Fujimori y el macartismo caribeño

DEBO SER BREVE. PERDONEN LA BRUSCA INTRODUCCIÓN pero es probable que la brevedad sea la regla en las entregas de esta columna en los meses por venir. La mayoría de mi tiempo la debo consagrar a mis estudios, dada la exigencia del recinto académico al que estoy asistiendo. Así que al grano.
Debo manifestar nuevamente mi consternación por cierta tendencia observada entre algunos venezolanos opositores que, al parecer creyendo que así marcan una mayor distancia que otros con respecto al chavismo, han abrazado una especie de pensamiento derechista radical y disparatado. No me refiero a los cultos paisanos liberales, cuyas posiciones consta que he defendido por esta vía. Tampoco a quienes sostienen opiniones socialmente conservadoras, con las que casi nunca concuerdo pero que respeto si se esbozan de manera igualmente respetuosa. Es más bien un odio visceral y paranoico hacia todo lo que pueda ser asociado aunque sea remotamente con la izquierda. Desde la socialdemocracia hasta el activismo sindical. Desde los movimientos por los derechos de las personas frecuentemente discriminadas hasta el Partido Demócrata norteamericano. Ven todas estas manifestaciones como una gran cábala maligna que busca apoderarse del mundo para imponer la ley, no de Satanás, sino de Marx. Macartismo tropical. Una versión caribeña de la John Birch Society o de la alt-right.
Inversamente, estas personas a menudo aseguran que cualquier causa política que se oponga con dureza al comunismo, o a la izquierda en general, es sacrosanta. No importa qué métodos empleen o que el blanco de sus acciones no sean criminales. Lo que les importa es extirpar el marxismo (real o imaginario) como sea. Si alguien se atreve a cuestionar esta actitud, corre el riesgo de ser tildado de ñángara. Tal visión macartista no se limita a lo que pasa dentro de Venezuela, sino que se extiende a todo el mundo y, sobre todo, por proximidad geográfica y cultural, a América Latina. En mi artículo anterior ya apunté hacia este problema a propósito de los 45 años del golpe de Pinochet, devenido tristemente en peculiar héroe para unos (espero) pocos venezolanos. Otro que quieren colar en el panteón latinoamericano es Alberto Fujimori, quien fue noticia esta semana debido a la anulación del indulto que lo había sacado de la cárcel.
No voy a discutir sobre la pertinencia de que “el chino” (como lo llaman sus compatriotas a pesar de su ascendencia nipona) vuelva tras las rejas, considerando por un lado sus crímenes y por el otro su edad avanzada y estado de salud. Lo que me interesa es lo que implica haber visto en redes sociales a varios venezolanos, algunos de ellos radicados en Perú, expresando su respaldo a Fujimori con argumentos anticomunistas.
Un poco de contexto. Al igual que Pinochet, Fujimori tomó las riendas de su país en un momento de dura crisis económica y social. El catastrófico populismo de izquierda de la primera presidencia de Alan García había sumido a Perú en hiperinflación. El nuevo gobierno estabilizó la economía con medidas que suelen ser tildadas peyorativamente como “neoliberales”. Además golpeó a los sanguinarios guerrilleros maoístas de Sendero Luminoso tan duro, que aún hoy siguen muy disminuidos. Y eso después de que se habían apoderado de buena parte de la sierra, donde sembraron el terror, y empezaron a hacer sentir su presencia en plena Lima con acciones como la infame explosión en la calle Tarata.
Debido a todo lo anterior, Fujimori se ha vuelto una “figura honorable, luchadora contra el comunismo” a los ojos de unos cuantos latinoamericanos, incluyendo a venezolanos. Su trayectoria gubernamental inició cuando Pinochet estaba de salida e impresiona por sus coincidencias con el caso chileno. Aunque Fujimori llegó al poder democráticamente, su nombre se ha vuelto sinónimo de autogolpe, como el que dio en 1992 y que disolvió el Congreso peruano para permitir al Presidente gobernar sin restricciones. Ese incidente claramente autoritario por lo generar es omitido o, peor, justificado por los entusiastas del fujimorismo. A ellos tampoco les importan mucho las masacres de Barrios Altos, Santa y La Cantula, perpetradas por paramilitares del Grupo Colina. Nada que decir sobre las violaciones de Derechos Humanos de todo aquel sospechoso de tener vínculos con los guerrilleros comunistas. Sí, había una guerra contra unos insurrectos que estaban cometiendo barbaridades. Pero el Estado, como portador del monopolio sobre la violencia legítima, debe abstenerse de esos excesos. En cambio, fomentarlos es inexcusable… Bueno, excepto para personas que alegan que “todo se vale para acabar con el comunismo”. Que Fujimori haya maniobrado para mantenerse indefinidamente en el poder no los inmuta, ni las corruptelas de sus allegados para sobornar a opositores, ni la tosca censura a los medios de comunicación.
Finalmente, un punto importante para los venezolanos que creen que el talante anticomunista de Fujimori hace de él un modelo para la oposición al chavismo. 1992 no solo fue un año tumultuoso en Perú. En Venezuela también, como todos sabemos. Y aunque el golpe del 27 de noviembre de ese año dejó muchos más muertos, es menos recordado que el del 4 de febrero. Varios de los líderes de la intentona lograron huir de Venezuela. ¿Saben a dónde? ¡A Perú! Ahí les dieron asilo. Fujimori estaba enemistado con Carlos Andrés Pérez porque este había condenado el autogolpe peruano. A veces el desprecio a la democracia hermana a movimientos políticos de signo ideológico opuesto.
Quienes me conocen pueden dar fe de mi rechazo al socialismo revolucionario. Pero ese repudio no me va a convertir en un macartista caribeño empeñado en erradicar a la izquierda. Ojalá esa peligrosa tendencia no se generalice.
@AAAD25