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Dos países y un país por Víctor Maldonado C.

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Hace 11 años

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Mientras escribo estas líneas tengo una de las alocuciones presidenciales como ruido de fondo. Una nueva ratificación de que los que nos gobiernan tiene un serio problema de aproximación a la realidad. El mundo en el que viven está lleno de conspiraciones y luchas oscuras que les impide tener resultados. Un país que al parecer está en guerra contra “la derecha”, “el imperio”, “los pelucones”, “la oligarquía rancia”, “los espías”, y cualquiera que se pare frente a ellos para señalarles que no es así, que la realidad no funciona como ellos lo creen, que no hay razones para tanta paranoia y que los insultos no empreñan, tampoco los deseos.

 

Fue el presidente Chávez el que alguna vez dijo que el socialismo era el ideal perfecto. Y que si no tenía resultados, ello siempre era culpa de la incapacidad de los que debían instrumentarlo. Se lo dijo nada más y nada menos que al  IV Congreso del Partido Comunista de Cuba: “…no es en las ideas socialistas donde puedan estar las dificultades, es en los errores que cometemos los hombres en cualquier tarea humana, en cualquier tarea social, en cualquier tarea revolucionaria… confirmarle y demostrarle al mundo que el socialismo, en su fecunda diversidad de experiencias, es la única vía para acceder a la salvación de la humanidad…”.

 

Por supuesto estaba muy equivocado. Las ideas del socialismo son un atentado a la razón, y por eso mismo todos sus argumentos son un viaducto para que la falta de resultados se convierta en la excusa perfecta para dos cosas: gobernar indefinidamente y aplicar una represión creciente. Ellos, los esclarecidos, necesitan mantenerse al frente, porque “por ahora” no han logrado los resultados ofrecidos, y mientras tanto hay que aplicar medidas de alta policía, represión, hostigamiento y marcaje de todo tipo de disidencia, porque el resto del planeta está interesado en el fracaso de la revolución socialista.

 

Son las 3:35 p.m. del día jueves 06 de noviembre y en este momento Nicolas Maduro grita una pregunta al auditorio: ¿O son ellos, la oligarquía, o somos nosotros? De eso se trata y así se vive en el país de Nicolás. La exclusión y la confrontación son el combustible de una revolución que si deja de pedalear se cae de narices. El flamante mandatario, a esa hora, estaba develando una conspiración mediática que, por supuesto, disparó el dólar paralelo, arreció la escasez, apuntaló la inflación, aceleró el ritmo de las protestas, y a los que, por consiguiente, hay que acabar. “O ellos o nosotros”, es, sin duda, una consigna de guerra y acabose. No en balde hacen gala de estar armados y provistos de una jerga militar, llena de “altos mandos”, batallas, enemigos y conjuras.

 

Nicolas habla mucho de lo que no es y guarda un sepulcral silencio sobre lo que no le conviene. Se cuida de decir, por ejemplo, que aquí no se mueve un grano de maíz sin que el Sistema Integral de Control Alimenticio no lo registre antes, y no decidan ellos, cual es el destino final. Tampoco dice que el gobierno posee y ¿gestiona? dieciocho empresas de harina precocida de maíz,  que en su conjunto representan el 42% de la capacidad instalada del país. Oculta igualmente que catorce empresas públicas concentran el 40% de capacidad productiva de arroz, y que adicionalmente importa el 21% del arroz que se consume en el país. Calla convenientemente que diez centrales azucareras propiedad del Estado concentran el 38% de la producción y que importa el 43% del azúcar crudo que se consume en Venezuela. Tampoco comenta por qué teniendo en sus manos el 80% de la capacidad instalada de las empresas torrefactoras de café  tiene que importar directamente el 46% del café que consumimos. 44 marcas del gobierno “participan” en el mercado venezolano  en rubros como harina precocida de Maíz, margarina, helados, condimentos, pollos, quesos, atún, pepitonas, yogurt, granos empaquetados, gelatina y azúcar, aceite, arroz, agua, pasta, mayonesa, salsa de tomate, leche, jugos, café, harina de Trigo y azúcar. Todos sabemos que muchas de esas marcas son esfuerzos fantasmales que destilan el hediondo olor de la corrupción, o apesta a incapacidad, o ambas cosas.

 

El país de Nicolás tiene quince años de esfuerzos inútiles. Miles de días invertidos en cambios de nombres de instituciones, fusiones de ministerios, nombramientos de comisiones, divisiones de ministerios, nombramiento de mariscales y generales en jefe, instituciones rebautizadas, prefijos “del poder popular”, alianzas con Cuba (porque ellos si saben), y sin embargo, ni la economía, ni la sociedad ni el país responden. Y no responden porque el socialismo es un esfuerzo fallido de impactar en procesos psicológicos y sociales muy complejos, eso que algunos llaman “el orden extenso”, que reacciona mal ante la represión, la intervención, y el irrespeto a la libertad y a los derechos de propiedad.

 

Quince años y miles de horas gastadas en cadenas altaneras que son variaciones de la misma arrogancia: Lo que no funciona será perseguido, reprimido, acosado, insultado, vejado, expropiado. Y sin embargo, aquí estamos, oyendo más de lo mismo, y anticipando que con más de lo mismo solo conseguiremos más de lo mismo. Con socialismo, ahora brabucón, conseguiremos escasez, inflación y desconfianza. El socialismo del garrote y la zanahoria, este “pan y circo del odio” no puede producir sino esto que estamos viviendo, esta debacle institucional y este desasosiego creciente que invalida al régimen y deja mal parado a quien lo preside.

 

El error fundamental del socialismo, además de lo que podamos atribuirle a los que quieren instrumentarlo a juro, es que el sistema de mercado no acepta tanto manoseo de la racionalidad, esa mediación posible entre causas y fines que diferencia a los ilusos de los visionarios. El chavismo socialista cuando expropia y no paga, daña la confianza social y promueve la desinversión. Cuando raciona las divisas, abre el boquete del dólar negro, depaupera a las empresas y posibilita la corrupción institucional. Cuando regula los costos, obliga a la desaparición de los bienes. Cuando legisla lo laboral con afanes populistas, favorece el desempleo, la indisciplina, el ausentismo y la improductividad. Cuando insulta, agrede y limita las libertades, provoca la fuga de talento. Y cuando se alía con los malandros, dinamita el orden social e imposibilita la paz. Al finalizar este artículo me entero que la inflación de octubre alcanzó 5.1%, invalidando así toda  esa verborrea oficial. La realidad transcurre y presenta puntualmente facturas porque en esta vida “no hay almuerzo gratis” alguien lo paga tarde o temprano, sin importar lemas, sueños, discursos y esfuerzos propagandísticos. El mundo de Nicolas es el de los deseos estériles. El otro mundo sufre y espera.

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