Runrun.es: En defensa de tus derechos humanos

Opinión

Un problema muy común de los comunistas

Alejandro Armas
01/04/2016

america_latina60040

 

Últimamente se ha hablado mucho de un debilitamiento de la izquierda populista en Latinoamérica. Algunos incluso consideran que se trata del fin de un ciclo, que duró entre 10 y 15 años, y durante el cual movimientos políticos en esta honda tomaron democráticamente el poder en varios países de la región.

El apoyo a ellos ha mermado considerablemente, más en unos casos que en otros. El fenómeno comenzó a manifestarse en Argentina con el ascenso de Mauricio Macri y la salida del kirchnerismo de la Casa Rosada. Un mes después la oposición venezolana conquistó la Asamblea Nacional con una diferencia frente al chavismo que casi nadie previó. Evo Morales perdió por escaso margen un plebiscito que, de otra forma, le hubiera permitido perpetuarse en la presidencia de Bolivia eternamente. Dilma Rousseff está cada vez más aislada (el mayor partido político de su país le retiró esta semana su apoyo), es repudiada por nueve de cada diez  brasileños y podría ser destituida por el Congreso. Rafael Correa no ha vivido ningún trauma similar pero, ante un posible deterioro de la economía ecuatoriana, decidió voluntariamente no buscar un nuevo mandato.

Como puede verse, la  “oleada roja” que tuvo su primer impacto en 1999 con la elección de Hugo Chávez se encuentra ahora en una situación desesperada, aunque quizás no mortal. Desde Caracas, la reacción del chavismo ante la debacle sufrida por sus aliados no se ha hecho esperar.

Así, el presidente Maduro y otros voceros del alto mando oficialista no han parado de repetir que las derrotas electorales del kircherismo y de Morales fueron el resultado de “campañas sucias” en las que el despreciable “imperio” tiene metida su peluda mano. Parecen insinuar que las mayorías de los argentinos y los bolivianos, ahora que no apoyan a sus compinches, han pasado a ser unos inocentes engañados, dignos de lástima. En cuanto a Rousseff, el trámite de juicio político en su contra, un proceso constitucional, ha sido invariablemente catalogado como un “golpe de Estado”. Una curiosa acusación proferida por quienes se jactan de haber llegado al poder desde las entrañas de una militarada. Desde luego, para los exaltados rojos no es casualidad que todo esto ocurra a la vez. Para ellos, está en marcha una suerte de plan macabro de las élites económicas locales, confabuladas con el capital imperial, para poner fin a los gobiernos progresistas del pueblo.

Palabras más, palabras menos, eso han repetido los amigos afectados en sus respectivos países, y también los movimientos de izquierda radical que los apoyan incondicionalmente. Para estos es imposible que Evo y Cristina hayan errado hasta el punto de perder el apoyo de la ciudadanía, o que el Partido de los Trabajadores en Brasil esté plagado de corrupción. Todo aquel que se atreva siquiera a sospechar lo contrario es un oligarca y un golpista.

La verdad es que ante quienes reaccionan así al pensamiento crítico, uno no puede sino sentir que está tratando con personas sumamente arrogantes. Es como lidiar con alguien que se siente poseedor de una verdad iluminada, incuestionable, y que solo se equivoca cuando así se lo hace saber otro que está todavía más alumbrado por la realidad.

Hay una prepotencia entre muchos adeptos de la izquierda revolucionaria que se deriva del carácter dogmático que con el tiempo fue envolviendo el marxismo. A veces me pregunto si, aun con todas sus fallas, el propio Marx hubiera querido que El capital adquiriera el carácter de una Biblia, siendo su autor un ateo militante. Pero el punto es que hasta cierto punto lo ha hecho, y al menos un porcentaje (demasiado alto, a juicio de quien escribe) de sus seguidores se ha vuelto incapaz de escuchar discrepancias fuera del círculo de iniciados en el pensamiento del “sabio de Tréveris”.

Varias cosas derivan de este sentimiento de superioridad. La primera es una visión nada democrática del juego político. Estos individuos sienten que solo ellos tienen derecho a gobernar. Cualquier otra jefatura pública les resulta perversa y tienen el derecho a acabar con ella como sea.

Otro de sus aspectos es la pretensión de monopolizar para ellos todas las causas generalmente identificadas con el progreso. De esta forma, para luchar por los derechos de las minorías étnicas, de las mujeres, de los menores, de las personas de la tercera edad, de los LGBTI, de los animales, o por la conservación del ambiente, hay que ser primero socialista, o comunista, etc. También reclaman la exclusividad para identificarse con la obra y pensamiento de figuras históricas emblemáticas, que en el caso venezolano pueden ir desde Simón Bolívar hasta Rómulo Gallegos (adeco, por cierto).

Como tercera característica está una constante victimización cada vez que las cosas no salen como se esperaba. Ya que estos señores y señoras, en conjunto al menos, siempre tienen la razón, su ausencia en el poder o el ejercicio del mismo por ellos sin satisfacer las expectativas solo puede explicarse por la intervención de un tercero que lo impide malévolamente. No es que la ciudadanía no los apoye, sino que las autoridades no les permiten participar. Y cuando sí participan, les montan jugadas comunicacionales y psicológicas sucias para que el pueblo no se dé cuenta de que sus argumentos son los únicos valederos. Finalmente, si forman un gobierno pero desmejora la calidad de vida, es porque hay una “guerra económica” contra ellos.

A estos sujetos no les gusta hablar de que sus camaradas han sido capaces de atrocidades que nada tienen que envidiar a Hitler o a los tiranos latinoamericanos genocidas que ellos tanto critican. Prefieren omitir los horrores perpetrados en nombre de la revolución socialista. Como si Stalin no hubiera erradicado a millones de opositores. Como si Camboya nunca experimentara un baño de sangre a manos de Pol Pot  y sus jemeres rojos. Como si Sendero Luminoso no hubiera masacrado a decenas de campesinos en Perú por considerarlos “traidores a la guerra popular”.

Los comunistas venezolanos, por suerte, no han cometido fechorías de este calibre, pero su pensamiento dogmático sí los ha llevado a incurrir en barrabasadas. La mayor de ellas fue sin duda su aventura (¿o desventura?) armada en los años 60. Alucinados con la Revolución Cubana, quisieron convertir los montes de Falcón, Lara y Barlovento en versiones criollas de la Sierra Maestra. No tomaron en cuenta el detallito de que, a diferencia de los barbudos isleños, se alzaron contra un gobierno electo democráticamente. Si bien estuvieron excluidos del Pacto de Puntofijo, eso no implicó su clandestinidad, como quedó claro en su participación libre en los comicios de 1958, en los que apoyaron a Wolfgang Larrazábal.

Pudieron seguir dando la batalla en el terreno del debate civil. Pero, ¡no! Aparentemente juzgaron que el pueblo era demasiado tonto como para darse cuenta de que su ideología era la salvación. Ellos, un puñado de militantes, sabían mejor que el resto de los ciudadanos qué era lo mejor para todos. Así que decidieron imponerse por la fuerza.

El episodio más dramático de esta conducta arrogante fue la elección de 1963. Ya que la democracia establecida era cosa de “burgueses”, los guerrilleros exigieron a la colectividad no votar. Más allá de eso, llegaron a incendiar imprentas para la elaboración de papeletas comiciales. Hay incluso reportes de que las fracciones más radicales amenazaron con atacar a tiros a filas de votantes, algo que por suerte no concretaron. A pesar de todo esto la participación ante las urnas fue de más de 92% de los electores.

Por supuesto, si en el pasado hay registro de los desatinos de los izquierdistas extremos, también los hay de situaciones en los que ellos fueron víctimas de salvajadas. La semana pasada se cumplieron 40 años del golpe de Estado que estableció una dictadura militar en Argentina, y ayer, 52 de la insurrección que tuvo igual resultado en Brasil. Los dos regímenes autoritarios fueron parte de una red de déspotas uniformados suramericanos que colaboraron para lograr el exterminio de miles de personas afiliadas con movimientos marxistas. Esto fue la siniestra Operación Cóndor.

Sin embargo, conocer esa historia no es lo mismo que abusar de ella. La Cancillería venezolana acaba de emitir un comunicado en el que advierte de una nueva Operación Cóndor. A eso atribuye la debilidad de sus aliados en el continente, un intento incoherente por justificar sus problemas políticos.

Si alguien, después de leer todo esto, ya está listo para acusarme de ser un fascista o un liberal (la segunda de estas etiquetas no necesariamente es negativa), puedo responder que de hecho me veo justo a la izquierda del inalcanzable centro. Quienes están en esa dirección, pero gustan de irse al límite a pegarle gritos a todo el que no los acompañe, pueden tener mucho que aportar, si se bajan de esa nube.

 

@AAAD25

Una base de datos de mujeres y personas no binarias con la que buscamos reolver el problema: la falta de diversidad de género en la vocería y fuentes autorizadas en los contenidos periodísticos.

IR A MUJERES REFERENTES