Los consensos de hecho por Víctor Maldonado
Víctor Maldonado C. Ene 07, 2016 | Actualizado hace 3 días
Los consensos de hecho

Consenso

 

Entramos en una nueva etapa. Se instaló la Asamblea Nacional y ya estamos viendo los cambios. No es poca cosa despojar al hemiciclo de toda esa iconografía revolucionaria que obligaba a todos los venezolanos a asumir como parte de nuestras obligaciones éticas y estéticas el culto a la personalidad del presidente Chávez y ese capricho terminal que nos quiso legar una imagen fraudulenta del libertador Simón Bolívar. Bien bueno que a las primeras de cambio se haya decidido acabar con ese carnaval de adulancias y de mentiras detrás de las cuales se escudaban irresponsablemente para cometer casi cualquier crimen contra la Constitución. No es poca cosa recuperar el decoro y la sobriedad, la apertura a los medios de comunicación social, el pluralismo de las tribunas, y la turbulencia a veces extrema con que se debaten los temas. Empero, la conducta de los que ahora son minoría nos advierte que ellos no se van a resignar al inédito papel que les proporcionó la voluntad popular, y que contrariamente a lo que indica la más elemental sensatez democrática, ellos están prestos a subvertir, sabotear e incluso violentar todas las sesiones del nuevo parlamento. Ya aparecieron, por cuenta de ellos, las esquinas calientes y las agresiones programadas. El mismo guión de los que nunca han jugado limpio, de los que no creen en la democracia ni tampoco aprecian el valor de las instituciones republicanas. Precisamente por eso, porque la bestia autoritaria sigue pataleando y no encuentra una forma apropiada de drenar su frustración y de elaborar su duelo, es que ahora más que nunca debemos pensar y asumir que la fuerza de la alternativa democrática está fundada en un conjunto de consensos de hecho que funcionarán a la vez como parámetros restrictivos y como brújula que señala el norte político.

El primer consenso es la aspiración a la paz como resultado de la reconciliación nacional, el respeto por las diferencias y el mutuo reconocimiento de los que son diversos. La violencia no ha funcionado. La explotación intensa de los resentimientos no ha logrado resolver uno solo de los problemas del país pero ha creado otros nuevos. La gente está harta de la prepotencia inútil y de la irresponsabilidad con la que se inventan excusas de los que con seguridad han sido los artífices de todo este desastre. A esa expectativa corresponde la ley de amnistía y de reconciliación nacional. La gente quiere que se vacíen las cárceles de presos políticos y que nadie tenga razones para vivir en el exilio.

Pero eso solo es el primer paso de una aspiración generalizada a la convivencia pacífica. Los venezolanos están también saturados de vivir en el país más peligroso del mundo. 30,6 millones de venezolanos viven la pesadilla de ser los rehenes de las megabandas y de otros grupos violentos que disponen de la vida y bienes de cualquiera. Pero también repudian la infamia del uso de grupos violentos que son financiados para degradar la política. La gente esta asqueada de un régimen que se vale de turbas que insultan y agreden con total impunidad. En ningún país del mundo se tolera que se lancen piedras y botellas al paso del presidente de la Asamblea Nacional, y mucho menos que los responsables de tales hechos sean tan notoriamente obvios. Por eso mismo, todo lo que se pueda hacer para rescatar la seguridad pública contará con el respaldo y el aplauso de los venezolanos. Eso sí, se debe hacer apegados a la ley y al respeto de los derechos humanos.

El tercer consenso es la atención sensata de las penurias de los grupos más vulnerables de la población. Ancianos, madres solteras en condición de pobreza, niños en peligro de deserción escolar, enfermos crónicos y desempleados deben ser parte de una nueva agenda social, deslindada del populismo sectario, y enfocada a evitar para cada grupo las peores consecuencias de la depauperación del país. El formato de las misiones y grandes misiones no ha servido para atajar las consecuencias de la crisis y dieciséis años de experimentos no ha mejorado sustancialmente la educación pública ni permite tener a disposición de las clases modestas un sistema de salud eficaz. El consenso de hecho nos obliga a pensar nuevas vías, nuevos énfasis y nuevas soluciones a la tragedia del empobrecimiento masivo provocado por el socialismo del siglo XXI.

Todos aspiramos a una economía que funcione. La gente no quiere seguir viviendo el alto costo de la vida con escasez y desempleo. La gente quiere estabilidad y progreso. Los venezolanos saben que no hay recuperación posible con derroche y sin esfuerzo. Reconocen que no será fácil pero que hay que enseriar al país. Que no es viable una economía fundada en la mentira y en el populismo. Y que tampoco se puede hacer una economía al margen del respeto a la propiedad y de las leyes del mercado. Una economía que debería reconstruirse sobre la base de reglas claras y universales, de las que nadie se pueda aprovechar indebidamente­. Una empresa privada más competitiva, abierta, innovadora y sin ataduras indebidas. Un sistema de mercado que produzca oportunidades de calidad para todos aquellos que quieran ser productivos. Los venezolanos comprobaron que el socialismo estatista no funciona.

Todos aspiramos a vivir un país de oportunidades valiosas. Un sistema de salud que evite la enfermedad y que nos permita la curación. Un sistema educativo que nos prepare para el desafío productivo. Un mercado de trabajo que nos de opciones, que nos permita crecer y ser dueños de nuestro destino. Eso ahora no lo tenemos. Necesitaremos un nuevo pacto laboral fundado en nuevos consensos, porque necesitamos crear seis millones de puestos de trabajo, desafío que significa multiplicar por tres el número de empresas que ahora tenemos. No hay que tenerle miedo a discutir y a dilucidar nuevos caminos, sobre todo porque estamos de acuerdo en una cosa: la senda del socialismo nos ha traído a este abismo de pobreza que ahora compartimos.

El daño provocado por esta mezcla tan insana de socialismo, autoritarismo y populismo es muy profundo. Nadie puede esperar que la recuperación sea indolora e inmediata. Los costos de esta tragedia los estamos sufriendo ya por la convulsión de la peor economía del mundo en el país más violento del mundo. Por eso el discurso político debe ser a la vez claro y pedagógico. Nos hemos empobrecido. Nos han desfalcado. Nos han dañado. Antes nos conocían por las telenovelas. Ahora son los escándalos de lavado de dinero y narcomafias las cartas de presentación del país. Antes éramos buenos para las inversiones. Ahora somos objeto de la preocupación de todos los analistas de riesgo.

Lo peor de todo es que el régimen desprecie los consensos de hecho y se coloque en la acera del frente. La gente quiere reconciliación pero ellos insisten en seguir la trama de sectarismos y persecución política. La gente quiere seguridad pero ellos siguen patrocinando la impunidad y la violencia de los grupos paramilitares adeptos. La gente quiere políticas de estado que combatan las causas y consecuencias de la pobreza pero ellos siguen apostando al fraude populista y a la extorsión de los que tienen necesidad de acudir a las misiones. La gente quiere una economía sana pero ellos insisten en el plan de la patria y en el radicalismo insensato. Al parecer seguirán con la ficción de la guerra económica y esquilmaran lo que queda de empresa productiva. La gente quiere trabajo de calidad pero ellos insisten en confundir empleos reales con leguleyismo laboral, asustando a los más incautos con una reforma de la ley del trabajo inconsulta, tal y como ellos lo hicieron, entre gallos y media noche. Eso no está en la agenda de lo inmediato, pero en su momento habrá que afrontar la necesidad de elaborar entre todos una ley que no sea este torniquete de imposibilidades y permisibilidades que hoy castiga la productividad. Pero insisto, a diferencia de la forma como ellos lo hicieron, cualquier reforma deberá hacerse convocando todas las partes.

Esa obcecación en desconocer la nueva realidad política los hace a ellos inviables. Por eso, el último consenso de hecho es que así es imposible la cohabitación, y por eso mismo la gente aspira una renovación más integral, eso sí, dentro de lo posible en términos de la constitución: pacífico, democrático y electoral. Lo cierto es que un régimen que es ineficaz termina siendo un régimen inválido que hay que relevar para dar paso a otro que si quiera y pueda resolver los problemas de toda colectividad humana: poder comer completo, poder hablar sin miedo, y poder tener, usar, disfrutar y disponer de los bienes que legítimamente se han adquirido.

 

@vjmc