¿Dónde estás?, por Gonzalo Himiob Santomé
¿Dónde estás?, por Gonzalo Himiob Santomé

 

No es esta una pregunta que vaya dirigida algún buen amigo o a algún primo de los que no se tienen noticias desde hace tiempo y que, se presume, se fueron, como tantos otros, de nuestro país. La pregunta es para ti, que sigues aquí, en Venezuela, en ese país al que ya no reconocemos como aquel en el que crecimos y que, con sus buenas y malas y con sus imperfecciones, le daba cobijo, oportunidades y tranquilidad a todo el que entendiera que no se construye una vida ni se pone el pan en la mesa esperando las limosnas del gobierno.

¿Qué ha sido de ti? Allá por el 2001, cuando el gobierno de Chávez insinuó apenas que quería jurungar la educación de tus muchachos te le plantaste de frente y, bajo la consigna “con mis hijos no te metas”, lo hiciste retroceder. Más tarde, en 2002, Chávez nos impuso una retahíla de decretos y acabó con la meritocracia que regía en nuestra más importante industria, en aquellos tiempos una de más eficientes y rentables del mundo, y saliste a la calle como nunca lo has vuelto a hacer después, hecho millones, en paz y con la frente y tu bandera en alto. Es verdad, por razones que todos conocemos y que no viene al caso comentar en este momento, tras mucho bregar esa fue una batalla que perdimos, pero tu voz se alzó clara y contundente contra los abusos y demostraste también que estabas a la altura del momento. Después vino el paro cívico nacional 2002-2003, y pese a los cuentos de camino que el poder se empeñó en consolidar como la “verdad oficial”, lo cierto es que cumpliste tu parte, te quedaste en tu casa y el país, en efecto, estuvo casi completamente paralizado.

Después vinieron, desde el 2003 hasta el 2004, los lances del firmazo y del reafirmazo, y allí también pagamos cuotas muy altas, como las pagamos luego en 2007 cuando te vi en la calle luchando, solo con la Constitución en la mano, contra el cierre arbitrario de RCTV y contra aquella propuesta de reforma constitucional que pretendía convertirnos en lo que nunca hemos sido. No pudiste evitar que Chávez siguiera en el poder, de hecho, luego demostraste que lo único que le interesaba era reelegirse de manera permanente, ni que RCTV saliera del aire, pero al abuso le plantaste tu “no” y, de la mano de un movimiento estudiantil como no se ha vuelto a ver, te alzaste con una victoria incontestable contra las intenciones hegemónicas de uno que hasta ese momento se había creído invencible y todopoderoso. Además, demostraste que ya empezabas a ser parte de esa gran mayoría que ya tenía claro que el país no debía seguir por la senda que unos pocos se empeñaban, y se empeñan, en imponernos.

Luego estuviste a punto de cambiar la historia de tu país. Te organizaste, tragaste sapos y culebras (como lo harías también después, consciente de que no era el momento de poner tus antipatías y disgustos personales por encima de las necesidades del país) y, primero en 2013, estuviste a mucho menos de un 1% de votos de darle un giro de timón a Venezuela, cambiando de presidente, y después, en 2015, lograste que la AN dejara de ser un simple instrumento del Poder Ejecutivo y le demostraste al mundo que el gobierno ya no tenía respaldo popular alguno. Hoy es el único órgano del Poder Público que tiene indiscutible legitimidad de origen. Eso lo lograste tú.

En 2014 dijiste, “ya basta”, y de nuevo alzaste tu voz y tu bandera en todo el país. Lo mismo hiciste en 2017. La máquina represiva, ocupada solo de mantener a los pocos en el poder, contra el deseo de muchos, se terminó de quitar la careta y el mundo conoció por fin su verdadero talante y lo que en Venezuela significa y cuesta alzar la voz contra el poder. Es verdad, en esos momentos confiaste en gente que después te traicionó, gente a la que solo le interesaba su propio juego y que, cuando más la necesitaste a tu lado, cuando más la querías resteada y firme, te dio la espalda. A esos los ha juzgado, y los seguirá juzgando, la historia. Algunos lo hicieron por conveniencia, otros para seguir de fichas ilusas en un tablero en el que no han terminado siendo, creyéndose reyes y reinas, más que peones prescindibles, otros, los menos, pueden incluso hasta haber obrado de buena fe, pero cualesquiera que hayan sido, aquellas fueron sus intenciones y sus decisiones, no las tuyas, no puedes seguir escudándote en ellos ni en sus errores para evadir tus responsabilidades como ciudadano.

Si miras hacia atrás, lograste que el Himno Nacional, que antes de esta locura se escuchaba con hastío y hasta como obligación, volviese a tener sentido y que hasta lágrimas nos arrancara. Eras parte del “bravo pueblo”, luchabas sin cansarte contra el yugo y la opresión y reclamabas del poder, en cada uno de tus pasos, el respeto y la gloria que sentías tan tuyos como tu propio corazón.

Pero ahora no te veo. La situación está ahora mucho peor que antes. Ningún momento de nuestra historia reciente te ha dado tantos motivos para ejercer tu ciudadanía, para plantarle con decisión y arrojo la cara al oprobio, pero solo se siente de ti un silencio pesado y abrumador: Ocupados solo de sobrevivir hora a hora y un día a la vez, nos movemos y comportamos como zombis desde una inercia que dista mucho de ser digna de las notas que cantan y enaltecen nuestro gentilicio libertador. Lo sienten nuestros muertos, nuestros presos políticos, nuestros exiliados. Lo sienten tus padres y tus hijos, y lo siente Venezuela. La peor prisión que padecemos hoy los venezolanos que seguimos en nuestro país, la estamos construyendo con nuestra apatía, con nuestra indiferencia, con nuestro egoísmo y sí, también en muchos casos, con nuestra ceguera y con nuestra estupidez. Duele, pero es así.

Por eso la punzante pregunta nos estalla todos los días en la cara y se cuela en cada resquicio, en cada calle, en cada barrio, en cada hospital en el que se nos muere un hermano por falta de medicinas, en cada alimento que no podemos comprar porque ya no está o porque no nos alcanza el dinero, en la morgue atiborrada, en cada esquina en la que un padre tiene que hurgar en la basura para darle de comer a sus hijos, en cada empresa que cierra, en cada empleo que se pierde, en cada lágrima impuesta por la distancia y la separación forzada entre los padres y los hijos y en cada atentado impune contra nuestra dignidad: ¿Dónde estás?

@HimiobSantome