Venezuela: un país con pies de barro, por Antonio José Monagas

Referir la situación nacional considerando la idea que esbozaba el recordado escritor larense, Salvador Garmendia, en su libro Los Pies de Barro (1972), es una forma particular de evidenciar la gravedad del país en términos de su devenir. Por donde se observe, hay problemas que redundan en el agravamiento de la dinámica política. Pero también, de todos aquellos aspectos relacionados con la economía del país, su administración y por consiguiente, de su cotidianidad. Cualquier rincón, es fuente de dificultades que han venido convirtiéndose en parte de la agenda de cada día sin que el gobierno central deje ver algún interés en solucionarlo.
De manera que en medio de tales realidades, Venezuela se anegó por causa de conflictos que sólo han coadyuvado a acentuar la crisis política que afecta su funcionalidad. Crisis ésta que además ha arrastrado una crisis del tipo de acumulación, tanto como una crisis del tipo de dominación. En fin, problemas por todos lados creados y alentados en el curso de un desgobierno total y totalitario. Básicamente, azuzado por el pensamiento equivocado de un personaje (más de comoquiera que de la realidad) carente del más elemental sentido de tolerancia, convivencia, civismo y pluralismo.
En términos de lo que tan triste situación ha generado, se tiene un país asediado más desde adentro que desde afuera. Y todo, a consecuencia de una concepción de gobierno que se ancló en el concepto de “bodega”. O en el mejor de los casos, de “cuartel”, aunque salvando las diferencias prácticas.
Deberá decirse que el problema tiene nombre propio. No hay de otra. Más cuando la atolondrada verborrea del presidente “obrero”, desfigura la realidad de todo cuanto alude. O peor aún, la desarregla en perjuicio de las esperanzas de quienes, ilusa o ingenuamente, creyeron en su palabra en 2013 cuando alcanzó el poder impulsado por le conseja del finado presidente militar. Aunque en agravio del desarrollo económico y social el cual, con dificultades y esfuerzos, vino procurándose hasta hace un decenio y algo más.
La capacidad de manipulación, sumadas a las de engaño, descaro, cinismo, obscenidad, provocación, impertinencia y de insolencia, de este jefe de Estado, ha sido fuente de criterios de gobierno para profundizar la impunidad, la corrupción y la descomposición que ha castigado al país en todas sus expresiones. Tan absurdo comportamiento que en nada se corresponde con la investidura de presidente referida por la Constitución de la República, ha sacrificado importantes momentos donde ha dejado de validar muchas de las ideas bolivarianas que a menudo pronuncia. E inclusive, desvergonzadamente se atreve a exhortar.
No hay duda alguna de la conmoción que vive la sociedad venezolana cuando, gracias a lo que queda de libertades de prensa, de expresión, de información y de opinión, conoce de las barbaridades cometidas por la delincuencia. Por esa misma delincuencia que, muchas veces y ante determinadas situaciones, actúa en nombre de la revolución o del bolivarianismo. Recuérdese las células violentas que operan en Caracas o en estados fronterizos o próximos a líneas de frontera.
Venezuela ya muestra signos de agobio, de cansancio, por tanto de abuso, por el grado de intensidad de las tropelías cometidas en contra de la familia, de los gremios, de los sindicatos, de la Iglesia Católica, de las escuelas, de las universidades y de los hospitales. En fin, de todos aquellos estamentos y personas que se pronuncien en desafecto o desacuerdo con el extremista, humillante y pervertido proceder del gobierno. Así ha sido, a pesar de discursos maquillados o adornados con alusiones de democracia reiteradamente pronunciados en las abusivas cadenas nacionales de radio y televisión. Pero que no son más que las imágenes de una nación transgredida. Y que, tristemente, es Venezuela: un país con pies de barro.