencia, inconexión e incongruencia. De esa manera, esos mismo personajes, en funciones de gobierno, justificaron procesos electorales para presidente de la República. No sin antes haber creado instituciones, oficinas u organismos públicos que se mostraran complacientes con cualquier degradación jurídica establecida en esa misma dirección.

De esa forma, surgió un Consejo Nacional Electoral servil. Un Tribunal supremo de Justicia, dependiente. Un estamento militar, indigno y vendido al mejor postor. Un cuerpo de instancias de la Administración Pública, denigrante y vergonzoso. Así la estructura gubernativa, perdió su razón de ser al transformarse en un mediocre aparato al servicio de mezquinos intereses y mediocres objetivos acreditados bajo el fatuo nombre de “revolución”.

En consecuencia, el alto gobierno trastornó la Constitución de 1999 ajustándola a coyunturas que incitaron ciertos procesos imaginativos que no tuvieron sustento real. La Constitución se había convertido en una entelequia. Por eso, no se tuvo contemplación con proscribir el Estado de Derecho sobre el cual se erigía la institucionalidad democrática aducida por la Carta Magna.

Ello dio como resultado situaciones absolutamente factuales que sólo sirvieran para formalizar las contradicciones de las que se ha valido el discurso gubernamental para inculpar cualquier actor político o social del que pudo aprovecharse para justificar los desafueros cometidos con el aval de una torcida o acomodaticia justicia.

Así que ante el fragor de tanto desarreglo jurídico, fundado e infundado, causante de arriesgadas confusiones, se hace inminente pasar a un estadio de la vida nacional precedido y presidido por un justo, inaplazable y necesario tiempo de definiciones…

 

@ajmonagas