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Opinión

Abstención: error en 2005, ¿y también en 2017?

Alejandro Armas
04/08/2017

elecciones-venezuela

 

Pues bien, henos aquí, en la Venezuela de la “asamblea nacional constituyente”. Se protestó durante tres meses para evitar su concreción, con sacrificios imponderables. Tal esfuerzo no estuvo exento de logros, pero el objetivo principal no se cumplió. El país entró a una nueva etapa, y el efecto constituyente, por así llamarlo, se ha hecho sentir con furia. Solo por nombrar tres de sus manifestaciones, casi toda la comunidad internacional geopolíticamente importante ha expresado su condena a la ANC y pedido que sea desinstalada, Maduro se convirtió en el cuarto mandatario en ejercicio que ingresa a la lista de la OFAC de Estados Unidos y, por último, se disparó de forma espeluznante cierta divisa que comparte con el villano de una saga literaria juvenil la condición de innombrable.

Es inevitable, en medio de este calamitoso contexto, preguntarse “¿Y ahora qué?”. Claro, quien tiene la responsabilidad de empezar a echar luces sobre cómo proceder es la dirigencia opositora. Por eso resulta inquietante ver que de nuevo los líderes de los partidos no se pongan de acuerdo sobre cuál deba ser la estrategia. Las obvias diferencias ideológicas, e incluso la preferencia por diferentes acciones particulares, no sirven de excusa para que unos remen en dirección contraria a los otros. Mucho menos en un momento en que el Gobierno acelera la marcha hacia la destrucción de la República, llevándose por delante a todo aquel que intente detenerlo.

Así pues, cuando el foco debería estar en la materialización de esa nueva etapa de protesta anunciada hace unas semanas para resistir la “constituyente”, toda la atención se desvía hacia una cuestión que a estas alturas no debería ser motivo de disputas: ¿es correcto o no participar en las elecciones regionales convocadas para diciembre de este año? Antes de empezar a evaluar esta interrogante, cabe mencionar que el primer abordaje de ella por los dirigentes de la MUD ha sido torpe. De nuevo, las fuerzas políticas hacen anuncios contrapuestos por cuenta propia, lo que denota una falta de comunicación entre ellos. Los partidos, así como los intelectuales y demás figuras públicas que tienden a seguirlos, en desempeño de su papel natural de generadores de opinión, han originado un debate que al parecer ha partido en dos al enorme porcentaje de venezolanos que adversa al Gobierno y desea el retiro de la cúpula roja.

Horas después de que María Corina Machado y su partido, Vente Venezuela, reafirmaran que no es posible concurrir a los comicios, Henry Ramos Allup, secretario general de Acción Democrática, dijo que la tolda blanca hará exactamente eso. Su afirmación ni siquiera fue que AD sugiere a la MUD participar pero se plegará a lo que la mayoría decida, sino que ya decidió ir, sola o acompañada.

La argumentación de Ramos Allup a primera vista es sencilla. A saber, sostiene que la abstención implica entregar en bandeja de plata todas las gobernaciones y consejos legislativos al chavismo, a lo que agrega que una de las principales exigencias de la protesta es la restauración del derecho al voto. AD recuerda, además, las consecuencias nefastas de no haber sufragado en las parlamentarias de 2005. Debido a esa decisión de la disidencia, el oficialismo usó su control absoluto de la Asamblea Nacional para llenar los demás poderes públicos de figuras arrodilladas a sus intereses, algo que hoy seguimos pagando todos. Pocos han mantenido, 12 años después, la opinión de que abstenerse para esos comicios fue un acierto, pero menos aún han sido los líderes políticos que han reconocido públicamente que se procedió de forma incorrecta. En honor a la justicia, Ramos Allup ha sido de los escasos que han hecho mea culpa.

No obstante, las comparaciones históricas, como cualquier argumento, pueden resultar falaces si son examinadas con minuciosidad. El contexto de 2005 no es el mismo que el de 2017, a pesar de que el grito de “¡Fraude!” es un elemento común. La oposición llegó a aquellas elecciones aturdida por la derrota en el referéndum revocatorio contra Hugo Chávez llevado a cabo el año anterior. Su dirigencia no tuvo otra forma para explicar ese revés que una declarar que hubo trampa clara y raspada. Meses de protestas que tiñeron de sangre las calles del país (sin siquiera acercarse a la hecatombe actual, desde luego) y negociaciones complicadas culminaron con la realización de aquella consulta. Las colas enormes el día elegido hicieron pensar a los opositores que tenían la victoria asegurada, pero otra cosa fue la que anunció el CNE. En realidad, Chávez había logrado maniobrar para retrasar por un año el revocatorio, y aunque sus adversarios no lo vieron (o se negaron a verlo), en ese lapso su base de apoyo se recuperó significativamente. El avance fue gracias, en parte, a sus programas sociales de atención a los pobres (las misiones), financiados por un petróleo que había iniciado su alza hacia los tres dígitos.

Hubo o no fraude, el punto es que la oposición sintió que era una mayoría desconocida por el poder, por lo cual resultaba inútil y hasta contraproducente expresarse mediante el voto. Pero la reacción nacional o internacional esperada, necesaria para adoptar otra forma de lucha política, no se dio. En líneas generales, la denuncia de fraude tuvo escaso eco en el país, fuera de la propia disidencia. Allende nuestras fronteras, tampoco hubo manifestaciones de apoyo a los señalamientos por parte de gobiernos u organismos multilaterales.

La oposición se dio cuenta rápidamente de la falla, y desde entonces ha participado sin falta en todos los comicios. Por ello, no se entiende el razonamiento de algunas personas que hoy llaman a abstenerse, según el cual se estaría legitimando una vez más un CNE que siempre ha hecho la misma trampa. Cabe recordar que María Corina Machado, por ejemplo, llegó a ser diputada mediante ese sistema.

Pero las dudas que suscita la conveniencia de participar en las regionales de este año no se quedan ahí. Las cosas han cambiado significativamente. Aunque la situación política de 2004-2005 parecía insuperablemente espantosa entonces, se ha quedado bastante corta en comparación con la crisis actual. Veamos cómo quedan ahora dos premisas a favor de votar que sin duda resultaron ser válidas hace 12 años.

¿Que hay que demostrar que la oposición es mayoría? Eso no amerita discusión. La última elección real hecha en Venezuela la ganó por paliza. Todas las encuestadoras (excepto quizá Hinterlaces) apuntan que el Gobierno no es apoyado ni por un cuarto de la población. En año y medio el deterioro económico y social se agravó de manera espeluznante. Nadie en su sano juicio creería que el chavismo aumentó su capital político durante ese período.

¿Que hay que preservar los espacios? El PSUV y sus poderes adictos han demostrado que no les tiembla el pulso a la hora de convertir esos espacios en cascarones vacíos. La “constituyente” les facilita las cosas. Sus plenas facultades le permitirían hacer cualquier cosa con las gobernaciones. Incluso podría cambiar la forma en que sus titulares son electos.

Por otra parte, es indudable que por primera vez la presión internacional es tal que pudiera tener un peso determinante (sin ser, por supuesto, la fórmula mágica que resolverá todo). El Gobierno es ampliamente señalado como antidemocrático, y al CNE lo ven como su cómplice, más aun luego de las revelaciones de Smartmatic. Es una inquietud legítima preguntarse si esa presión se reducirá si partidos de oposición compiten en las regionales.

Finalmente, los defensores de la participación aseguran que con testigos será imposible que el Poder Electoral cometa el mismo fraude denunciado el domingo pasado. Pero, ¿será un sistema igual al que todos conocemos, si el contrato con Smartmatic se terminó? Incluso, si lo es, quienes aseguran que el CNE fue capaz de inflar la votación del domingo pasado, ¿pueden garantizar que el árbitro se portará bien porque tendrán testigos? Esas dudas no han sido respondidas hasta ahora.

Lo peor sería que unos partidos llamen a votar mientras otros pidan abstenerse. El resultado sería que no todo el electorado opositor que hizo su cola el 6 de diciembre de 2015 lo hará de nuevo. El chavismo podría ganar fácilmente la mayoría de las gobernaciones, sepultando así todas las intenciones de exhibir una mayoría y de preservar o ganar espacios. Además, tamaño despropósito desataría la confusión en el resto del mundo, dificultando así que se mantenga su posición actual.

De manera que el asunto de las regionales es bastante preocupante. Urge que los partidos se pongan de acuerdo sobre qué hacer al respecto. La solución no necesariamente implica una postura común sobre la inminente inscripción de candidatos. Pero tiene que dejar claro al país y a la comunidad internacional que la lucha es compartida. Con cabida para distintas expresiones, pero compartida.

@AAAD25

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