Apelación a la conciencia adeca

Desde todo punto de vista, Acción Democrática ha quedado muy mal parada desde que cuatro de sus militantes, electos gobernadores por los ciudadanos opositores, prestaron juramento ante la “asamblea nacional constituyente”. Lo hicieron con el insólito argumento de que el acto no implica reconocer jurídicamente la entidad. Así pretenden desmentir que se están desentendiendo no solo un compromiso interno de la Mesa de la Unidad Democrática, sino también del gran manifiesto republicano suscrito por más de siete millones de venezolanos el pasado 16 de julio.
Aprovechando que estaban en Caracas, dieron una rueda de prensa para presentar al país sus argumentos a favor de la decisión tomada. En lo personal, no me sentí convencido. Y tampoco he esuchado a nadie decir que comprendió las razones de los cuatro políticos. No conforme con eso, ellos evadieron las preguntas de los periodistas presentes con la excusa de que debían volver cuanto antes a sus respectivas regiones. Acto seguido se fueron a Miraflores, donde las cámaras del aparato propagandístico chavista los captaron dándose las manos con Nicolás Maduro, muy sonrientes. Más allá de cualquier argumento pragmático de aproximación al poder que esgrima un líder opositor en Venezuela, hay gestos simbólicos inadmisibles. Por ejemplo, una expresión de alegría ante el contacto con quien es señalado como principal responsable de la calamidad que vive el país.
Ante estas imágenes, muchos se preguntaron “¿Y Henry Ramos Allup está de acuerdo?”. Después de todo, el señor es uno de los dirigentes más destacados de la MUD, y la coalición puso como punto de honor para buscar el voto de los ciudadanos el repudio a la “ANC”. Es más, fue él quien le puso a aquel parapeto el popular apodo de “prostituyente”. La disciplina y la jerarquía dentro de AD son famosas. Están en su sangre, desde su concepción leninista de cómo debe funcionar un partido político. Ramos Allup ha llevado sus riendas desde la expulsión de Alfaro Ucero y a la largo de toda la era chavista. Personas cercanas han comentado que nada ocurre en la tolda blanca sin la bendición de su secretario general.
Según los gobernadores, Ramos les pidió que no acudieran ante Delcy Rodríguez. Luego el propio jefe declaró ante los medios su versión de los hechos, sin una condena enfática a la juramentación ante la “ANC” de sus cuatro compañeros. En vez de anunciar la expulsión de los mismos, aludió a una supuesta autoexclusión que aclara más que oscurecer. En fin, Ramos y AD no tendrían nada que ver con el asunto que tanto ha enfurecido al opositor común, a pesar de que tal premisa choca con varios indicios. Por ejemplo, las redes sociales de dependencias y varios militantes de AD emitieron mensajes celebrando la juramentación de los gobernadores. Queda inevitablemente una percepción ambigua y turbia de la postura del partido, lo que lleva a su vez a la pérdida de confianza. Lo mismo sucede si se asume que el relato de Ramos Allup es fiel a la verdad. En ese caso, el secretario general no pudo darse cuenta de que en sus propias filas había gente determinada a divorciarse de las decisiones de la MUD y del pueblo que los respalda como dirigentes.
No milito en AD ni tengo intención de hacerlo. La membresía en cualquier partido político riñe con el tipo de periodismo que ejerzo y pretendo ejercer siempre. Sin embargo, el dolor que me producen los sucesos de esta semana es mayor que el que pudiera sentir por conductas similares vistas en otras organizaciones políticas. Como ya dije, Acción Democrática tiene una importancia especial para mí por su impacto en la historia venezolana. Intentaré demostrar este punto con un breve repaso.
AD fue fundado por un grupo de sujetos que, más allá de las ideologías, hicieron de la democracia venezolana su principal causa. No en balde fueron pioneros en el país en incorporar el propio concepto a su nombre, primero como Partido Democrático Nacional y luego con las dos palabras que se han mantenido hasta hoy. Para estos hombres y mujeres, la democracia no era algo que estaba ahí, dado por hecho y de lo que se podía gozar sin ningún cuidado. Vivieron en carne propia los horrores de la dictadura de Gómez y se propusieron que los mismos nunca más se repitieran. Hablo de Gonzalo Barrios, Raúl Leoni, Rómulo Gallegos, Valmore Rodríguez, Rómulo Betancourt, Luis Beltrán Prieto Figueroa, Andrés Eloy Blanco, etc. En varias de estas mentes, sobre todo en las más jóvenes, brotaron las ideas del marxismo-leninismo. Pero, a diferencia de lo ocurrido con los próceres del PCV, no florecieron de manera ortodoxa. Tal vez tuvo algo que ver la influencia de la Revolución Mexicana (la nación azteca fue refugio frecuente de los aventureros antigomecistas), caldo de cultivo para una izquierda que buscaba adaptarse a las realidades del subdesarrollo latinoamericano. Es lo que pasó con el APRA, primo ideológico de AD en el Perú, fundado precisamente en México. Se trata de una izquierda que no se sometió a Moscú ni a la Comintern, pero sin dejar de ser izquierda, lo cual le ha valido ayer y hoy críticas tanto de comunistas como de liberales.
El partido protagonizó un golpe de Estado en 1945. Pero este acto de fuerza trascendió el típico putsch bananero para dar paso a una verdadera revolución democrática, que instauró por primera vez el voto directo, universal y directo. No obstante, como autores de este nuevo orden político, los adecos se engolosinaron con el caudal consiguiente de apoyo popular y por tres años actuaron como una suerte de aplanadora que avanzaba por Venezuela imponiendo todas sus ideas sobre cómo debía ser la República, sin comprender que la democracia moderna es mucho más que el sufragio mayoritario. Dichos excesos contribuyeron al golpe militar del 24 de noviembre de 1948 y a la ilegalización de AD. Durante la década siguiente, el partido estuvo en una lucha clandestina y sin cuartel contra el autoritarismo de la bota castrense. Años de mucho dolor, de exilios, de torturas en Guasina y otras cárceles y de asesinatos, como los de Ruiz Pineda, Carnevali y Pinto Salinas. Finalmente la unión con otras organizaciones políticas opuestas a la dictadura preparó el caldo de cultivo para el 23 de enero de 1958.
La democracia volvió a Venezuela, más madura. Otra vez AD llegó a la presidencia de la mano de Betancourt, primero, y de Leoni, después. Pero esta democracia estaba amenazada tanto por los vestigios del perezjimenismo como por la ultraizquierda criolla, encantada con la Revolución Cubana. Ambos protagonizaron intentos de tomar el poder por la fuerza, aunque la segunda la dio más pelea. Fue una guerra en la que ambas partes cometieron aberraciones, pero solo una actuaba en defensa de la democracia y respaldada por el voto libre de los ciudadanos. Ella prevaleció, aunque su enemiga no se rindió, sino que pasó a un terreno de lucha mucho más sutil y que tuvo consecuencias que hasta hoy seguimos sufriendo.
Aquella década de los 60 fue también un período de masificación educativa y progreso material y profesional para miles de venezolanos que solo habían conocido la pobreza y el atraso. Todo aunado a una probidad administrativa que más nunca se ha repetido en la nación.
Luego, en los años 70 y con el boom del petróleo, las cosas empezaron a degenerar. El rentismo y el populismo echaron raíces profundas en la clase política, incluyendo a AD. También la corrupción. Los problemas estuvieron al principio disimulados por la ilusión de prosperidad eterna, pero en las dos décadas siguientes los precios bajos del crudo, las deudas, el empobrecimiento de la población y el afán de los gobernantes por correr la arruga hicieron estragos. AD (y, en honor a la verdad, el resto los partidos predominantes entonces) no consiguió revertir el problema a tiempo. Es más, su miedo a los cambios necesarios hizo que el partido torpedeara varios de los esfuerzos de uno de sus miembros, Carlos Andrés Pérez, por llevar a buen término tales reformas. En medio de esta debacle, el pueblo entregó sus votos a un militar con sed insaciable de poder, golpista fracasado por añadidura.
AD pudo haber desaparecido completamente del mapa político ante el fenómeno Chávez. De hecho, por varios años el partido estuvo reducido a una papel de opositor desacreditado y gris. Pero el “comandante” no pudo cumplir su promesa de freírles las cabezas a los adecos. A medida que iba dejando la adolescencia atrás y madurando políticamente, para mí resultaba alentador saber que los adecos seguían ahí, buscando con organizaciones más jóvenes la restauración de la democracia que tanto costó. Tenía la esperanza de que la pérdida amarga del poder corregiría los vicios del pasado y daría pie a una Acción Democrática reencontrada con lo mejor de su historia.
Ahora creo que tales sentimientos pudieran estar muy alejados de la realidad. No me gustaría ver a AD reducida de nuevo a un papel lamentable, pero si así ocurriera, no pienso acompañarla. Si algún adeco lee esto, por favor le pido que no se ofenda, pues escribo de buena fe. El militante ha de saber mucho mejor que yo lo que ocurre adentro y si mis temores son infundados o, por el contrario, la cosa va muy mal. En este último caso, solo les pido a las mujeres y a los hombres de la tolda blanca que actúen apegados a su conciencia para que la AD que tanto ha inspirado las luchas democráticas venezolanas siga viva.