Diálogo de sordos, por Marianella Salazar
Diálogo de sordos, por Marianella Salazar

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Nicolás Maduro sin mucho esfuerzo se ha convertido en el símbolo de la brutalidad; se sienta en una mesa de “diálogo”, pero espeta que la oposición no volverá a Miraflores “ni con balas ni con votos”, y cierra así toda posibilidad a una salida democrática. No es posible que la MUD, que solo representa una parcela de la oposición, se siente en la mesa de “diálogo” en actitud sumisa a discutir un punto que no tiene discusión, como el cumplimiento de la Constitución.

El gobierno rechaza la propuesta de hacer elecciones generales para 2017, argumentando que no están previstas en la Constitución; sin embargo, suspendió el referéndum revocatorio que es una salida constitucional. Ese es el primer desafío para los dialogantes de la MUD, lograr reactivarlo para este 2016, liberar a todos los presos políticos y permitir la entrada de ayuda humanitaria; de esa forma solventarían la gran molestia que han generado en la población por su falta de claridad y por el retraso en anuncios trascendentales, como el juicio político en la Asamblea Nacional a Nicolás Maduro que establezca su responsabilidad en la ruptura del orden constitucional.

El frenazo del juicio político y el anuncio de resultados concretos para el 11-N dejaron nuestras perspectivas en suspenso. La tregua solicitada por el Vaticano ha dejado al país en un reducto completamente limbático, misterioso, que puede conducirnos al infierno. O entonces, ¿qué otra cosa significan las palabras del enviado papal, monseñor Claudio María Celli, cuando afirma que si no hay diálogo “el camino podría ser el de la sangre, y que “hay gente que no tiene miedo de que haya derramamiento de sangre”?

El representante del Vaticano debería estar muy bien informado sobre quiénes son los que tienen las armas: los cuerpos de seguridad del Estado y los grupos paramilitares del gobierno –“colectivos”– que amenazan a la población, a la disidencia y disparan a mansalva contra inocentes que protestan en las manifestaciones, como lo vimos durante los sucesos de febrero de 2014; gracias a los teléfonos inteligentes que grabaron todo, supimos que quienes asesinaron a jóvenes como Geraldine Moreno, Bassil Da Costa y Génesis Carmona –entre muchos otros– fueron funcionarios de seguridad o miembros de los “colectivos” rojos. En Venezuela corre mucha sangre porque hay pena de muerte, ejecutada a diario por el hampa común o por los “colectivos” que facilitan la intervención policial a través de la Operación de Liberación del Pueblo, OLP, con el pretexto de desmantelar bandas criminales.

En el país el miedo se ha instaurado en la ciudadanía como forma de vida, porque hay gente que disfruta al derramar sangre o que le gusta ver correr la sangre; si no cómo se explica lo que dijo hace dos años en un programa de televisión el embajador Roy Chaderton: “Una bala en la cabeza de un escuálido pasa rápido y suena hueco”. Una frase que retrató a Chaderton; sin embargo, es uno de los “dialogantes por la paz”, y algunos en la oposición lo consideran como el más ecuánime entre los siniestros talibanes que el gobierno sentó en la mesa presidida por el Vaticano.

Envalentonados porque a través del “diálogo” han logrado demorar su salida, anuncian que no tienen la mínima disposición de ceder a las propuestas de la MUD, ni hacer el RR, ni adelantar comicios generales y mucho menos cambiar el modelo socialista que colocó al país en una situación tan desvergonzada como la búsqueda de comida en la basura.

Mientras tanto, al primer causante de esta tragedia se le mete el demonio de la salsa en la sangre y mueve su quintal de obesidad sin talento para ese ni para ningún otro compás.

@AliasMalula

El Nacional