Muchos habrán visto la película de Hollywood homónima al título de este artículo (estrenada en 2006 y nominada a los Oscar del año siguiente), con las estelares caracterizaciones de Leonardo di Caprio y Djimon Hounsou. Pocos sabrán sin embargo, que el relato de esta pieza cinematográfica se vincula con un hecho real que aún no ha sido del todo resuelto y que sigue siendo el origen de centenares, si no miles, de muertos y mutilados.
Los diamantes, esos alótropos de carbono de estructura cristalina convertidos en gemas, son apreciados y sumamente valorados mundialmente como muestra de lujo y estatus, en razón de su belleza, durabilidad y en particular, rareza. Cuando tales piedras son extraídas mediante el uso de esclavos o semi esclavos en zonas de conflicto y su ulterior comercio se utiliza para financiar la violencia y la guerra en general (compra de armas y municiones, etc), reciben el adjetivo de “ensangrentados” o “de conflicto”.
Teóricamente, desde 2003 el comercio de este tipo de diamantes (o más bien de diamantes de este origen) entró en declive a raíz de la adopción del proceso Kimberley, un sistema de certificación que impide que los mismos entren al mercado internacional de diamantes. Dicho sistema ha sido objeto de enconadas críticas por sus severas limitaciones pero a la fecha, es lo mejor que hay.
Previamente, el Consejo de Seguridad de la ONU unos años antes, aprobó la resolución 1173 sobre el conflicto en Angola, en cuya cláusula operativa 12,b se prohíbe a todos los países “la importación directa o indirecta a su territorio de diamantes procedentes de Angola que no estén avalados por certificados de origen expedidos por el Gobierno de Unidad y Reconciliación Nacional”. Ello sirvió de sustento o base a los esfuerzos globales posteriores.
Lamentablemente, más de 14 años después, hoy el problema de los diamantes de sangre sigue. Y peor, no existe ni un solo mecanismo jurídico internacional que le combata de modo eficaz.
La razón para hablar de este tema es que precisamente el Miércoles pasado, el más tristemente célebre de los personajes vinculados con este comercio ilícito de diamantes fue sentenciado por el Tribunal Especial para Sierra Leona. Se trata del exPresidente de Liberia, Charles Taylor, quien pasará 50 años de cárcel (una cadena perpetua en la práctica, si consideramos su edad), por la comisión de once crímenes de guerra y contra la humanidad. Crímenes que incluyen, mutilaciones y amputaciones, esclavitud sexual, y reclutamiento de niños soldados.
Taylor, fue juzgado en La Haya (por razones de seguridad) y pasará sus últimos días en un centro penitenciario especial en el Reino Unido, aunque por ahora Holanda lo albergará mientras dure el tedioso y largo proceso de apelación que con toda certeza, ratificará el veredicto de culpabilidad y la sentencia que se le ha impuesto.
Taylor facilitaba armas a los rebeldes del Frente Unido Revolucionario de Sierra Leona a cambio de diamantes, que se encontraban en dicho país. Y dado que Liberia no era objeto de sospechas internacionales, exportaba dichos diamantes como suyos aunque en Liberia no hubiese ni un solo depósito o yacimiento diamantífero importante. Un comercio deplorable que alimentó un sangriento conflicto que duró más de una década y dejó decenas de miles de muertos.
¿Cuántos kilates valdrá la vida de un ser humano?…