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Waraos cumplen una década huyendo de la muerte en Venezuela

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Correo del Caroní
Hace 3 semanas

Ocho mil años es el tiempo que, según cálculos antropológicos, llevan los waraos ocupando el Delta del Orinoco. Especialistas estiman que es el grupo humano más antiguo de Venezuela. Estos años de permanencia, sin embargo, se han visto interrumpidos desde 2014, cuando un grupo de esta etnia empezó a cruzar las fronteras con destino hacia Brasil, Guyana y Trinidad y Tobago. 

Los caños, su lugar origen, desde hace 10 años dejaron de ser un lugar seguro y en el que puedan desarrollar sus costumbres. La falta de gasolina agravó las carencias que venían arrastrando: Desconexión, hambruna y pocas o ninguna política de salud, lo que es, una sentencia de muerte, sobre todo para una comunidad golpeada por el VIH y la tuberculosis.

María (*) salió de los caños en 2016. Vivía en la comunidad Araguabisi del municipio Antonio Díaz. La necesidad, dice, fue la razón principal de su primera migración interna a la invasión Yakariyene en la capital Tucupita. Construyó una casa con láminas de zinc, esperando encontrar en tierra firme condiciones de vida.

En ese entonces, ya Venezuela padecía la crisis humanitaria compleja que se tradujo en desabastecimiento de alimentos y medicamentos. Según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida de la Universidad Católica Andrés Bello, en 2016 Venezuela tenía un 81% de los hogares en pobreza. “Esa gran crisis arrasó con nuestros pueblos indígenas. Hizo que saliéramos de nuestros caños”, puntualiza.

El sacerdote, antropólogo y defensor de la comunidad Warao Josiah K’Okal, en su tesis Entre vulnerabilización y resistencia estratégica: caso de los desplazados warao en Boa Vista, sostiene que los waraos fueron vulnerados de forma más marcada.

El Estado destruyó los métodos de subsistencia del pueblo warao, causó hambruna, enfermedades, pobreza y generó destrozos en su medio ambiente, cuestiona.

Y es que salir era de vida o muerte, ya que ni en Tucupita encontraban sustento a sus carencias de alimentación y salud. María y su familia comían una sola vez al día, y no veía oportunidades para darle una mejor vida a sus dos hijos con su salario de educadora. “Comíamos hasta semillas que no comíamos en los caños, nos tocó comer en la ciudad”, declara a Correo del Caroní vía telefónica desde Pacaraima, municipio fronterizo de Brasil con Venezuela.

“Hubo un momento en que no tuvimos más recursos”, cuenta. “Decidimos vender nuestra ropa, nuestras cositas para reunir para nuestro pasaje y salir de Tucupita para Brasil, porque ya habíamos escuchado que había waraos aquí”.

En 2018, viajó en cola hasta San Félix, una de las principales ciudades del estado Bolívar, limítrofe con su último destino. Con lo ahorrado, pagó un pasaje hasta Pacaraima, Brasil, a más de 740 kilómetros de su lugar de origen.

Entre 2014 y 2018, al menos mil 200 waraos cruzaron la frontera venezolana según la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados. La cifra de indígenas venezolanos aumentaba mucho más si se sumaba a las etnias venezolanas pemón, kariña, cauripan, wayúu y eñepa.

Por la emergencia, en 2018 el gobierno brasileño creó la Operação Acolhida (Operación Bienvenida). En el papel, el plan buscaba que las personas beneficiarias tuvieran “mejores oportunidades de integración social, económica y cultural”. El gobierno trabajaba con Acnur, más de 100 organizaciones defensoras de derechos humanos, funcionarios del poder judicial y militares, para atender las personas de distintas etnias que llegaban huyendo de la pobreza.

En estos refugios, integrantes de diversas etnias tenían que convivir sin privacidad y bajo el mandato de militares y funcionarios brasileños. Esto, sin embargo, era mejor que estar en sus caños y vivir una condena de muerte ante la carencia de medicamentos.

Allí María tenía acceso a salud, educación para sus hijos y la comida que no llegaba ni a sus caños ni a su casa en Tucupita. 

 

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