Dentro de las mafias quienes las integran saben muy bien que siempre que haya dinero habrá lealtad, pero que una vez que esté falta, comienzan a aparecer las traiciones. Así fue que el llamado eje pasó del escenario donde todo estaba “bajo control” a uno marcado por la incertidumbre, donde nada está garantizando, ni los amigos, ni la libertad, ni la vida. Así hemos visto como aliados que antes se mostraban incondicionales se van alejando por simple instinto de supervivencia, otros van cayendo uno a uno en manos de la justicia y los que aun se logran mantener lo hacen desde la sombra de la soledad y el aislamiento.
Era práctica común avasallar al que se atrevía a cuestionar aquel estado de cosas con un patoterismo que lejos estaba de representar algo llamado diplomacia. Si no eras cómplice por acción entonces debías convertirte en cómplice por omisión porque de lo contrario no era posible coexistir en ese ambiente. Si se metían con uno salían en manada en defensa del otro, más que por un acto de solidaridad e “integración regional”, por identidad corporativa si podemos llamar así la defensa de su plata y sus negocios.
Fue una manera de hacer diplomacia y política de la que todavía vivimos los coletazos porque en el proceso de embarrarse ellos, embarraron a muchos más que aceptaron sobornos, que facilitaron sus fechorías y que hoy les toca rendir cuentas. Es verdad, no están todos los que son, ni son todos los que están, pero mientras más solos quedan quienes se mantienen gracias a la impunidad, más cercados se sienten.