¡Los golpes de la vida! por Carlos Dorado

Estaba viendo en la televisión, un resumen de las olimpiadas de Río de Janeiro, y me emocioné muchísimo cuando el joven boxeador merideño; Yoel Finol, de 19 años, venció al experimentado argelino Mohammed Flissi; asegurándose así, al menos una medalla de bronce, y luchando por la de oro con toda la ilusión de la vida, en la búsqueda de algo que pueda cambiar su vida.
Después de la emoción de ver a un venezolano triunfando, me quedé pensando en mis años de esa pensión en la que vivía, de la zona del Cementerio, donde había un muchacho (no recuerdo su nombre), que trabajaba de motorizado, y tenía colgado un saco en la terraza donde practicaba casi todos los días con el saco, y haciendo “sombra”.
Tomando en cuenta que yo tenía 14 años en esa época, y era un poco la burla del colegio (por mi marcado acento gallego), pensé que una de las mejores formas de enfrentar algún día esas burlas era sabiendo boxear. Le pedí que si me podía enseñar a boxear, lo cual aceptó con mucho gusto. Pero necesitaba unos guantes.
Después de unas cuantas insistencias, mi madre me los compró (recuerdo que eran rojos), y pasamos como unos dos o tres meses practicando con el saco, y enseñándome las cosas básicas del boxeo. ¡Poco a poco me estaba comenzando a sentir un boxeador!
Le dije que quería aprender más, y me indicó que me llevaría al velódromo Teo Capriles, ubicado al final de la Cota 905, en la zona del Paraíso; el lugar donde él había aprendido. No fue nada fácil convencer a mis padres que me dejasen iniciar mi carrera boxística, hasta que mi madre dijo: “Bueno Manolo, es mejor que haga ese deporte, y no que ande por ahí fumando, o en algo peor”
Así; con una gran emoción encima, llegamos al Velódromo, me presentó al profesor; un señor moreno un poco gordo, quien tenía recortes de periódicos en la pared, donde aparecían reseñas de sus peleas. A veces me quedaba leyéndolas, y soñaba en que algún día mi nombre y mi foto también estarían ahí. Pasaron un par de meses, y sentía que hacía mucho entrenamiento, pero no terminaba de subirme al ring a pelear, y comenzar así mi ansiada carrera boxística.
Tanto le insistí que me diese la oportunidad, que un buen día me dijo: “Este sábado te puedes venir, y haces un par de rounds con uno de los muchachos”. Finalmente; allí estaba mi oportunidad de demostrar, lo que podría llegar a ser en ese mundo. Me subí al ring, y con un par de bailes estudié al contrario (un muchacho más alto y fuerte que yo), cuando de repente sentí un golpe en plena cara, que más que dolerme, me mareó, e hizo que las piernas no lograran mantenerme. Recuperé mi conciencia unos minutos más tarde acostado en una camilla, con hielo en la nariz, y un fuerte dolor en la misma, sintiéndola como si no fuese mía.
¡Había terminado mi carrera boxística, sin haberla iniciado! De regreso a la casa, fui pensando qué decirles a mis padres. Mi cara me delataba. Llegué y les dije:” Dejo el boxeo, ya no vuelvo más al gimnasio”. Mi madre me respondió: “Carlos, hay derrotas que enseñan más que las victorias”. Definitivamente, fue una de las grandes lecciones de mi vida, y ese golpe que recibí en la cara, seguramente me evitó muchísimos otros.
Veo a Yoel cubierto con la bandera de Venezuela, y diciendo que va a luchar por cambiarle el color a esa medalla. ¡Cómo me hubiera gustado haber sido Yoel! Un golpe me lo impidió, y quizás me cambió la vida.
¡Son esos golpes que te da la vida, los grandes maestros de tu vida…aunque duelan!
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