La crisis de la moneda única europea, ese clÃmax de un proceso de integración laboriosamente trabajado y luchado, ha puesto en entredicho la viabilidad de dicho proceso tanto como la voluntad polÃtica conjunta para mantenerlo a flote. El euro, sÃmbolo de la concertación en el viejo continente, sufre hoy los embates de un proceso de indisciplina de los paÃses de la cuenca Mediterránea y de la torpe insistencia de algunas capitales de mantener polÃticas sociales insostenibles en una suerte de populismo renovado.
En ese escenario hoy muchos se preguntan si fue buena idea sustituir a las monedas nacionales que hace apenas poco más de una década, dominaban los mercados europeos. Para algunos, es un tema tabú al cual hay que tapar bajo la premisa de que el euro es “insustituible”. Para otros analistas, quizás el experimento agotó su existencia y debe sucumbir ante la realidad que nos arropa hoy en dÃa.
Un mecanismo de integración no pretende homogeneizarlo todo sino más bien armonizar. La diferencia terminológica no es mera semántica. De facto es una verdad meridiana que al interior de cualquier bloque habrá paÃses más avanzados que otros en función de sus elementos de potencial de poder y de su peso especÃfico. Curioso que en el caso de la Unión Europea siempre se habló de las “dos velocidades” para referirse a la expansión hacia el Este, cuando de hecho, en la propia Europa Occidental las diferencias saltan a la vista.
A Alemania -quién lo dirÃa al término de la II Guerra Mundial-, le toca ahora “arriar” a quienes se han salido del carril. Un papel que es aplaudido por unos y vehementemente criticado por otros que ven en BerlÃn a un mini imperio en pleno desarrollo y gestación. Pero eso no deberÃa ser una sorpresa pues de hecho, la fortaleza económica e industrial germana, en particular tras su unificación, es visible desde hace ya bastante tiempo. Ello implica que en momentos complicados como los de ahora, quien más peso tiene más responsabilidad tendrá sobre sus hombros.
Hace pocos dÃas el primer ministro griego acudió a BerlÃn para reunirse con Merkel y tratar de convencerla -intento fallido vale decir- para ganar más tiempo y más fondos. Ahora Merkel fue a pasar revista a España y obtener de Rajoy lo que Alemania querÃa escuchar. Es evidente entonces que el peso especÃfico teutón es, por mucho, la pieza fundamental que garantiza el continuo movimiento del engranaje comunitario europeo, que hoy adolece de un buen aceite en muchas de sus piezas.
Sin el empuje germano y su reticencia a tolerar actos contrarios al interés común del bloque en su conjunto, el esfuerzo de integración europea hace tiempo se habrÃa ido por la borda sin remedio alguno.Empero, dentro de la propia Alemania e incluso dentro de la coalición de gobierno (como se ha visto en recientes debates parlamentarios), muchos se preguntan hasta qué punto su paÃs debe sostener el peso de las deudas e irresponsabilidades de otros.
Alemania es ya una potencia mundial extra-comunitaria y eso creo que nadie se atreve a ponerlo en duda. Pero la Unión Europea no es Alemania ni Alemania es la Unión Europea. Un proceso de integración regional que sea empujado por un solo paÃs -descontando a la Francia de Hollande- difÃcilmente puede ser viable a largo plazo en los términos en los que fue concebido en sus inicios. La Unión debe replantearse a sà misma. O se estrecha la coordinación o aquella célebre declaración del canciller francés Robert Schuman en 1950, quedará como pieza de museo.
Omar Hernández
Internacionalista
@omarhUN