Snowden y el individualismo por Luis De Lion
Cuando alguien señala que buscó refugio y protección en Hong Kong por su “sólida tradición de libertad de expresión” cabe preguntarse si existe un problema de coherencia.
Empleado de una sub-contratista de la National Security Agency (NSA), Edward Snowden le transmitió a los diarios The Guardian y Washington Post, múltiples documentos clasificados bajo el secreto de defensa, sobre dos programas confidenciales de la NSA sobre las escuchas telefónicas y las intercepciones de conversaciones en Internet.
La justicia norteamericana ha decidido perseguirlo en aplicación del Espionage act. Un texto vigente desde 1917, y que fue igualmente utilizado contra otros lanzadores de alertas acusados de publicar datos confidenciales, como Bradley Manning, la fuente de WikiLeaks.
Pero a Pekín, la presencia de Snowden en Hong Kong se le volvió rápidamente una papa caliente y paradójicamente por razones internas, por cuanto el geek estadounidense se estaba convirtiendo en un ídolo para los millones de internautas chinos. Por eso lo dejaron irse a Moscú.
Héroe, defensor de la vida privada de los ciudadanos, en apenas horas, Snowden pasó del anonimato a convertirse en un criminal, capaz de poner en peligro su país. Un estudiante mediocre, que había optado por el ejército, pero un accidente cortó sus ambiciones castrenses. Luego de acumular pequeños trabajos en el medio de la informática, fue reclutado por la CIA, en el segmento de seguridad de sistemas computarizados, ascendiendo velozmente hasta encontrarse como consultor de la NSA a través de los consejeros en tecnología Booz Allen. Basado en Hawai, Snowden llevaba una vida confortable, con un sueldo anual de 200 mil dólares.
Hasta que el joven empleado decide hacer público un documento en formato PowerPoint de 41 páginas destinado a la presentación de Prism a los agentes de los servicios secretos.
Snowden justificó su gesto, como un acto de interés público en nombre de la protección de la vida privada. “Un formidable acto de desobediencia civil” señaló Thomas Drake un antiguo colega de Snowden en la NSA.
Por su parte, en el Kremlin desde el domingo pasado ven el caso Snowden como un regalo inesperado. Moscú ha recibido de brazos abiertos al joven estadounidense de tránsito rumbo a Ecuador, una escala que podría prolongarse y complicarse. Oficialmente Rusia, ha dado pistas falsas, ha mentido, ha cambiado de opinión, lo propio de los tiempos de la guerra fría. El objetivo es evitar darle a la CIA la mínima ocasión para que ésta intervenga y capture a Snowden.
Todo indica que a cambio de protección jurídica y particularmente física, Snowden le debe haber transmitido al FSB todo lo que él sabe sobre Prism.
Como fervientes defensores de las libertades civiles, se presentan estos hackers. Una suerte de negación utópica de la realidad. Manning, Stallman, Swartz, Trigo y ahora Snowden. Cada uno a su manera.
Desconfianza, cinismo, la potencia del individualismo sin idea de cómo se defiende el bien común. Snowden particularmente no nos advierte del peligro, sino que lo agrava.
Snowden se saltó las instancias democráticas colocando sus ideas íntimas por encima de todo. Obsesionado por el peligro de la exploración de la data, en ningún momento se detuvo a ponderar el peso de su traición y los daños que dicha actitud provocaría en la delicada, sensible e imperceptible línea que sostiene a las estructuras sociales.
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