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Otra vez los motorizados por Roberto Giusti

Zea
Hace 11 años

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En la jungla caraqueña hay todo tipo de motorizados. Aquí ofrecemos una somera clasificación

Hay seres humanos de mansa naturaleza que cuando se ponen al frente de un manubrio sufren total metamorfosis. El don apacible que caracteriza su vida como peatones, se transforma, apenas se integran al tráfico automotor, en la personificación de un troglodita desalmado que considera como enemigo a cada automovilista que le dispute, desde la protección acolchonada y aislante de la cabina con aire acondicionado, sus centímetros de duro y caliente asfalto.

Ya lo sé, no todos son así y sería una injusticia meterlos en el mismo saco sin discriminar y/o intentar una clasificación de este prototipo del venezolano actual que no deja de crecer numéricamente. Bien sea porque la crisis económica le niega su condición de chofer de carro para convertirlo en motorizado, bien porque el transporte sobre dos ruedas, con todo el caos y la violencia que genera, es el único medio de transporte capaz de garantizar la puntualidad.

Está la familia motorizada: en la parte delantera, casi sobre el tanque de gasolina, un niño en edad preescolar, sin casco. Detrás, conduciendo, su padre, ese sí con casco. Luego la niña con su uniforme de camisa blanca, falda azul y sus trencitas al aire, sepultada entre la espalda del padre y el torso abultado de la madre. Esta última es la parrillera, el bolso en volandas guindando de un brazo, mientras intenta el imposible de abrazar al marido para sostenerse. Estampa conmovedora que despierta la solidaridad del automovilista con estos indefensos conejitos en la jungla caraqueña.

Aparece luego el mensajero. El propio, que maneja con el cuerpo y el rostro de medio lado, los talones hacia arriba y se desliza con pericia suicida entre la marea metálica. Él puede cargar desde tubos plásticos, pasando por muebles de mediano porte, hasta sobres de invitación a un bautizo. Muchas veces lo observamos rodeado de ambulancias, tirado sobre el pavimento.

No olvidar a los señores de los fines de semana. Cincuentones, algunos quizás expatoteros, otros sinceros nostálgicos de los 60, que pasean sus canas sobre el asiento de una poderosa BMW, a la cual acuden, a veces, entre semana, con riesgos de sus vidas por pérdida de reflejos y falta de práctica.

Lo demás, es el terror: activistas políticos armados hasta los dientes. Atracadores aparecidos de la nada ante un semáforo o en una cola detenida, que si no te matan te atracan. Los adoloridos en los cortejos fúnebres que disparan sobre el primero que se les atraviese. Aquellos que, confundiéndose en una masa inclasificable, saquean un camión de carne mientras el chofer agoniza. Pero todos, o casi todos, se comen las luces, avanzan a contravía, arrancan retrovisores, cayapean a los automovilistas y personifican una de las más oscuras fases de nuestra realidad.

 

@rgiustia

Fuente: El Universal

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