Otra prestidigitación monetaria más, por Alejandro Armas
Alejandro Armas Mar 23, 2018 | Actualizado hace 2 semanas
Otra prestidigitación monetaria más

 

“Desvergüenzaatrevimientoinsolenciafalta de respeto”. Ese es el resultado que arroja escribir “descaro” en el buscador del Diccionario de la Real Academia Española y presionar el botón contiguo con un símbolo de lupa. Ergo, tal es el concepto al que se alude cada una de las millones de veces diarias en que un venezolano señala a la elite oficialista por su forma de comunicar a la ciudadanía (si es que tal cosa aún existe aquí) su desempeño en el manejo de las riendas del Estado. Mientras la nación se retuerce de dolor, ¿qué puede sentir uno viéndolos en la pantalla del televisor hablando muy sonrientes sobre sus planes, en un ambiente festivo en el que los chistes (pésimos), la música y el baile están a la orden del día? Para ellos el fracaso no existe. Sus gestiones son insuperablemente positivas y la única razón por la que los resultados no son aun más espectaculares es la sempiterna acción de perversos enemigos. Todas sus ideas son presentadas con denominaciones pomposas que indiquen con perfecta claridad la virtud que las recubre, incluso si son repeticiones de medidas que no cumplieron ni una sola de las expectativas planteadas al momento de su implementación original.

Es así como pasamos del “bolívar fuerte” al “bolívar soberano”. Adjetivos recargados de bondades sirven de apellido a una moneda que va para medio siglo sufriendo la alta inflación crónica y la devaluación, proceso que se ha acelerado a un paso infernal en las últimas dos décadas. La cosa es en verdad anonadante: dos reconversiones monetarias en apenas diez años. Más allá de la extrema gravedad que esto supone en cuanto al deterioro de la economía, lo que desosiega es la forma en que tanto ayer como hoy quitarle tres ceros a la moneda es descrito por el Gobierno como una panacea, cuando en realidad es un artificio que provocaría la mofa por los magos de la antigua Persia, un truco de prestidigitación que haría sonrojar a David Blaine y un acto de escapismo con respecto a la inflación que avergonzaría a Houdini.

Hagamos memoria, como se acostumbra en este espacio. En 2007, un Chávez que se sentía imbatible y capaz de todo, tras conseguir cómodamente la reelección, decidido a dar su propio “gran salto adelante” hacia el socialismo real, anunció que mil bolívares serían un bolívar muy pronto.  A pesar de la alerta de los economistas del país sobre el carácter puramente cosmético de la medida mientras no fuera acompañada de muchas otras políticas fiscales, monetarias y cambiarias, desde Miraflores y el Banco Central se insistió en que gracias a ella los problemas de nuestro medio de pago terminarían. El nuevo cono monetario hizo su aparición a principios de 2008.

Las semillas para el desastre ya estaban sembradas: controles de precios y de cambio, opacidad en el manejo de fondos públicos, gastos desbordados en proyectos de populismo nacional e internacional desbordado, financiamiento de dichos gastos cortesía de la oficina en Carmelitas (aquel “millardito”). Pero para los revolucionarios, nada de eso importaba y si algún pequeño mal había, de eso se encargaría la reconversión. En vez de discutir con seriedad sobre los oscuros pronósticos por venir, desde el poder solo se escuchaban elogios a la belleza de los nuevos billetes y hasta bromas sobre cómo la moneda del “imperio” una vez más podía expresarse en bolívares con un solo dígito. Una animación propagandística mostraba a “Mediomalo”, encarnación monstruosa de las televisoras de línea editorial crítica (hoy desaparecidas por la censura), advirtiendo sobre la inflación, la devaluación, la escasez, la fuga de inversiones y el hambre que llegarían. En cambio, un joven vestido con el tricolor nacional argumentaba que la reconversión facilitaría el uso del efectivo, fortalecería la moneda y fomentaría el crecimiento económico. Ahora todo el mundo sabe cuál de los dos personajes caricaturescos tuvo razón.

Tan segura estaba la cúpula sobre su pronóstico de prosperidad y estabilidad, que las autoridades monetarias llegaron fanfarronear que tendrían que pasar al menos 20 años para que fuera necesario emitir un billete de Bs 200. Pues bien, tan “fuerte” resultó ser el nuevo bolívar que en menos de la mitad de aquel lapso fue lanzada una pieza de 100.000. Se ordenó diseñar tal papel, se imprimió e, incluso, se le agregaron elementos de seguridad adicional, todo lo cual cuesta, a pesar de que no tiene ningún sentido falsificar una moneda que se devalúa a paso hiperinflacionario y de que en tales contextos lo normal es reducir la calidad de los billetes para no desperdiciar fondos que servirían para atender otros aspectos de la maltrecha economía. En fin, todo esto se hizo solo para que en poco tiempo a aquellas piezas les saliera un reemplazo. En vez de cumplirse la profecía, a 10 de los 20 años previstos hubo otra reconversión.

Todos los factores que contribuyen al aumento espeluznante de los precios y a la pulverización de la moneda se mantuvieron luego de 2008, siguen presentes hoy y no hay ninguna señal de que próximamente desaparecerán. El Gobierno siguió empeñado en financiar sus gastos abultados con bolívares sin respaldo mientras la producción nacional se hundió a niveles terroríficos. Nada de eso ha cambiado. En la actualidad, la base monetaria (dinero generado por el Estado) crece de forma demencial. Muchos más bolívares persiguen cada vez menos bienes y servicios. Ley de oferta y demanda que la izquierda trasnochada se niega a entender. Tal emisión descarriada se ve estimulada (mas no justificada) por el desplome en la recaudación fiscal real. Ayer dijo el economista Francisco Ibarra que el total recolectado por el Seniat en febrero pasado apenas ascendió a 183 millones de dólares al tipo de cambio par, mientras que en ese mismo mes de 1998 fueron 504 millones. No conforme con esto, se dio una prórroga de dos meses para el pago del ISLR. Por hiperinflación, los bolívares recolectados hasta la próxima semana valdrán mucho menos para finales de mayo (Efecto Olivera-Tanzi). Es un pandemónium fiscal.

Volviendo a la década pasada, conviene igualmente recordar que se estableció un lapso de nueve meses entre el decreto de reconversión y el inicio de la circulación de los nuevos billetes. Ahora, con muchísimas menos divisas para importar las piezas, se ordenó apenas un período de tres meses. Aún la gente tiene fresco el recuerdo de los retrasos en la llegada del cono monetario de 2016. Pero excusas siempre habrá: “bloqueo financiero”, “sabotaje en el traslado aéreo del papel moneda”, etc.

Sin un plan de estabilización macroeconómica efectivo, esta reconversión monetaria será otra vez puro maquillaje. La hiperinflación seguirá y economistas ya hacen apuestas sobre cuánto valor habrán perdido los billetes que Maduro mostró ayer para el momento en que los tengamos en nuestras manos, y también sobre cuánto tiempo pasará para que se vuelvan inútiles. La explicación oficial para cuando llegue ese momento pudiera ya estarse preparando. ¿La darán a ritmo de harpa, cuatro y maracas?

 

@AAAD25