AMLO no necesariamente es otro Chávez, pero... por Alejandro Armas
AMLO no necesariamente es otro Chávez, pero…

 

Tal como ocurriera hace un mes debido a los comicios presidenciales al otro lado de la frontera, los venezolanos más interesados en la política dirigieron su atención a principios de esta semana hacia México y las elecciones que determinaron al jefe de Estado de esa nación para los próximos seis años. Lo que en otras circunstancias habría sido un fugaz intercambio de opiniones a propósito de la suerte de otras tierras se prolongó por varios días y hoy sigue produciendo debates, tanto fértiles como yermos. Esa es la consecuencia, en parte, del lamentable estancamiento en que ha caído la política venezolana desde el punto de vista de la disidencia al régimen de Nicolás Maduro, al punto de que los eventos foráneos resultan más interesantes. Pero también es producto de las inquietudes que pueda generar en el tablero geopolítico continental el cambio de rumbo en México, uno de los jugadores de mayor peso. Sobre todo considerando de qué manera se verá afectada la presión internacional sobre los gobernantes de Venezuela que poco a poco se ha ido acumulando.

 

En tal sentido, el triunfo de Andrés Manuel López Obrador no produjo sorpresas, pero sí decepciones. La izquierda populista latinoamericana, en la que se circunscriben bastantes aliados del chavismo, ha ido de derrota en derrota en los últimos años, dejando a los rojos criollos con pocos amigos en la cuadra. México se ha desviado de la tendencia y la mayoría de sus casi 100 millones de electores ha decidido entregar las llaves de la oficina frente al Zócalo a un perseverante dirigente (esta fue su tercera candidatura presidencial), cuyo partido es parte del deplorable Foro de Sao Paulo.

 

López Obrador no solamente ganó. Arrazó. Sus contrincantes, incluyendo a los abanderados del statu quo mexicano, no le llegaron ni a los talones. No conforme con eso, sus partidarios se han quedado con la mayoría o la pluralidad de los escaños en ambas cámaras del Congreso. La futura oposición tendrá opciones limitadas. Son noticias importantes para México, Latinoamérica y el mundo. Por ello vale la pena observar los hechos con detenimiento para tener idea de cuáles serán sus consecuencias.

 

En primer lugar conviene hacer una aclaratoria: el de López Obrador no será el primer gobierno izquierdista en su país. Varios medios de comunicación no mexicanos erraron con sus titulares en este aspecto. También supuestos eruditos en el aparato de propaganda de la elite oficialista venezolana, quienes demostraron así su desconocimiento de una historia con la que deberían estar familiarizados por afinidad ideológica.

 

La Revolución Mexicana, cuyas banderas a favor de beneficios económicos  y sociales para las masas empobrecidas y en contra de la intervención extranjera (sobre todo estadounidense) siempre han fascinado al marxismo-leninismo, desembocó en la casi centenaria “dictadura perfecta” del Partido Revolucionario Institucional. Como otros partidos hegemónicos con poca cohesión ideológica, dentro del PRI han convivido diversas formas de pensamiento político. Si bien presidentes como Carlos Salinas emprendieron algunas reformas liberales, el estatismo izquierdista ha sido casi una constante. Desde luego, ha habido gobiernos más “ñángaras” que otros. Sin duda el caso más emblemático fue Lázaro Cárdenas, impulsor de una reforma agraria (de resultados discutibles, ciertamente) y de la estatización del petróleo. También fue el mejor amigo de los republicanos españoles, a quienes abrió el puerto de Veracruz para su llegada, y el país entero para su instalación temporal o definitiva. Pero Cárdenas no fue el único. El gobierno de Luis Echeverría en los 70 también se caracterizó por su talante zurdo. En la década siguiente la banca nacional fue estatizada, una medida que está en las antípodas ideológicas con respecto al “neoliberalismo” que tanto irrita a las lumbreras de Telesur.

 

De vuelta a López Obrador, seguramente la pregunta que muchos venezolanos se hacen es si este es o no una versión mexicana de Chávez. En realidad, esta interrogante está mal formulada. La falta de interés por estudiar la política y la historia de otras latitudes puede llevar al error de extrapolar nuestros moldes y pretender que en todas partes hay un calco de los personajes de nuestro drama y un equivalente a cada acto. Eso tampoco quiere decir que no haya similitudes entre Chávez y López Obrador. Las hay, no son pocas y resultan preocupantes. La más obvia es el discurso demagógico de redención de los pobres, que siempre resulta seductor en sociedades con grandes desigualdades (algunas de ellas injustas), pero que suele materializarse en acciones nocivas para la riqueza sin beneficiar a los humildes. Otros puntos en común son la admiración expresa hacia el régimen cubano, el rechazo al liberalismo económico y la alergia a los cuestionamientos formulados por periodistas y medios de comunicación.

 

Sería absurdo suponer que López Obrador de la noche a la mañana contará con todos los factores que a su favor tienen los sucesores de Chávez hoy para hacer lo que les da la gana con el país. Si se va hacer comparaciones, solo tendría sentido usando como referencia los inicios de la era chavista. El próximo Presidente de México es un político veterano, civil, de 65 años, que ya ha gobernando una ciudad (el DF) que tiene más o menos dos tercios de la población de toda Venezuela. Un perfil bastante diferente al de un militar golpista con edad menor al cincuentenario, sin experiencia política previa. Sin embargo, no hace falta venir del mundo armado para despreciar la democracia aun a pesar de llegar al poder por el voto, como han demostrado Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia.

 

De momento, López Obrador no ha contemplado la redacción de una nueva Carta Magna para México, proceso que Chávez usó como bandera electoral. Quizá ello tenga que ver con que allá en el sur de Norteamérica, la Constitución ha estado vigente desde hace 101 años y se habría arraigado con mayor fuerza entre los ciudadanos que la malhadada Ley Fundamental venezolana de 1961. Pero reformar varias veces una Carta Magna puede, como dice el chiste, parecerse igualito a hacer una nueva. El artículo 135 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos estipula el procedimiento para cualquier modificación: debe ser aprobada por dos tercios del voto de los integrantes del Congreso presentes en la respectiva sesión, y luego recibir el visto bueno de la mayoría de las legislaturas estadales (o sea, de 17 estados). Tal federalismo pareciera hacer muy difícil que haya cambios, pero en realidad la Constitución ha sido modificada cientos de veces. De hecho, los últimos tres períodos presidenciales han sido los más ricos en reformas, según algunas mediciones. Con sus partidarios dominando el Congreso, para López Obrador la cosa tal vez sea muy sencilla.

 

Ahora bien, asumamos que en algún momento de su sexenio al presidente electo se le ocurriera, en vez de remendar el flux, mandar a hacerse uno nuevo. Si encima se mira en el espejo venezolano, ya no sería una cuestión de leyes, puesto que aquí la Constitución del 61 fue derogada de una forma que ella misma no estipuló. Y las instituciones lo permitieron. De manera que en ese hipotético caso, sería la institucionalidad republicana mexicana la que estaría a prueba ante el populismo. Aunque en ningún lugar del mundo esa institucionalidad debe depender de los vaivenes de la opinión pública, en Venezuela eso mismo terminó pasando. No solamente las masas se dejaron seducir por el discurso de Chávez. Las cúpulas intelectuales y culturales del país facilitaron la tarea. López Obrador en este momento tiene a su favor a una parte importante de las elites mexicanas, aunque también hay en ellas adversarios tenaces.

 

Por último, cabe mencionar que ya en el statu quo que López Obrador aspira a alterar, los mandatarios mexicanos cuentan con un poder enorme. Son casi emperadores aztecas electos para un período demasiado largo. Es por eso que la prohibición estricta a la reelección ha sido establecida como contrapeso a las ambiciones caudillescas. También preocupa que el Estado mexicano cuente, como el venezolano, con el control de los recursos petroleros mediante la empresa pública Pemex. Y López Obrador ha criticado duramente las reformas puestas en marcha por el gobierno saliente para permitir una mayor participación de privados.

 

Resulte lo que resulte de las acciones de López Obrador dentro de México, lo que sí parece casi seguro es que la oposición venezolana perderá a un aliado internacional. El Grupo de Lima podría quedarse sin uno de sus miembros más influyentes. Lo más probable es que López Obrador mantenga su distancia con respecto a Maduro, por una cuestión de reputación, y que a la vez se abstenga de señalarlo. El Gobierno venezolano no necesita muchos amigos explícitos, más allá de Rusia y China. Con el silencio del mundo le basta. Por eso aparecieron rápidamente tuits de celebración en cuentas de dirigentes oficialistas en la noche del domingo. Y por eso hubo al día siguiente tantos chistes de venezolanos sobre el karma y la salida de México del Mundial de Fútbol. Y nosotros, mientras, aún pagando un karma injusto.

@AAAD25