¡La vergüenza de ser pobre! por Carlos Dorado

Como les habré dicho en artículos anteriores, una buena parte de mi infancia la viví en una pensión en la zona del Cementerio; se llamaba “Pensión España”, y allí compartía una habitación con mis padres.
Mis padres, quienes escasamente habían terminado la primaria, siempre le dieron mucha importancia a la educación, ya que eran unos firmes creyentes de que sólo a través de ella podría ser lo que ellos no habían sido. Por lo cual, me inscribieron en el Colegio Cervantes, un colegio privado, de niños de clase media, y donde buena parte de los ingresos de ellos se iban para pagarme la mensualidad.
Como buen colegio de clase media, la mayoría de sus estudiantes vivían en zonas buenas de Caracas. Viviendo yo en el Cementerio, y quedando el colegio en Las Palmas, sin tener mis padres vehículo, la única manera de ir al Colegio, era el transporte escolar. El cual, después de dejarme a mí, todavía le quedaban alumnos que vivían en los lados de Santa Mónica.
Confieso, que me daba mucha vergüenza pensar que pudiesen descubrir que yo vivía en una pensión de zona marginal, y desde el primer día le dije al chofer del transporte escolar, que me podía dejar en la avenida Presidente Medina (una zona cercana, un poco mejor que la mía, al menos no catalogada como marginal). Esto me daba la ventaja, de que los demás muchachos que todavía no habían llegado a sus casas, creyesen que yo vivía en esa zona, y no en la zona marginal donde vivía.
El conductor me miró un poco extrañado, pero al final a él le venía muy bien mi sugerencia, ya que así él continuaba para Santa Mónica, y no tenía que desviarse y perder unos 10 minutos en la ruta. No opuso resistencia a mi petición, más por conveniencia que por amabilidad, ya que nunca hizo el menor esfuerzo para dejarme donde realmente debería haberme dejado.
Esto significaba para mí, que tenía que caminar unas 6 cuadras para tomar el autobús en la mañana, y otras 6 cuando me regresaba. Pero así, nadie en el colegio sabía que vivía en una zona marginal. ¡Era como uno de ellos! (quizás con el tiempo, me di de cuenta de la ventaja de no haber sido como ellos).
Mis padres nunca entendieron por qué el autobús, no me dejaba y no me recogía delante de la puerta de la pensión. Esto fue de un gran estrés, y siempre les argumentaba que me buscaba un poco más abajo, porque así el chofer no tenía que dar la vuelta, y él me lo había pedido así. Pensaron que yo era un muchacho muy condescendiente.
Sin embargo, mi madre que me imagino que intuyó la situación, me echó un cuento: Un día en la estación de trenes de Madrid, había una pareja con su hija de 9 años que vivían en el andén en unos cartones. Al pasar una señora muy elegante, toda enjoyada con su esposo, le comenta a éste: “Pobrecitos no tienen hogar”. A lo que la niña le respondió: “Disculpe señora, hogar si tenemos; lo que no tenemos es casa”
Al siguiente día, le pedí al chofer que me dejase delante de la pensión. Lo hizo a regañadientes ya que le resultaba muy cómoda mi petición inicial. Paró delante de la pensión, y por lo visto quiso tomar venganza, así que esperó sin arrancar, desde de que toqué el timbre para bajarme, hasta que me abrieron la puerta.
Entré, sin mirar hacia atrás, aunque sabía que el autobús seguía ahí, y me imaginé a todos los niños mirándome extrañados. Saludé a mi madre, y en ese momento sentí que había dejado a un lado la vergüenza de ser pobre.
¡Al final, y después de todo; teníamos un hogar!, y quizás esa haya sido la mayor de mis riquezas!