Ensalzar el Caracazo recuerda a cierta salsa, por Alejandro Armas
Ensalzar el Caracazo recuerda a cierta salsa

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Es un lugar común desde hace generaciones señalar a los políticos, a todos los políticos, de violar el octavo mandamiento. La acusación en sí tiene un cariz hipócrita, dado que si alguien le asegurara que nunca miente, usted sin duda pensaría, y con toda razón, que le están mintiendo. Más correcto sería afirmar que las mentiras de los políticos, y sobre todo las proferidas por aquellos que tienen algún tipo de poder, son más graves que las de otros ciudadanos por las repercusiones que puedan tener sobre un número mucho mayor de personas.

Sin embargo, hay políticos más inclinados hacia la falsedad que otros, y varios de ellos lo están tanto, que parecieran víctimas de una patología. Que son mitómanos, diríase. Pero no, casi nunca es el caso de una lamentable condición involuntaria que pudiera tratarse con terapia, sino de un muy grave problema moral. Lo hacen tanto que uno ya lo espera cada vez que van a abrir la boca, y está preparado para responderles con el cansinamente insistente estribillo del clásico de la salsa “Mentira”, popularizado por Héctor Lavoe en 1976.

¿Qué podemos pensar los venezolanos cuando Nicolás Maduro nos jura y requetejura que 2017 “será el año de la recuperación económica”, como si él se estuviera estrenando en la Presidencia de la República, y no hubiera hecho la misma promesa a inicios de 2014, 2015 y 2016? ¿Cómo tomarse los argumentos de un diputado cualquiera del PSUV, según los cuales no podemos votar porque el dinero que exige un proceso electoral ya está comprometido en la alimentación del pueblo (lo cual, si fuera cierto, chocaría con la imagen diaria de los “basurófagos”)? ¿Qué calificativo merecen las proclamas de que nuestras cárceles son un modelo de orden, respeto a los Derechos Humanos y regeneración de delincuentes imitado en todo el orbe?

Pero la tergiversación de nuestra realidad por el oficialismo, que dispone de incontables altavoces propagandísticos en el creciente número de medios públicos y privados a sus órdenes, no se limita al presente y al futuro cercano. Toca también, y de forma muy especial, el pasado. La “revolución bolivariana” necesita una historia nacional a su medida, que la justifique, que satanice el precedente cuyo legado aspira a destruir y que establezca como premisa indiscutible en la mentalidad colectiva un bastante mediocre “no importa que estemos muy mal, porque antes estábamos peor”. Que ella sea una sarta de disparates no les importa en lo más mínimo.

Si quedan episodios de la historia venezolana sin trastocar por el chavismo, han de ser muy pocos. Hay, desde luego, favoritos para el discurso de propaganda. La conmemoración de los mismos ha dado lugar a algunas de las fechas más importantes en el calendario litúrgico revolucionario. En lo que va de este año, la más reciente de ellas es el “Caracazo”. Esta vez, no obstante, las celebraciones de rigor fueron atípicamente apagadas, tal vez por su coincidencia con el asueto carnestolendo. De otra forma, seguramente el lunes los altos parlantes del Metro (esta es una nueva modalidad característicamente totalitaria) habrían resonado con la voz de Maduro encadenado y en su insufrible faceta de deficiente profesor de historia.

Pero, en vez de eso, el Ministerio de Defensa emitió un comunicado a propósito. Sí, al principio de este texto se habló de políticos y no de militares. Pero cuando las notas de dicho despacho invariablemente terminan con un “Chávez vive, la lucha sigue”, el papel asumido por el remitente es muy obvio.

En fin, el comunicado, cómo no, abre lamentando profundamente el dolor y las cicatrices que esos días produjeron. Pero luego pasa a la consabida glorificación y ensalza el Caracazo como “una tormenta popular contra una elite gobernante vanidosa”. En esa línea de ideas prosigue su narración y describe el estallido de descontento de una forma visiblemente moldeada por la versión chavista del análisis histórico marxista-leninista. Es decir, lo identifica como una suerte batalla campal en la lucha de clases, un épico despertar de las masas proletarias empobrecidas contra el statu quo capitalista (aunque el documento prefiere usar ese término, tan vacío de contenido real, que es “neoliberal”) y la burguesía parasitaria que lo imponía, malvada unión de dirigentes políticos y empresarios. Hasta aquí con la parte marxista. La guinda leninista queda brevemente enunciada en la calificación de la clase dominante como “subordinada a poderes foráneos”. Es la tesis de Lenin y la Tercera Internacional de acuerdo con la cual el capitalismo es un hueso más duro de roer de lo que Marx pensaba gracias a la colonización de los países productores de materias primas por las potencias industrializadas, penetración imperial lograda con el apoyo de los nativos privilegiados en las naciones atrasadas. Es fácil entender por qué estas ideas han sido tan populares entre la extrema izquierda en el Tercer Mundo, chavismo incluido.

Hora de hacer memoria, estimado lector, para juzgar la validez de todo este planteamiento. Si la respuesta es afirmativa, los hechos que lo sustentan deberían ser un intento de los trabajadores de ocupar por la fuerza los centros del poder capitalista en Caracas. A saber, las opulentas propiedades de la oligarquía y las sedes de los poderes públicos ocupados por bandidos dedicados a la preservación del orden establecido. Los blancos ideales tuvieron que haber sido, por ejemplo, el Palacio de Miraflores, el Capitolio y sedes de organismos policiales; pero también las zonas residenciales más acomodadas, instalaciones de grandes empresas y de patronales como Fedecámaras e, incluso, la embajada norteamericana (¿aunque impulsados por otro espíritu revolucionario, no lo lograron los iraníes?)

Esforcémonos lo más posible en invocar a Mnemosine, la diosa griega de la memoria. ¿El cuadro descrito en el párrafo anterior fue lo que se vicio en esas terribles jornadas? No, ¿verdad? Las masas volcaron su ira principalmente sobre abastos y otros comercios pequeños y medianos, la mayoría en zonas humildes, que saquearon sin piedad. ¿Eran los propietarios de esos negocios la “élite gobernante vanidosa” a la que se refiere el comunicado? Ciertamente no estaban en situación de miseria, pero entre eso y concebirlos como los conductores del país política y económicamente hay mucho trecho. En cuanto a lo de “subordinación a poderes foráneos”, también cuesta imaginar a esos comerciantes como agentes de la CIA a cargo de una nefasta operación inflacionaria que merme el poder adquisitivo de los pobres.

Sí, el grado de violencia en la represión consiguiente fue brutal e inexcusable. Sí, como producto del impacto social de los ajustes económicos ordenados por el Gobierno, más esa represión, comenzó una rápido desplome del apoyo de la mayoría de la población a las cúpulas políticas que marcaban la pauta desde 1958. Nada de esto es falso, y en su momento indicó que al país le urgían cambios. Los gobernantes no entendieron del todo esa necesidad, o sí lo hicieron pero no pudieron comunicar su entendimiento al país. Al final, hubo suficientes votantes que pensaron que cierto individuo sí los comprendía como para entregar la presidencia al susodicho, omitiendo desacertadamente sus orígenes golpistas.

Pero dada la decadencia actual, el chavismo pierde su justificación en esa realidad incluso ante quienes lo apoyaron desde 1998. Por eso, su versión del Caracazo y lo que implicó se aleja tanto de los hechos. Por eso aquella narración que enaltece la “rebeldía popular” del 89 hoy choca con la represión selectiva de saqueos y disturbios que han convulsionado, esta vez no la capital, sino las regiones de Venezuela (digo “selectiva” porque no todos estos sucesos han acarreado una reacción de los organismos de seguridad). 

¿Cómo puede lo de ayer ser glorioso y lo de hoy criminal? En realidad son expresiones de lo mismo: descontento social masivo. Lo que pasa es que reconocerlo así implica admitir que en casi 20 años el proyecto chavista no ha podido de ninguna manera cumplir su palabra de mejorar la calidad de vida de los pobres. Pero, no, eso nunca. Ellos insisten en que casi todo el mundo revienta de alegría. Y mientras, la canción de Lavoe suena de fondo sin parar.

@AAAD25