Crítica de la desigualdad social y quienes se aprovechan de ella por Alejandro Armas
Crítica de la desigualdad social y quienes se aprovechan de ella

Pobreza_

 

Sin duda la superación de las desigualdades sociales es uno de los grandes retos del mundo de hoy. Con esto no me refiero a una redistribución de la riqueza por decreto que establezca la propiedad colectiva de los bienes y servicios, sino a los esfuerzos por minimizar la pobreza lo más posible mediante una combinación iniciativas del Estado, del sector privado y de los propios individuos interesados.

El problema requiere soluciones más urgentes en nuestro propio vecindario: Latinoamérica es la región con el coeficiente de Gini, principal indicador de la desigualdad de ingreso, más elevado en promedio. Aquellos para quienes Ayn Rand es un fetiche pudieran estremecerse ante el solo abordaje de este flagelo y acusar de inmediato a quien lo hace de estar poseído por el alma infernal del Che Guevara e incitar a una revolución para el reparto igual de la miseria. Para todos los extremistas maniqueos no hay matices.

De hecho es todo lo contrario. La mejor vacuna contra las epidemias totalitarias que algunos, como hipocondriacos de la política, creen ver por todas partes, es la mancomunidad de esfuerzos encaminados hacia sociedades sin exclusión. Dondequiera que, por acción u omisión, se niegue a los humildes la oportunidad de mejorar su calidad de vida sin importar su empeño por lograrlo, las utopías comunistas serán un discurso con amplio público. No importa cuántas veces la historia demuestre la inviabilidad de estos experimentos. El muro de Berlín puede volver a levantarse y caer mil veces. Aun así los marginados mantendrán su resentimiento hacia un sistema que los desprecia y soñarán con la revancha.

El marxismo se nutre abiertamente de la lucha de clases. El descontento que a su vez alimenta ese conflicto muy a menudo crece más por las actitudes discriminatorias de quienes se proclaman como sus opositores virulentos, que por las arengas incendiarias de sus partidarios.

El punto verdaderamente trágico de la resultante división insalvable entre “sifrinos” y “niches” ocurre cuando sus beneficiarios finales toman el poder con la promesa de impulsar los cambios necesarios (ay, esos días de febrero de 1999) para ponerle fin a todo aquello y llevarnos al mar de la felicidad popular. Entonces descubren que el poder es un fruto más sabroso que la manzana del Edén, pero a diferencia de la mítica primera pareja, nadie les hará admitir con vergüenza su efecto corruptor.

En la Primera Internacional, Bakunin fustigó a Marx por creer que una vanguardia de ilustrados tomaría en revolución el control absoluto del Estado, que  desde ahí la dictadura del proletariado impondría poco a poco la eliminación de las clases sociales, y que, cuando esto ocurra, el propio Estado desaparecerá. Dicho en criollo, el anarquista ruso le advirtió al alemán que esos revolucionarios con los que se ilusionaba nunca estarían dispuestos a soltar el coroto del poder una vez que lo hubiesen agarrado.

Aunque yo no suscribo tampoco las tesis de Bakunin, hay que reconocer que los años le han dado la razón en esta crítica al socialismo radical estatista. Bajo el pretexto de que no se terminan de dar las condiciones para el comunismo real, los regímenes marxistas más duraderos se prolongan por generaciones. Uno pudiera pensar que, como mínima condición para legitimar la larga transición, los dirigentes renuncien a toda prerrogativa especial y se esfuercen por vivir en iguales condiciones que los trabajadores que juran representar. Pero no. Al final hay una clase política rodeada de privilegios y comodidades, y el resto de los ciudadanos, al que se le exige obediencia y se le prohíbe cuestionar al statu quo (sí, en realidad es sin la “s” al final de la primera palabra). En otras palabras, sigue la desigualdad social.

Venezuela en tiempos de supuesta revolución se ha unido a la lista de ejemplos que ilustran este marco teórico con situaciones y protagonistas reales. En blogs y artículos oficialistas abundan las denuncias feroces sobre la putrefacción en la que el país estuvo hundido durante los cuarenta años de la mal llamada “IV República”. En el aspecto social, la crítica se afinca sobre todo en las postrimerías de ese período. Falta completa de razón no hay. Sería una falla olvidar que en ese tiempo el modelo político vigente estaba agotado, y las condiciones para superar la pobreza, severamente limitadas

Claro que había una corrupción rampante que beneficiaba a unos pocos a costa de muchos. Desde luego que la miseria iba en aumento. Y tampoco es mentira que mientras eso ocurría, las páginas de sociales de los periódicos no paraban de describir textual y gráficamente el derroche del jet set caraqueño. No a todos, pero a una buena parte de aquellos círculos de afortunados les importaba poco o nada lo que pasara fuera de su burbuja de placeres.

La quinta escencia de estos episodios se vio reflejada en la “boda del siglo” entre Gonzalo Fernández Tinoco y Mariela Cisneros: un Rolls Royce para transportar a la pareja de la iglesia a la fiesta, más caviar, langosta, salmón y champaña fina para unos 5.000 invitados, según reseñó entonces el Diario de Caracas. Al mismo tiempo la mayoría de la población difícilmente podía estirar lo suficiente sus “churupitos” para satisfacer sus necesidades básicas. Una semana después estalló el Caracazo, devenido por la épica chavista en efeméride para celebrar el “despertar” de un pueblo harto de la marginación, lo que llevaría diez años después al ascenso de su redentor.

Hoy hay quienes recuerdan con furia aquel pasado y lo esgrimen como argumento para aplaudir el presente. Pero, ¿cuál es la gran diferencia? Los estudios independientes del Gobierno, (incluyendo el de la Cepal; no son solo los de las universidades “de derecha”) han concluido que la pobreza va en ascenso. Las autoridades lo niegan y de vez en cuando sueltan cifras de tendencia contraria, pero no permiten a nadie verificarlas. El problema es cuantitativo y cualitativo: hay más pobres con mayores penurias. Están sometidos a un hampa sanguinaria desbordada, colas onerosas, la inflación más alta del mundo, desabastecimiento crónico de productos y servicios públicos deficientes. Con este cuadro, nadie puede extrañarse de que haya cada vez más protestas y disturbios, como reporta el Observatorio Venezolano de la Conflictividad Social.

¿Afecta la cruda realidad a todos? Al igual que en los ochenta y noventa, no. Hay una minoría que no pisa nunca un supermercado, se trata en el extranjero cuando se enferma y se blinda de escoltas. Una parte considerable de esta élite está formada por funcionarios que, irónicamente, en público se confiesan devotos del “ser rico es malo”, y por empresarios afines o políticamente nulos que han hecho jugosos negocios mediante contratos con el Estado.

La colega Andrea Tosta, con quien compartí aulas, brindó hace poco en el portal El Estímulo un retrato elocuente  a propósito de estos nuevos privilegiados. Su rasgo más distintivo es una ostentación exagerada, frecuentemente de pésimo gusto. Viven en un cosmos de whisky etiqueta azul, desorbitantes apuestas en el hipódromo que no les importa mucho perder y viajes por los destinos más exclusivos del globo.

¡Ni hablar de sus parrandas privadas! Al respecto sí que hay una diferencia con el pasado: hoy no hay periódicos que lo expongan, bien sea porque no se atreven o porque, en caso contrario, les niegan el acceso al papel. Por desgracia para los que quieren celebrar con estricta discreción, a veces se filtra digitalmente un registro gráfico. Así, por ejemplo, vimos recientemente a un diputado, que destaca por su verbo soez y su gusto por el buen vestir, en un rumbón nada socialista, en uno de los hoteles más lujosos del odiado este capitalino y con himeneo cortesía de al menos una estrella de la música pop criolla contemporánea. El motivo fue la boda de un supuesto familiar del parlamentario. No se puede saber si hay un vínculo genealógico, pero lo cierto es que el legislador estaba ahí, y aunque él siempre se ha definido como más rojo que un tomate, las fotos lo muestran muy satisfecho en ese entorno.

Queda claro que la desigualdad social, al igual que la sarna en el estado Vargas reportada por medios de comunicación, aun “pica y se extiende”. Para evitar que más adelante haya también quien sepa aprovecharse de ella, ¿no es lógico combatirla desde ya? Será un proceso largo y difícil, que no vendrá  solo de milagros públicos ni filantrópicos. Pero se puede se dar el primer paso con algo tan sencillo como no hacer muecas de asco ante la sola proximidad de una persona pobre. Por algo se empieza.

@AAAD25