Perra gana, por José Domingo Blanco
D. Blanco Oct 13, 2016 | Actualizado hace 8 años
Perra gana, por José Domingo Blanco

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La otra noche vi una película en la que el dueño de un circo, al ver que uno de los elefantes no era capaz de obedecerle a su antojo, lo golpeaba, lo maltrataba, lo hería y sólo lo alimentaba de ocasión en ocasión. El pobre animal, inmenso y noble, cedía ante los atropellos del cruel domador que, además, parecía regocijarse en la maldad de sus actos y disfrutar los daños que infringía al paquidermo. Pero un día, el animal –enorme y pesado; pero, sobre todo, cansado de tanto maltrato- se sublevó y acabó con su torturador.

No es la primera vez que un animal golpeado y herido se rebela contra quien pretende doblegarlo. Como esas historias que alguna vez hemos escuchado en las que el león, tarde o temprano, termina devorándose a su domador, después de aguantar por años los latigazos que le propinaba. Esa es la tarea de los domesticadores de animales salvajes: oprimir para lograr la obediencia y la subyugación. Golpear y castigar para sembrar el miedo que garantiza el acatamiento de la voluntad de quien ostenta el fuete en las manos. Asfixiar, para hacer sucumbir.

Y de pronto, el circo y sus domadores de fieras, me parecen una metáfora del país. Hay totalitarios que se creen domadores de las masas. Por años, logran que los ciudadanos a quienes gobiernan “entren por el aro”, producto de ese acondicionamiento brutal y doloroso al que le someten. Pero, un día esa población castigada, hambreada y obligada a obedecer, se comporta como el animal domesticado. Y cansada de tantos golpes y penurias, le devora o le aplasta la cabeza a su cruel domador

Los venezolanos estamos comportándonos como los animales sometidos de un circo. Este régimen ha perdurado todos estos lustros –que ya son demasiados- porque ha sembrado el miedo: y su látigo ha sido la escasez, la delincuencia y la pobreza. Este régimen quiere mantenernos acorralados y utiliza todas las herramientas punzantes con las que puede hacernos daño y someternos a su voluntad. Por eso nunca faltan las amenazas. En estos años de Chavismo/Madurismo los golpes, la cárcel, el hambre, el miedo, la muerte o la represión han sido los verdaderos gobernantes. Este régimen nos ha impuesto la sumisión como norma de comportamiento, porque usa el terror como forma de gobierno. Porque, en apariencia, tiene en sus manos el fuete con el que puede doblegarnos. Y ese látigo se ha transformado en el salvoconducto que le facilita su permanencia en el poder.

Maduro gobierna “a su perra gana”. Y gobierna así quien no tiene ningún tipo de educación. Maduro es el vivo ejemplo del mediocre promovido, que llegó a un cargo tan importante de pura carambola. Actúa como el trucutú de la prehistoria que, a punta de golpe y porrazo, arrastra al país a las fauces de oscuros depredadores. Y lo estamos evidenciando de una manera tan patética y cruel, que su historia como gobernante de esta nación quedará marcada por la necesidad de dejar de ser “si mismo” para obligatoriamente convertirse en una burda imitación de su padre político; un hecho evidente que lo ha desdibujado como ser humano. Resulta que Nicolás se ha convertido en una especie de híbrido -entre danta y mastodonte- donde no le queda otra que abrazarse a la bandera de los más terroríficos y trogloditas gobernantes. Está decidido a no rectificar, porque sería denigrar de su esencia Chavista. Maduro fue obligado a calzarse las botas de un Chávez que ya venía boqueando. En estos años ha quedado más que demostrado que el país no avanza si no tenemos precios altos del petróleo. Y por eso, a Nicolás no le ha quedado otra que imitar al domador de circo, volverse la caricatura de su antecesor, y subyugarnos a punta de errores.

Durante estos años, el régimen ha sabido cometer sus fechorías y salir ileso de sus actos atroces. La impunidad ha sido su aliada. Y los organismos del Estado los avaladores de sus delitos. Porque, cuando este régimen actúa de espalda a la Constitución e impone lo que a todas luces lo tiñe de dictador, hace uso del látigo de la crueldad con el que logra dominar a la fiera. Quien denuncia, va preso. Quien protesta, va preso. Quien expresa su inconformidad, va preso. Quien no acata la voluntad del régimen no tiene derecho a la salud o a la comida. Quien no obedece corre el riesgo de ser duramente castigado. Este régimen ha tenido éxito a la hora de salirse con la suya. Y nosotros, los venezolanos, aunque en apariencia estamos heridos, golpeados, temerosos, disminuidos y acorralados, no dudo que estemos a punto de detonar. Tantos latigazos tienen que estar haciendo mella en nuestro temple y, al igual que el elefante de la película, estamos cada vez más deseosos de aplastarle la cabeza al cruel domador.

 

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