No estamos en 1976, Su Santidad, por Alejandro Armas
Alejandro Armas Feb 02, 2018 | Actualizado hace 2 semanas
No estamos en 1976, su santidad

FranciscoyBachelet

 

Recuerdo claramente el día en que Jorge Mario Bergoglio fue seleccionado en cónclave para sentarse en el trono de San Pedro. Yo vivía entonces en Las Mercedes y en los días cuando por cualquier razón no debía ir a la universidad, caminaba a media mañana hasta alguno de los kioscos de la avenida Principal para comprar el periódico. Soy agnóstico y no suelo interesarme mucho por los vaivenes de la Iglesia católica. Apenas sabía que Benedicto XVI había renunciado al Obispado de Roma y que los cardenales buscaban un sucesor. Pagué por un diario (en ese entonces se podía hacer con unos pocos billetes de la menor denominación) y al ver la primera plana, allí estaba el señor Bergoglio, con su vestimenta alba y aquella sonrisa que pocas veces lo abandona durante sus apariciones en público. El titular daba fe de la elección del primer Papa latinoamericano en la historia. Más aún. Se trataba del primero nacido fuera de Europa desde las ascensión del sirio Gregorio III en el año 731 d.C. Reconozco que eso sí llamó mi atención.

Al día siguiente, otra noticia igualmente me produjo un sobresalto: Nicolás Maduro declaraba que un Hugo Chávez residenciado en el cielo influyó para que el señor Bergoglio se convirtiera en Su Santidad. Si bien en aquel entonces aquellas palabras me parecieron absurdas y de pésimo gusto, hoy debo reconocer que si yo fuera religioso o supersticioso les daría algo de crédito. Porque a veces pareciera que en realidad Francisco, al momento de su proclamación, decidió valerse de su nueva influencia para favorecer la propagación de ideas de izquierda con un enfoque populista. Algo parecido, pero ciertamente no igual, a la misión del Foro de Sao Paulo.

Aclaro desde ya: a diferencia de lo que muchos pregonan, no creo que el Papa sea un comunista. Al menos no lo considero un marxista-leninista ortodoxo dedicado a la preparación de una revolución proletaria mundial.  Tampoco repudio todos los aspectos de su aproximación a los asuntos terrenales y de hecho celebro, por ejemplo, las advertencias sobre el cambio climático contenidas en la encíclica Laudato si.

Pero, por otro lado, sí pienso que Francisco reúne varias características de aquel problema disecado, estudiado y expuesto por Carlos Alberto Montaner, Plinio Apuleyo Mendoza y Álvaro Vargas Llosa en su ya célebre “manual” publicado por primera vez en 1996. Si los síntomas se hubieran presentado una sola vez, uno los pudiera haber pasado por alto. Pero la cosa ya se ha vuelto muy reiterativa. El Pontífice ha exhibido en varias ocasiones entusiasmo por la cercanía de personas cuyas ideas políticas y económicas están en mayor o menor medida moldeadas por el marxismo. En cambio, suele mostrarse taciturno y hasta antipático cuando le toca tratar con individuos vinculados con el capitalismo liberal.

Estas posturas y pasiones de Francisco volvieron a relucir durante su estadía en Chile, país que se encuentra en plena transición de gobierno. Lo apropiado en este tipo de circunstancias hubiera sido la celebración de dos reuniones: una con la Presidente saliente, y otra con el sucesor de esta. Pero solo se dio la primera. Sebastián Piñera hizo al menos dos intentos por pautar una cita con Su Santidad, sin resultados. En cambio, Francisco no dudó en compartir tribuna con Michelle Bachelet. Piñera estuvo ahí, pero como espectador, y apenas recibió del Papa un saludo frío.

¿A qué se deberán tales contrastes? Pienso que pudieran tener no uno, sino dos orígenes. El primero tiene que ver con la relación entre la Iglesia católica y las ideologías políticas y económicas contemporáneas, a partir de la emisión de la encíclica Rerum novarum por León XIII en 1891. En ella, quien tal vez haya sido el primer Papa moderno repudió las condiciones de vida misérrimas del proletariado en sociedades que habían alcanzado el desarrollo industrial, lo cual lo llevó a cuestionar el laissez faire. A partir de ese momento, corrientes de pensamiento liberal han denunciado una penetración socialista en la Iglesia. Pero resulta que este documento también rechaza el marxismo y reafirma el derecho a la propiedad privada.

Pero, así como algunos liberales desestimaron esta última parte de la encíclica para enfocarse en repudiar las críticas al capitalismo, ciertos ideólogos de ultraizquierda hicieron otro tanto pero con miras a subrayar dichas críticas. Es decir, a partir del texto papal vieron en la fe católica un trampolín para postulados socialistas revolucionarios (a pesar del ateísmo militante de Marx). Ese fue el caso de los llamados teólogos de la liberación que pulularon en América Latina a partir de la segunda mitad del siglo XX.  La teología de la liberación y otras formas “catolicismo de izquierda” fueron muy populares entre los integrantes de la Comunidad de Jesús, uno de los cuales es Francisco (aunque no me atrevería a calificarlo como teólogo de la liberación en el mismo nivel que Leonardo Boff o Ignacio Ellacuría).

El otro elemento que pudiera incidir en las posiciones políticas del Papa tiene más que ver con su historia personal. Bergoglio no había cumplido aún 40 años cuando los militares argentinos tomaron por última vez el poder, inaugurando así la que quizás haya sido la dictadura latinoamericana más sanguinaria de la historia. Aquella carnicería, en complicidad con otras tiranías castrenses del Cono Sur, tuvo como principales víctimas a personas relacionadas de una u otra forma con movimientos izquierdistas. Torturas, desapariciones, asesinatos … Un futuro Pontífie relativamente joven pudo conocer de cerca el caso de la detención y suplicio de dos curas cuyas vidas, según relatos biográficos, logró salvar intercediendo ante los gorilas uniformados.

Es perfectamente comprensible que Francisco sienta aversión por el recuerdo de aquellos días tenebrosos y por los autores de tanta maldad. Acaso esas memorias se vean reflejadas en sus apreciaciones sobre Bachelet y Piñera. Ella, torturada por los esbirros de Pinochet y exiliada, hija de un militar asesinado por sus vínculos con Allende. Él, miembro de una familia que se relacionó de cerca con la dictadura (su hermano mayor, José Piñera, fue uno de los Chicago Boys y ministro de Trabajo y de Minería en el gabinete de Pinochet).

De todas formas, si es así, mal hace Francisco en comportarse como si estuviera en plena Guerra Fría. Los tiempos han cambiado y las ideologías de izquierda y derecha, cuando reconocen la necesidad de tolerancia y moderación, hacen esfuerzos en todo el mundo por convivir. Es eso precisamente lo que permite que haya una transición ordenada y hasta cordial entre Bachelet y Piñera. La reconciliación aún tiene visos de fragilidad y la actitud de Francisco no ayuda en ese sentido. El Papa debe reconocer la perogrullada de que así como se cometen injusticias en regímenes liberales, también se dan bajo gobiernos socialistas que ameritan igual repudio. Amén.

@AAAD25