¡La humanidad tiene una doble moral: Unos que predican el bien y practican el mal; y la otra parte son los que lo practican, y no lo predican!
Esto viene a colación, porque el otro día, durante una cena entre parejas de amigos, surgió un tema de discusión bien interesante que principalmente se basó en responder a la siguiente pregunta: “¿La persona es honesta, porque es honesta, o porque no ha tenido la oportunidad de ser deshonesta?”
Unos argumentaban: Que la gran mayoría son honestos porque no han tenido la oportunidad de no serlo; y que en muchas ocasionen critican al deshonesto, más por la envidia de lo que obtuvo por su deshonestidad, que por los pocos principios morales. Entonces, citaron varios casos de personas conocidas del grupo, que siempre criticaron a los cuatro vientos a fulano y fulano, porque se habían hecho millonarios a través de la corrupción o de un acto de deshonestidad. Pero esos mismos que criticaban, apenas tuvieron la oportunidad de hacerlo; lo hicieron, y no repararon en los principios morales de los que tanto se jactaban; y en muchos casos, inclusive lo hicieron peor.
Otros, y tengo que confesar que los menos; argumentaban que la honestidad es una virtud, y el que la posee no se deja deslumbrar por las tentaciones, ya que sus principios siempre estarán por encima de éstas. Con esa virtud se nace, y se va apuntalando y reforzado cada día a través del ejemplo que los padres les transmiten a sus hijos en el hogar.
Pero, más allá de quien pudiese tener la razón, en lo que sí todos coincidimos esa noche, es que la honestidad es una de las variables más importante de progreso, desarrollo y bienestar de una sociedad; y si es practicada por la mayoría de sus ciudadanos, termina siendo el gran arquitecto de una sociedad mejor y más justa para todos.
Sin embargo; cuando la deshonestidad es la práctica común de casi todos sus ciudadanos, termina siendo el gran corrosivo de las bases de una sociedad, hasta lograr desplomar a la misma.
“Fingimos lo que somos, seamos lo que fingimos” Solía decirme mi madre; y si la mayoría practicasen lo que fingen, sobre todo cuando se les presenta la ocasión, otro gallo cantaría. Pero este acto de dignidad, valentía y compromiso con uno mismo y con la sociedad, anda muy escaso últimamente, por no decir huérfano.
En los tiempos que corren, la honestidad está llegando a ser tan escasa, como es de abundante el encontrar a un hombre que no se engañe a sí mismo, que no logre ser honesto consigo mismo, que no logre hablar de sí mismo sin que se embellezca, y que no logre hablar de los demás reconociéndole sus méritos.
Los seres humanos, lamentablemente subestimamos cada día más la satisfacción de ir a dormir sin que quede nada por dentro, de decir todo lo que se dice con dignidad y la verdad; de que se cumpla con un honesto día de trabajo, de que se gane la vida dignamente al margen del trabajo que se realice, teniendo siempre la honestidad de reconocer lo bueno, y criticar lo malo; a pesar de que lo bueno no sea nuestro, y lo malo no sea de los demás.
En términos morales es tan importante el saber “qué hacer”; como el saber “cómo hacer”, y sería un acto de una gran valentía y dignidad, el pararse ante el espejo sin pretender engañarlo, y sin dudar de ser o no ser (To be or not to be), analizando fríamente y con mucha realidad nuestros defectos.
¡Quizás esa sería la mejor forma de conocernos, y así poder tener la oportunidad de corregirlos!
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