Los jóvenes que están ahora en la vanguardia de la batalla por el retorno de la democracia no pasan de treinta años, o quizás solo los superen un poco. Apenas habían picado la torta de su primer lustro, o celebrado la fiesta de sus quince primaveras, cuando el chavismo se sentaba en el trono para imponer su hegemonía. Por consiguiente, su formación no sucedió durante las administraciones de AD y Copei. Se hicieron hombres y mujeres cuando despuntaba y engordaba el “socialismo del siglo XXI”. De la ausencia de vínculos inmediatos con el declive de la democracia, pero especialmente del hecho de vivir en términos absolutos la experiencia de la “revolución”, depende una maduración sin contaminaciones temporales que los aleja del pasado reciente hasta el punto de convertirlos en criaturas realmente diversas. Se puede asegurar que son representantes de una existencia que no vivieron ni podían vivir los líderes de la segunda mitad del siglo XX, o que ellos no quieren llevar de la misma forma, para representar una singularidad gracias a la cual se han establecido en la cúspide de las luchas de la actualidad. De allí que sean ahora el imán más poderoso. En la misma realidad histórica se inscriben aquellos que tomaron el sendero de la emigración, no solo porque han sido protagonistas de un fenómeno jamás visto en Venezuela, la diáspora masiva, sino también porque destacan en otras naciones gracias a la calidad de sus aptitudes, inusuales en los emigrantes comunes, y al mantenimiento de un compromiso político con la obra de sus hermanos que siguen entre nosotros haciendo faenas excepcionales que se pueden relacionar con la cronología de sus nacimientos.
Pero no hay que ser puntillosos con las contaminaciones temporales. Las partidas de nacimiento suelen ser engañosas, según se puede probar observando la decrepitud de los voceros de la juventud del PSUV, cuasi decimonónica, cuasi zamorana, cuasi Guerra Federal. No hay puentes necesariamente largos entre el pasado cercano y el presente palpitante. Pueden ser la misma cosa, sin tránsitos laboriosos. Los integrantes de lo que ahora llamamos Generación de 2017 fueron precedidos por una juventud inmediatamente anterior, cuyos integrantes se educaron durante el período democrático sin formar parte de las decisiones fundamentales, ni ejercer funciones de gobierno. Se trata de dirigentes que deben tener ahora cincuenta años, o un poco menos, periplo que aprovecharon para manifestar sus diferencias con la política de entonces sin aclimatarse en el regazo del chavismo; para fundar partidos de nuevo cuño, como Primero Justicia y Voluntad Popular, o para revitalizar los antiguos. Los más nuevos y los menos viejos de nuestra orilla son, entonces, levadura de la misma harina.
La sociedad que ahora los aclama corrige errores terribles de ayer, cuando se entusiasmó con el comandante hasta el extremo de consentir su proyecto de destrucción de Venezuela, o desempolva la memoria de muchas obras de la democracia representativa que había desestimado. Queremos suponer que los políticos de oposición que son de mayor edad contemplan con regocijo la llegada de flamante compañía.