¿Sociedad cómplice o complaciente?, por Antonio José Monagas - Runrun
¿Sociedad cómplice o complaciente?, por Antonio José Monagas

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La historia política contemporánea que ha vivido Venezuela ha sido muy prolífica. Las experiencias por las que ha trascendido la sociedad venezolana en sus últimos años, no sólo en lo que va de siglo XXI, sino también en el curso de las cinco décadas finales del siglo XX, han dejado ver hechos de indudable interés, dada la variedad de sucesos difíciles que han caracterizado dicho período. Sin embargo, más allá de lo que indujo la bonanza petrolera alrededor de amargos episodios que devinieron en la comprensión equivocada del concepto de “desarrollo económico y social”, tal como lo concibió la teoría de planificación del desarrollo, la conducta del venezolano tendió a apegarse a maneras bastante cómodas de ascender en el escalafón social y político que había servido de mecanismo de posicionamiento político.

En el trajín de los acontecimientos que desde entonces vinieron caracterizando el discurrir del país, comenzaron a adoptarse comportamientos que hablaban no sólo de un venezolano dicharachero, extrovertido, solidario y hospitalario. Además, de gente que se pervirtió al dejarse convencer por posturas político-partidistas que exaltaban el facilismo como criterio de vida y por cuya práctica, se hacía sencillo acceder a actitudes complacientes, pero también cómplices de informalidades que rayaban con prácticas marginales disociadas de normativas dirigidas a educar al venezolano en términos de ética social, respeto, tolerancia, ciudadanía, valores de trabajo y reconocimiento del otro.

Así, luego de 1998, con al advenimiento de un gobierno militarista y presidencialista, se abrieron espacios al arraigo de tendencias que animaron la conflictividad, la inseguridad y la desconfianza. Fue oportunidad para que la incertidumbre irrumpiera sueños, expectativas y esperanzas. El miedo asedió actitudes y hasta propuestas de desarrollo que se disiparon entre problemas sociales que dominaron sobre dificultades económicas y reveses administrativos gubernamentales convirtiéndose así el país en un terreno propenso al desequilibrio visto como factor de consternación política.

Fue momento para que estas complicaciones comenzaran a amalgamarse con otros problemas que ya venían acumulándose. De la fusión de ambas situaciones, surgió la desgracia que afectó la elaboración de un horizonte común. Y en consecuencia, la dificultad para reconocer al vecino, al adversario político y al compañero. Ya, el rentismo petrolero había ocasionado profundos daños a la conducta socioeconómica del venezolano. Asimismo, la desconexión que había emergido entre intereses de la sociedad e intereses de la dirigencia política nacional. Tanto como la crisis de renovación generacional y programática de los partidos políticos del status quo cuyas secuelas motivaron un marcado rechazo a todo aquello que pregonaban y divulgaban los cuadros políticos correspondientes y que le endilgaron el remoquete de “antipolítica”.

Los gobiernos de entonces, se aprovecharon de la precaria cultura política del venezolano para tramar cuantas trampas ideológicas y dialécticas permitieran las circunstancias que fueron signando los distintos conflictos que vieron venirse, en el transcurso de esos años. Desde luego, fueron tiempos que rindieron interesantes y sustanciosas divisas políticas lo cual permitió que el paternalismo gubernamental se diera a la tarea de justificar su crecimiento. Fue lo que se llamó “hipertrofia del Estado”. En el ínterin de tan críticos momentos, lejos de buscar fórmulas que dieran con algún modo de entendimiento, que al menos procurara solventar la crisis política-económica-social que venía potenciándose, el denominado “gobierno revolucionario” animó la radicalización de dirigentes políticos que, para conveniencia de su protagonismo, se arrogaron la ridícula condición de “salvadores de la patria”. Aunque no conforme con ello, decidió desmembrar importantes canales institucionales, incluso constitucionales, con el perverso propósito de forjar el mayor poder político posible en sus manos.

En el fragor de tan intrigadas e intrigantes situaciones, el país político cayó en un estado de reposo relativo incitado por sumas de contravalores que lograron desviarlo de un espacio político cuyo terreno de movimiento había estado constituido por libertades y derechos humanos. Pero en este caso, las libertades y derechos humanos fueron perturbados por amenazas y conflagraciones que hicieron de la sociedad un cuerpo de deslindadas consecuencias. Aunque asalta la duda si el susodicho país político acaso se comportó como una ¿sociedad cómplice o complaciente?