Las noticias sobre el desbalance de las finanzas europeas y las complicadas negociaciones que se han sucedido al interior de los mecanismos de decisión comunitarios, asà como las tensiones surgidas de sus miembros, en particular, de sus pilares fundamentales, lucen complejas y hacen entrever que las dificultades que subyacen en el viejo continente son difÃcil de superar en el corto plazo.
Una predecible victoria de Hollande en los comicios galos resquebrajará la unidad franco-germana en relación a los temas continentales. Diferencias surgirán aunque luego se apaciguarán un poco, pero que en todo caso dejarán a la luz visiones contrapuestas sobre cómo resolver los entuertos ocasionados por los mediterráneos, que pueden dejar huella en ese modelo de integración que es Europa. Modelo por cierto, cuyo prestigio parece haber caÃdo en desgracia pero que en todo caso, es bastante más exitoso que las experiencias análogas replicadas en otros espacios del mundo.
Indisciplina fiscal y exceso de gasto público a la par de cuentas mal administradas o peor concebidas, parecen estar en el fondo del asunto. Corrupción generalizada en ciertos niveles e inversiones mal hechas, también han incidido, a la par que gestiones infames de ciertos grupos empresariales y corporaciones financieras. Todo el esfuerzo de posicionar el euro como moneda dura parece haberse esfumado al punto que unos cuantos nostálgicos -y otros no tanto, pero sà sesudos analistas- se plantean retomar las monedas nacionales y devolver la unidad monetaria al papel, en espera de tiempos mejores.
Los menos apocalÃpticos se plantean simplemente, echar a la calle a los que se han portado mal, y dejarlos nadar en las turbulentas aguas de los dracmas, las liras y las pesetas.
El estado de bienestar probó ser una fórmula no sostenible en el tiempo. Con una calidad de vida exagerada, o mejor dicho, un Estado dotado de facultades extremas y del cual se esperaba y espera aún que lo financie todo, se encontró con el muro de la realidad. Y echar para atrás ahora, no producirá rédito electoral y sÃ, mucho resquemor en quienes han disfrutado de niveles de vida envidiables, no precisamente devenidos de la productividad.
Es obvio, y se sabÃa desde su gestación, que la Unión Europea no era ni es ni será un “corpus” homogéneo. Fue demasiado el esfuerzo hecho para tratar de balancear a todo el mundo y quienes llevaron el mayor peso sobre sus hombros, aún se preguntan para qué.
Lo cierto es que Europa, no se puede quedar de manos cruzadas. Las circunstancias obligan a decisiones difÃciles, si acaso extremas, pero que deben ser aplicadas con rigurosidad y contundencia, so pena de que todo se vaya por el barranco, los mercados colapsen y la estabilidad bursátil y financiera pase a mejor vida.
Y quien crea que está inmune a lo que pasa en Europa, revise nuevamente sus cuentas. Los vÃnculos entre, por ejemplo, las instituciones bancarias españolas y las finanzas de este lado del Atlántico son enormes. Si caen ellos, caemos nosotros. Pero además, una relantización económica europea aminorará la demanda de energÃa y de materia prima pues no habrá capacidad industrial ni comercial que la requiera. Y ello, no sólo pondrá los precios de dichos insumos a la baja sino que repercutirá en la exportación hacia dicho mercado.
Lo dijo recién el Fondo Monetario Internacional… América Latina puede perder y bastante, si Europa no arregla sus entuertos. Y nosotros, como paÃs monoproductor y dependiente de un mercado tan volátil como el de los  hidrocarburos, no escapamos a esa ecuación.