Conspiración paranoica
Hemos progresado. Ahora la gente se pregunta cómo puede ser posible que el gobierno no pueda ver los efectos de su gestión. Que no tenga la capacidad de verse como causa de las consecuencias que todos estamos padeciendo. En la calle, los ciudadanos que hacen colas y sufren los rigores de la escasez, la inflación y el desempleo, no encuentran respuestas satisfactorias a la inacción del gobierno. Nadie puede darle una explicación racional a este curso inercial hacia el desastre mientras el alto mando cívico-militar se la pasa debatiendo sobre la inmortalidad ultra-galáctica y las diversas formas que tienen a la mano para volver a interpretar lo que el supremo dijo en aquel tiempo pero que “interpreta cabalmente esto que nos está pasando hoy”. Hemos avanzado en la misma medida que no hay resignación en aquellos que buscan respuestas sin resignarse a la convivencia con el enigma más intrigante del siglo XXI. Me refiero a las vías para quebrar y someter a la pobreza a un país petrolero, luego de más de diez años de precios petroleros altos. ¿Cómo hicieron para llevar a cabo el anti-milagro perfecto?
Ludwig Wittgenstein solía decir que “el enigma no existe. Si es posible formular un interrogante, también se lo puede responder”. El caso venezolano tiene respuestas, pero están aplastadas por una trama exculpatoria que se inscribe en los anales clásicos de las teorías paranoicas de la conspiración, es decir, la concepción errónea de que cuando ocurre algo malo, ello se debe a la mala voluntad de un poder maligno, de algo o de alguien que está especialmente interesado en el fracaso del modelo, de los que están al frente del gobierno y al final, contra el pueblo, su felicidad y sus derechos.
En Venezuela vivimos un ambiente de conspiración paranoica. No hay nada que ocurra o que deje de ocurrir que no tenga una excusa, al margen de los que deberían ser responsables. El crimen, por ejemplo, es culpa de los paramilitares. La escasez, de los bachaqueros. La inflación, de la derecha maltrecha, la recesión del eje Bogotá-Washington-Caracas, los apagones de los terroristas y guarimberos, el calor tiene su razón en el capitalismo salvaje, y el frío ocurre porque “los gusanos de Miami” están empeñados en el fracaso del proyecto de Chávez. Ya sabemos que a la hora de las excusas ya no se guardan ni las formas. Depende del momento y de quien tenga al frente un micrófono. Recientemente un diputado oficialista dijo que “como estábamos en guerra ellos no podían publicar las cifras de la inflación”. Otra, mucho menos feliz en sus declaraciones dijo que “ella gozaba la cola sabrosa”. Uno de ellos asume como verdadera una guerra que ellos se inventaron para ocultar el ejercicio corrupto del poder que es también incapaz de resolver nada. La otra, que por cierto es la responsable de que ahora estemos disfrutando de un Guaire de aguas cristalinas, asume como valedera el disfrute cuasi-orgásmico de una larga espera, al sol y con lluvia, tal vez porque le parezca barato otorgar ese privilegio a los que no tienen otra forma de disfrutar nada.
No hay teoría conspirativa que sobreviva al esfuerzo sistemático de pensar con realismo. Por eso mismo el régimen no educa ni informa. Su especialidad es la distorsión de la realidad y la explotación del resentimiento. Ellos prefieren que la gente se devane los sesos buscando un culpable extravagante y que no lo haga tratando de reflexionar sobre las causas y las consecuencias. Karl Popper decía por eso que “solamente la ignorancia puede ser la obra de poderes que conspiran para mantenernos en ella, para envenenar nuestras mentes instilando en ellas la falsedad, y que ciegan nuestros ojos para que no podamos ver la verdad manifiesta. Esos prejuicios y esos poderes son, pues, las fuentes de la ignorancia”. Por eso mismo la agenda del socialismo del siglo XXI es el aislamiento social y la más grosera hegemonía comunicacional. El régimen cuelga del delgado hilo de sus propias patrañas.
No es casual que haya una forma marxista de la teoría conspiracional de la ignorancia. La obsesión contra la prensa libre y cualquier forma de capitalismo encubre esa voracidad genética con la que el comunismo consume poder. Tampoco es un albur que los socialismos sean tan insistentes en mostrar las supuestas contradicciones irresolubles entre el proletariado y el capital, hasta el punto de tener que desencadenar la dictadura obrera como antesala del comunismo. De nuevo asunciones falaces, explicaciones erróneas y esa forma tendenciosa que muestra como verdadero lo que es falso. Una de las más comunes es la que utilizan algunos líderes cuando se refieren al pueblo, categoría gaseosa y difusa detrás de la cual se encubren las propias opiniones e intereses inconfesables.
Los fanatismos son irreductibles. En eso también son campeones los socialistas. Sus opiniones las equiparan a una “verdad científica” y por lo tanto incontestable. Para ellos –pobres ilusos- la verdad es manifiesta y por lo tanto está allí a la luz y a la mano de cualquiera que quiera acceder a ella. Los que reniegan de esa verdad –por lo demás oficial y de obligatorio consumo- son parte de la maldad y la depravación capitalista –de nuevo el culpable más ubicuo- cuyos tentáculos e intereses tienen sobradas razones para temer la verdad, conspirar contra ella e intentar suprimirla. Pero la verdad no suele estar tan a la mano, sobre todo en situaciones tan polarizadas y extremas como la que los venezolanos estamos viviendo. Voy con un ejemplo.
Recientemente la periodista Esperanza Marquez le hizo una entrevista al Padre Arturo Peraza que fue titulada así: “El desencanto es con el gobierno, no con el modelo”. Reconozco y valoro ante todo la buena fe y la preocupación social del sacerdote y profesor de la UCAB. Pero esa afirmación –de haberla dicho efectivamente- nos sugiere un sinfín de interrogantes, no sobre su persona sino sobre el tratamiento apropiado del tema. Por ejemplo, si el modelo, que no es otro que el socialismo del siglo XXI, puede suponerse diferente a sus administradores dogmáticos. Si el problema es de ejecución y no de concepción. Si la distribución populista de la renta no es inherente al planteamiento ideológico y a su fatal fracaso. Y si alguien puede afirmar algo tan grueso como que hay un desencanto que se puede discriminar entre los actores y el libreto que con tanta rigidez han desempeñado.
Pero la entrevista sigue. En algún momento la periodista afirma “Ese sueño que ofreció Hugo Chávez a los pobres fue como una ilusión y lo que hizo fue utilizarlos para luego sumir al país en lo que estamos”. O sea, intentando plantear una relación entre causas y consecuencias se topa con la responsabilidad de quien por mucho tiempo ejerció el poder con afanes monopólicos. La respuesta del sacerdote fue también muy llamativa: “Yo no aceptaría ese argumento porque cuando estás en los barrios populares y tienes a 10 minutos un centro de atención médica y no necesitas bajar unas escaleras para llegar al hospital significa que la calidad de vida ha mejorado de una manera exponencial. ¿Por qué la clase media es tan ciega para ver una cosa tan obvia?, hay que ir al barrio y darse cuenta lo que significó ese momento de calidad de vida en cuanto a derecho a la salud o acceso a la vivienda. Fueron cosas que se hicieron y es mucha ceguera no darse cuenta”. No dice el cura que el programa Barrio Adentro confinó al barrio a ser su propio gueto. Tampoco refiere al inmenso daño que eso provocó en la salud poblacional, cuyas cifras han sido inventariadas con mucha seriedad por la encuesta sobre las vulnerabilidades del venezolano, realizada por cierto por la UCAB en conjunto con otras universidades. Tampoco recuerda que lo que se ha deteriorado es precisamente la calidad de vida en un país lleno de violencia, inseguridad y las consecuencias de una mala economía. Nadie tiene acceso a la salud –no es problema de cuantas escaleras sube o baja el enfermo- cuando este socialismo autoritario ha motivado la más intensa fuga de talento. Nadie puede tener acceso a la salud cuando salir a la calle de noche es más peligroso que aguantar hasta el día siguiente con un infarto entre pecho y espalda. Nadie tiene salud si no hay medicinas y la calidad del médico es tan baja y anacrónica que pocos confían en que sean ellos precisamente los que pueden resolver un problema. Por alguna razón los funcionarios del sector público prefieren las clínicas privadas y no se ha oído que ninguno de ellos –salvo el que por eso se murió- confíe su vida a un médico cubano.
Los barrios no han mejorado en su calidad, y allí siguen, dando cuenta del fracaso de todos esos experimentos alrededor del uso y del abuso de la pobreza para fines políticos. Barrio Adentro fue un negocio de los cubanos. Barrio Adentro era un programa político que usaba una carencia social para ganar adhesiones. El Estudio de Condiciones de Vida (UCV-UCAB-USB) concluyó que 4 de cada 10 venezolanos cree que los programas sociales son para partidarios del gobierno. Es difícil invalidar o dejar de lado esa percepción cuando en las sedes de cualquier programa social lo primero que está a la vista es una foto de Chávez, otra del Che, y el resto de la pared llena de consignas políticas ajenas a la dignidad y el decoro de lo que debería ser un servicio público. No alude el entrevistado a que se perturbó hasta la quiebra lo que debía ser un sistema integrado de salud, no solo para los pobres, sino para los ciudadanos. Pero, ¿es que el chavismo como modelo se salva por esa iniciativa? ¿Y los colectivos violentos? ¿Y la corrupción? ¿Y la represión? ¿Y la justicia? ¿Y el ventajismo autoritario?
La realidad muestra indicios que contradicen a aquel que reclama a la clase media esa “mucha ceguera” que le impide reconocer que se hizo algo. Se podría agregar además que se trata a la clase media como otra entelequia, tan gaseosa como podrían ser “los sectores populares”, que en boca interesada resultan ser argumentos y oportunidades para la tergiversación de la realidad. Pregunto yo ¿Es la clase media culpable de todo este desastre? ¿No se deja colar por esa ruta una que otra teoría de la conspiración paranoica que encubre una realidad más compleja y siniestra? Por cierto, el barrio no es una cantera de conocimiento trascendental. Cada vez que leo la recomendación de ir al barrio para conocer la verdad no puedo sentir otra cosa que un intento impropio de manipular la realidad. No hay arcanos ocultos en los barrios de nuestras ciudades.
Volvamos a Karl Popper. Él decía que el problema de los que invocan “la verdad manifiesta”, esa que está allí para que todos la palpen, “no solo engendra fanáticos -hombres poseídos por la convicción de que todos aquellos que no ven la verdad manifiesta deben de estar poseídos por el demonio- sino que también conduce, aunque quizás menos directamente que una epistemología pesimista, al autoritarismo. Esto se debe, simplemente, a que la verdad no es manifiesta, por lo general. La verdad presuntamente manifiesta, por lo tanto, necesita de manera constante, no sólo interpretación y afirmación, sino también re-interpretación y re-afirmación. Se requiere una autoridad que proclame y establezca, casi día a día, cual va a ser la verdad manifiesta, y puede llegar a hacerlo arbitraria y cínicamente”. De eso se encarga la hegemonía comunicacional, la propaganda, la ceguera militante y la ingenuidad que se debate entre la nostalgia y los buenos deseos.
Esa maquinaria de divulgación tendenciosa hace mucha bulla y provoca demasiada confusión. Por eso vale la pena tener algunos principios claros:
- El poder corrompe. Y cuando es absoluto se corrompe absolutamente. (Lord Acton)
- El populismo siempre decantará en autoritarismo y evasión represiva.
- La oferta populista es un intento de dominación y de confiscación de la libertad.
- La mediación populista de la pobreza no acaba con los pobres pero los hace menos libres.
- El modelo socialista incluye a sus caudillos autoritarios como parte del formato. No hay socialismo sin personalismos groseramente despóticos.
- La única forma de valorar al socialismo es por sus resultados, que siempre son fracaso y ruina.
- Las misiones son la expresión frustrada de la visión militarista de las políticas sociales.
- El gobierno solo debería empeñarse en garantizar reglas del juego claras y estables, seguridad y justicia, y servicios públicos de calidad.
- Los sectores vulnerables de la población deben ser atendidos debidamente y diferencialmente. Los subsidios directos, temporales y condicionados son la mejor forma.
- La inflación es siempre el resultado de la indisciplina fiscal y la oferta irresponsable de un bienestar que antes no se ha producido.
- La escasez es el resultado del populismo económico que niega costos, precios y condiciones de mercado.
- No hay libertad sin empresa privada. No hay empresa privada sin el respeto absoluto por los derechos de propiedad.
- La libre competencia y el libre mercado garantizan productividad, oferta diversa y precios competitivos.
- Solo la disposición de empleos de calidad permiten movilidad social y salir de la pobreza.
- La democracia se construye y consolida con clases medias empresariales y profesionales vigorosas y no contra las clases medias.
Yo siento que va llegando la hora de que entre todos construyamos una versión de la realidad en la que haya menos culpables y más responsables. El esplendor de la verdad es más sereno y está más orientado hacia el futuro, pero sin desmemoria, para que haya aprendizaje. Hay que luchar por un deslinde entre lo cierto y lo falso. Hay que reescribir toda esta tragedia. El punto de partida podría ser identificar quién o quiénes han acumulado poder y por lo tanto capacidad de realización para el bien y también para el mal. Y exigir que esos poderosos asuman las consecuencias de sus actos. Porque de lo contrario va a terminar la clase media siendo el chivo expiatorio de toda esta tragedia.