Finalmente pude ver el documental. Luego del alboroto que se formó a su alrededor valió la pena tomarse el tiempo de buscarlo y verlo. Siempre podré entender que los cobardes de turno, en horario supervisado y al amparo del poder mediático del Estado, reaccionasen de la forma en que lo hicieron. Si la valentÃa de algunos se midiera por a quienes deciden enfrentar, con seguridad la de estos personajes quedarÃa a la altura del betún ¡Cuanto guáramo vale, emprendiéndola contra unos chamos de 21 años! Pero lo triste no es la reacción de estos impresentables, nada se gana preocupándose por lo que no tiene solución, lo verdaderamente lamentable es la histeria de otros instalados en la comodidad de lo polÃticamente correcto.
En Venezuela se ha instalado un profundo desprecio por la opinión de las minorÃas. Es el producto del empacho democrático que llevamos años acumulando. Hemos poco a poco sembrado las bases para que la democracia venezolana se diluya en una tiranÃa de la mayorÃa donde aquellos que no se identifican con la opinión dominante sean marginados y su razones descartadas a priori. No cabe la menor duda que los muchachos del documental representan una minorÃa. No cabe la menor duda de que en gran medida pertenecen a un sector privilegiado. Es por ello que también son blanco fácil. Es fácil ponerles cualquier mote o calificativo. Es fácil ridiculizarles y someterles al escarnio público. Después de todo, son hijos de papi y mami, gozan de las oportunidades que el 95% del paÃs matarÃa por tener y todavÃa tienen el tupé de quejarse. Bien, pues me parece excelente que lo hagan. En la vida la inconformidad en un sentimiento siempre relativo y sino se es inconforme a los 20 ¿Cuándo? Si de algo hay que culpar a estos chamos es de ingenuidad. La ingenuidad de creer que en Venezuela estamos preparados para dar ciertos debates. Si algo hay que agradecerles es haber tenido el valor de serle honestos a una cámara y poner en la mesa cosas que los venezolanos debemos debatir aun cuando no estemos preparados para ello. Si hay algo que lamentar es la cobardÃa a la que nos hemos acostumbrado en Venezuela, a la corrección polÃtica y a los certificados de patriotismo que algunos pretenden expedir.
Caracas ya no es lo que era. Caracas no solo se llenó a mediados del siglo pasado de europeos, también le abrió las puertas a colombianos y ecuatorianos, llegaron chilenos y argentinos, libaneses y sirios y gente de muchos otros lugares Pero no solo eso, Caracas se abrió a los venezolanos que dejaron los caserÃos y pueblos del interior para hacer su vida en la Ciudad. La Caracas que les dio la bienvenida ya no existe. La Caracas de bienvenidas ha dado paso a la Caracas anárquica que cada fin de semana entierra hijos que mueren a manos de otros hijos. La Caracas de los techos rojos es hoy es la Caracas del asfalto rojo, del insulto fácil, del abusador, del atraco y del secuestro. No es de extrañarse que sus hijos quieran abandonarla. No es de extrañarse que muchos sientan desarraigo y deseos de tomar otro camino. Lo verdaderamente extraño es que todavÃa la mayorÃa de los caraqueños la queramos, incluso los chamos del documental en quienes en todo momento vi la dualidad de querer algo y a la vez querer que cambie. Nadie hace un documental de algo que no le importa. La culpa de la situación no es de estos jóvenes. Estamos matando al mensajero.
La decisión de emigrar es siempre dura. Como hijo de inmigrantes solo puedo sentir  respeto por aquellos que deciden emprender la aventura. El mundo se ha hecho por la voluntad de los emigrantes, de no ser por esta vocación todavÃa los seres humanos estarÃamos en las llanuras africanas. Uno de los comentarios que más me impactó sobre los chamos del documental fue el relativo a sus apellidos. Al parecer en la Venezuela actual hay algunos apellidos más venezolanos que otros. Me recuerda a aquella señora que nos aclaraba a los hijos de inmigrantes que estamos hechos con el mismo material de la victoria de la oposición de 2007.
Caracas está enferma, profundamente enferma. La violencia y la anarquÃa han impuesto su ley. Sin embargo, hay  otra enfermedad igual de peligrosa porque es la raÃz de otras: la intolerancia. Caracas, como centro de la vida polÃtica del paÃs, ha sufrido como ningún otro lado la división, la polarización y el odio que desde las más altas esferas del poder se nos ha querido imponer. Caracas hoy ve a una parte de sus hijos partir frustrados y hastiados de una ciudad que cada dÃa se hace más invivible. Muchos no regresarán. La mayorÃa de los que parten tienen una visión polÃtica diferente a la de la clase gobernante. Esto le es profundamente refrescante a  quienes detentan el poder y profundamente irritante a quienes no comparten la visión gobernante en el paÃs y se quedan por algún u otro motivo. Es aquà donde los que emigran están aun más solos, en su tierra se sienten extraños, donde van, serán extraños. Franco De Vita nos regaló en una de sus mejores canciones la frase: extranjero nunca tendrá patria. Pocas veces se dice tanto en cuatro palabras, en este caso, se dice demasiado.
Francisco Ibarra Bravo