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Me robaron, otra vez por Francisco Gámez Arcaya

miedo-a-la-delincuencia

En un país donde asesinan, roban y secuestran varias veces al día, la noticia de un atraco a mano armada se diluye en la insignificancia. Que vayas en alguna autopista de Caracas, a plena luz del día, y dos sujetos te apunten con un arma de fuego y te amenacen con matarte si no les entregas el celular, no tiene mayor relevancia noticiosa. Que sea la segunda vez en seis meses, es un hecho que encuadra perfectamente dentro de las estadísticas. “Gracias a Dios que no te pasó nada”, es la frase de resignación que se oye cientos de veces cuando eres la afortunada víctima de un robo sin lesiones. Y es que ciertamente no se trata de mala suerte, sino de vivir en un país sin rumbo, donde las políticas públicas están divorciadas de las necesidades de la gente.

Vivimos en la anarquía, en un país desquiciado y absurdo, regido por las reglas de lo ilógico. Somos una sociedad profundamente injusta. Habitamos una tierra donde cualquiera puede arrebatarle a otro lo suyo, con un arma en la mano, o con el sobreprecio de una contratación pública, o con una expropiación no pagada. Un país donde el robo ya no es escándalo, sino el reflejo cotidiano de una vida inhumana. Donde la muerte violenta no representa lágrimas sino números. Donde el orden y la ley causan risa, y donde los buenos, que somos la mayoría, vivimos huyendo de la maldad desatada. Sobreviviendo con nuestros propios medios. Y mientras todo esto sucede, quienes están obligados a solucionar estos y otros gravísimos problemas, se dedican a otras cosas. Viajan, comen, compran, en fin, gozan. No conocen de escasez, ni de inflación, ni mucho menos de inseguridad. Pero a pesar de todo, en Venezuela, la mayoría, los decentes, estamos llamados a resistir y a luchar con valentía. No podemos permitir que la esperanza se convierta en ingenuidad. Debemos trabajar a diario, en nuestros propios ámbitos, para rescatar una vida de justicia, de libertad y de cordura. Nadie hará ese trabajo por nosotros. Solo así llegará el día en que finalmente seamos un país. Y que estos tiempos nefastos que vivimos, se conviertan en el triste recuerdo de unas penurias remotas.

 

Francisco Gámez Arcaya

@GamezArcaya

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En un país donde asesinan, roban y secuestran varias veces al día, la noticia de un atraco a mano armada se diluye en la insignificancia. Que vayas en alguna autopista de Caracas, a plena luz del día, y dos sujetos te apunten con un arma de fuego y te amenacen con matarte si no les entregas el celular, no tiene mayor relevancia noticiosa. Que sea la segunda vez en seis meses, es un hecho que encuadra perfectamente dentro de las estadísticas. “Gracias a Dios que no te pasó nada”, es la frase de resignación que se oye cientos de veces cuando eres la afortunada víctima de un robo sin lesiones. Y es que ciertamente no se trata de mala suerte, sino de vivir en un país sin rumbo, donde las políticas públicas están divorciadas de las necesidades de la gente.

Vivimos en la anarquía, en un país desquiciado y absurdo, regido por las reglas de lo ilógico. Somos una sociedad profundamente injusta. Habitamos una tierra donde cualquiera puede arrebatarle a otro lo suyo, con un arma en la mano, o con el sobreprecio de una contratación pública, o con una expropiación no pagada. Un país donde el robo ya no es escándalo, sino el reflejo cotidiano de una vida inhumana. Donde la muerte violenta no representa lágrimas sino números. Donde el orden y la ley causan risa, y donde los buenos, que somos la mayoría, vivimos huyendo de la maldad desatada. Sobreviviendo con nuestros propios medios. Y mientras todo esto sucede, quienes están obligados a solucionar estos y otros gravísimos problemas, se dedican a otras cosas. Viajan, comen, compran, en fin, gozan. No conocen de escasez, ni de inflación, ni mucho menos de inseguridad. Pero a pesar de todo, en Venezuela, la mayoría, los decentes, estamos llamados a resistir y a luchar con valentía. No podemos permitir que la esperanza se convierta en ingenuidad. Debemos trabajar a diario, en nuestros propios ámbitos, para rescatar una vida de justicia, de libertad y de cordura. Nadie hará ese trabajo por nosotros. Solo así llegará el día en que finalmente seamos un país. Y que estos tiempos nefastos que vivimos, se conviertan en el triste recuerdo de unas penurias remotas.

 

Francisco Gámez Arcaya

@GamezArcaya

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