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Los anaqueles de Miraflores por José Domingo Blanco

Zea
Hace 11 años
DAKA-BELLOMONTE-11

Veo las filas de ansiosos compradores frente a las tiendas de electrodomésticos, con una mezcla de tristeza y pena ajena, y me descubro repitiendo en voz alta la orden de Maduro: “Que no quede nada en los anaqueles”. No importa si es lunes o jueves o si ya ha pasado una semana desde que se encadenó para anunciar la “buena nueva”. Las colas persisten y, supongo, se irán replicando en otros comercios  a medida que a Nicolás le dé por incluir nuevos rubros: teléfonos celulares de última generación, tablets, juguetes, zapatos, ropa, repuestos de vehículos, carros, avionetas, yates, viajes a Disney… En fin: todo es posible en esta tierra de gracia. Y que quede claro que ninguna de estas medidas tiene un viso electorero. No, no, no…  ¿Quién dijo que rebajar precios da votos? ¡Mal pensados aquellos que dudan de estas decisiones y las tildan de populistas- es pura casualidad que se anuncian tan cerca de unas nuevas elecciones! Esto es una decisión que, lo único que busca, es la suprema felicidad del pueblo. Un pueblo que, por estos días de rebajas navideñas decretadas e impuestas desde el Ejecutivo, se olvidó de la escasez de alimentos y medicinas; porque ¡gracias a Nicolás! estrenará un pantalla plana inmenso y una neverota (no importa si, por ahora y quién sabe hasta cuándo, no puedan llenarla).

Ha sido puro infortunio -quizá las energías de Mercurio Retrógrado, como dicen los entendidos en la materia- que comenzarán a surgir los “percances”,  los forcejeos, las vitrinas rotas, la apropiación indebida de artefactos, los disparos al aire, la venta de los “puestos en la cola”, el rebusque y la viveza. No señor, no importa: lo sustancial en este momento es lo que quiere Nicolás. Y él quiere que “todos sean felices”, que “pasen una navidad bien bonita” y que “los venezolanos puedan rendir los aguinaldos comprando a precios justos”. Bueno, no todos los venezolanos, porque él mismo se ha encargado de remarcar la división: el pueblo chavista pobre y oprimido, a quien busca beneficiar con sus decisiones. ¡Que no se equivoquen “los burgueses capitalistas, apátridas, indolentes”!

No, no se confundan: para nada llamemos a esto incitación al consumismo o luz verde para los “percances” (término con el que nos obligan a llamar las acciones que desde el domingo se vienen suscitando en distintos puntos del territorio nacional). Tampoco es “pan y circo” para quienes hoy, voltearon el orden de sus listas de prioridades, y como primera opción -¡de pronto!- apareció un Smart TV de 55 pulgadas, HD, planísimo y grandote. O una plancha para alisarse el cabello, o una wafflera. Éstas, oh sorpresa, pasaron a ser las necesidades básicas de los venezolanos.

¡Que los anaqueles queden vacíos! Y la frase sacude y emociona a la población. El gatillo del consumo se acciona porque estaba de  “a toque”.  Ahí mismo surte el efecto esperado por el desgobierno: porque para ellos, “precios justos” significa trabajar a pérdida. No importa la ola de desempleo a posteriori por la liquidación de los inventarios. Es la hora de hacer las compras navideñas porque Nicolás, de un plumazo inspirador, rebajó los precios al mejor estilo de las tiendas Don Regalón: 50, 60… ¡y hasta un 70%! Declarada la guerra contra la especulación orquestada por los “parásitos de la oposición” como insiste en llamarlos Maduro. ¡Qué ilusos quienes piensan que, con medidas como estas, se logra detener la inflación!

Pero, ¿qué va a pasar cuando los anaqueles no puedan volver a llenarse? Esta semana en el programa de radio tuve como invitados a dos diputados: Eduardo Gómez Sigala, independiente, y Oswaldo Vera, del PSUV. Debatían sobre los delitos económicos y el diputado Vera nunca pudo explicar lo que muy bien le planteaba Gómez Sigala: a muchos empresarios importadores les autorizan las divisas; pero, esto no garantiza su liquidación. Es más, incluso aprobadas, nunca las reciben ni siquiera con retraso, según plantean algunos economistas, por lo que se ven en la necesidad de recurrir al mercado paralelo y trasladar el valor de ese dólar innombrable a los productos que adquirieron, y no precisamente a precio oficial.

¿Qué pasará cuando los anaqueles queden vacíos para siempre? Entonces me viene a la mente la canción de Serrat, Disculpe el Señor, cuyas estrofas me parecen lapidarias: “Disculpe el señor si le interrumpo, pero en el recibidor hay un par de pobres que preguntan insistentemente por usted”.

¿Qué hará Nicolás cuando, a las puertas de Miraflores, se agolpen no uno ni dos, sino muchos reclamando porque su orden se cumplió pero no hay cómo volver a llenar los anaqueles? Busco entre mis discos y pongo a Serrat: “Disculpe el señor, pero este asunto va de mal en peor. Vienen a millones y curiosamente, vienen todos hacia aquí. Traté de contenerles pero ya ve, han dado con su paradero. Estos son los pobres de los que le hablé… Le dejo con los caballeros”…  ¿Tocarán la puerta de Miraflores?

mingo.blanco@gmail.com

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