Un triste intento de dilema hamletiano - Runrun
Alejandro Armas Nov 30, 2018 | Actualizado hace 2 semanas
Un triste intento de dilema hamletiano

 

EN ESTA COLUMNA, QUE ACABA DE CUMPLIR TRES AÑOS DESDE SU PRIMERA PUBLICACIÓN, se discuten los hechos del pasado en un esfuerzo por entender mejor los del presente. Aunque por lo general el retrovisor es enfocado para tener perspectiva de lo que ha ocurrido en tiempos relativamente distantes, aquello que arbitrariamente llamamos “historia”, en realidad no hay ninguna limitación fija sobre qué tan cerca podemos dirigir la mirada, aunque por otro lado comentar hechos acaecidos ayer haría que la columna perdiera su particularidad. En esta ocasión la marcha atrás no será muy larga. Nos atañen hechos que se remontan al año pasado, a propósito de la proximidad de una elección, votación o como lo quiera llamar, para designar concejales en todos los municipios del país.

Es verdaderamente lamentable ver que a estas alturas del partido los sectores en que se ha fragmentado la dirigencia opositora, junto con sus respectivos adláteres intelectuales, siguen peleando de manera encarnizada en torno a la pertinencia de la participación en el “proceso”, término empleado a falta de uno mejor para designar lo que sea que se llevará a cabo el domingo 9 de diciembre. Este patético enfrentamiento es quizás la manifestación más sobresaliente de un problema mayúsculo que embarga a todo el liderazgo disidente. A saber, la falta de una estrategia que coordine diferentes acciones orientadas a conseguir el cambio político que urge a un país hecho trizas.

La oposición venezolana jamás ha sido homogénea. En su seno conviven diferentes ideologías que van desde la socialdemocracia hasta el liberalismo, pasando por algunas organizaciones de tendencia democristiana, socialcristiana o conservadora. Lo que amalgama a todas es su repudio al chavismo y su aspiración a desalojarlo del poder. Pero es en este punto que surgen otras divergencias, puesto que cada partido político tiene más o menos una idea vaga de cómo lograr el objetivo. Las primeras aproximaciones al problema fueron bastante irregulares, pero a partir de 2006 y durante una década existió el consenso entre los partidos relevantes en torno a una estrategia con el voto como punto de partida. Así pues, la oposición participó en todas las elecciones durante ese lapso, esperando en algún momento acumular suficiente apoyo ciudadano para arrebatar el poder al chavismo. La Mesa de la Unidad Democrática fue la coalición creada para impulsar tal estrategia.

El detalle es que la MUD nunca se planteó, al menos de forma acertada, qué hacer con el poder conferido por el voto mayoritario, como quedó demostrado luego de la conquista de la Asamblea Nacional.  Dicho poder, como todos sabemos, fue confiscado por los poderes públicos subordinados a los intereses de la elite oficialista. Entonces, poco a poco, la coalición hizo implosión debido a diferencias irreconciliables sobre qué hacer más allá del voto. Las protestas del año pasado cohesionaron por un tiempo a los diferentes sectores, pero una vez que estas terminaron, la ruptura se volvió irremediable. Consciente de ello, el Gobierno permitió la convocatoria al proceso para designar gobernadores, tras un año de retraso flagrantemente inconstitucional.

Un grupo en la oposición, que a partir de ese momento integró el movimiento Soy Venezuela, estableció como punto de honor no participar más en ningún tipo de proceso, convencido de que de ninguna manera se lograría avanzar hacia la meta por ese camino y de que, peor aún, tal participación serviría para legitimar el régimen ante la comunidad internacional democrática. En cambio, los partidos que permanecieron en la MUD decidieron tomar parte, asegurando a los ciudadanos que serían capaces de propinar otra derrota al chavismo, contrarrestar cualquier fraude e incluso acercar la causa opositora a su objetivo final. Esta divergencia polarizó a ambos sectores opositores y desató un alto nivel de agresividad entre ellos que hasta hoy se mantiene.

En teoría, es incorrecto afirmar que el fin de los autoritarismos y las transiciones democráticas no pueden empezar con elecciones. De hecho, el siglo XX brindó varias ilustraciones de tales procesos. Para los latinoamericanos, la más conocida es el Chile de Pinochet. Incluso si el régimen no reconoce el triunfo opositor, la participación electoral puede ser el catalizador de un conjunto de hechos (normalmente protestas masivas, presión internacional o un conjunto de ambas) que precipiten una crisis en la cúpula gobernante y la obliguen a entregar el poder. Esa es la tesis tantas veces esgrimida por admirados especialistas, como el profesor John Magdaleno. No obstante, estos procesos requieren de una estrategia diseñada meticulosamente por el liderazgo opositor. Es indispensable estar preparado ante cualquier escenario luego de que todas las urnas hayan sido revisadas, da manera que los elementos de poder favorables se movilicen al instante.

Como todos ya sabemos, la MUD no contaba con esa estrategia cuando decidió participar en el proceso regional del año pasado. Grandísimo error. Aunque hubo factores alentadores, como el visto bueno de la comunidad internacional democrática, no se planificó qué hacer tras el día del sufragio. Como consecuencia, la coalición fue incapaz de hacer valer su reclamo contra los vicios de la jornada con el respaldo activo de los ciudadanos, quienes cayeron naturalmente en profunda decepción y frustración. Solo el veterano dirigente Andrés Velásquez pudo mostrar pruebas de fraude electoral, sin que eso bastara para desatar un evento importante.

Desde Soy Venezuela la reacción fue un “Se los dije”. Alegría de tísico, puesto que este movimiento adolece del mismo problema al no tener una estrategia que trascienda la abstención.

Luego de aquel día fatídico, la MUD terminó de resquebrajarse por nuevas diferencias entre sus integrantes sobre la participación en procesos. Pese a todas las advertencias de déjà vu, Henri Falcón y sus aliados se fueron por el mismo camino de las regionales buscando llegar a Miraflores y el fiasco fue aun mayor. A pesar de ello, hoy siguen llamando a votar sin más, esperando inexplicablemente un resultado distinto. Recientemente, el triunfo opositor en las elecciones de la Universidad de Carabobo fue presentado de forma abusiva por este sector opositor como prueba de que todavía es posible derrotar al chavismo en elecciones, sin tener en cuenta la obvia diferencia entre los costos para la elite oficialista de no controlar una organización estudiantil y los costos de no controlar el país. El símil, ya débil, recibió una estocada final con la sentencia del Tribunal Supremo de Justicia que obliga a la universidad a proclamar como ganadora a la abanderada del chavismo.

Finalmente, estamos de vuelta ante la perspectiva del proceso para las legislaturas municipales. La situación no ha cambiado ni un ápice con respecto a las regionales de 2017. Ergo, cualquier participación electoral sin una estrategia para el día después del voto está condenada a repetir la experiencia. Y de todas formas, si la dirigencia opositora hubiera contado con tal estrategia, el momento indicado para aplicarla habría sido el proceso presidencial de mayo, dado que hubiera estado el centro de todo el poder en juego. Por otro lado, la abstención en solitario tampoco supone ningún avance. En conclusión, el debate sobre votar o no, que tanta animosidad produce entre los bloques opositores, es fútil, un triste intento de dilema hamletiano. Solo una estrategia amplia puede hacer del voto o la abstención herramientas útiles para la causa opositora. Los sectores de la dirigencia deberían estar trabajando en construir esa estrategia. En vez de eso, se concentran en tratar de desplazarse los unos a los otros, mientras la nación se hunde en la miseria más atroz. Una vez más, me permito instarlos a evaluar prioridades.

Si usted, estimado lector, esperaba encontrar en estas líneas una respuesta a la pregunta sobre la conveniencia del voto el 9 de diciembre, no la encontrará. Esa es una decisión de cada ciudadano. Me limito a señalar que antes de decidir hay que entender la naturaleza del proceso. En primer lugar, por todo lo anterior, nada de hacerse ilusiones sobre el mismo como acelerador de un cambio nacional. A lo único que puede aspirar es a preservar aunque sea un poco la calidad de vida en su municipio, teniendo en cuenta que la elite oficialista puede quitar cuando quiera y de un zarpazo las atribuciones de los funcionarios electos, si es que los reconoce como ganadores en primer lugar. También tiene que considerar que muy probablemente, si su candidato gana, lo obligarán a juramentarse ante la “Asamblea Nacional Constituyente”. Si usted tiene todo esto en cuenta y quiere votar, hágalo.

Posdata: Como dije más arriba, esta columna está en su tercera semana de aniversario. De nuevo, quiero agradecer al maravilloso equipo de Runrunes por esta pequeña ventana que se da por satisfecha si contribuye dentro de sus modestas posibilidades al debate por una Venezuela mejor. En más de cien artículos publicados, jamás me han modificado una coma, lo cual vale mucho en tiempos de censura brutal. Por supuesto, también expreso mi gratitud a quienes me honran con su lectura, sobre todo si dejan comentarios. Elogios y críticas son bienvenidos por igual. En tres años me han brindado sonrisas y aprendizaje. A todos: ¡Mil gracias!

 

@AAAD25