La economía venezolana, una enferma crónica
Ewald Scharfenberg
Ignacio Fariza
El País ES
A principios de julio, el supermercado Mi Negocio, un local de barrio que regentan inmigrantes portugueses y sus descendientes en la Alta Florida —una zona de clase media alta del norte de Caracas— amaneció cerrado. La víspera, un grupo de opositores había acosado a la responsable oficialista del Consejo Nacional Electoral (CNE), Socorro Hernández, mientras compraba en el establecimiento. Como represalia, las autoridades determinaron su cierre.
Al día siguiente, varios miembros de la Guardia Nacional rodeaban la tienda de abarrotes. Parecía otra medida de sanción. Pero no: Tras varias semanas sin aparecer, había llegado un despacho de harina de maíz precocida, necesaria para hacer arepas, el pan criollo de los venezolanos. El tumulto que ya se empezaba a formar requería de la presencia de los agentes del orden, armados con fusiles de asalto Kaláshnikov.
La escena habla por sí sola de la desesperación diaria de los venezolanos por conseguir productos de consumo básico —en especial alimentos y medicinas— en uno de los países más ricos de América Latina en recursos petroleros. La escasez se ha hecho crónica para amplias capas de la población, apenas paliada por la producción intermitente de las pocas industrias locales que quedan y los cargamentos de bienes importados que intermediarios compran en el exterior para entes gubernamentales.
La firme decisión de las grandes potencias latinoamericanas de aislar económicamente al régimen de Nicolás Maduro, tomada el pasado martes en la cumbre de Lima, llega en un momento de grave crisis para la economía nacional. De cumplirse las últimas previsiones del Fondo Monetario Internacional (FMI), el PIB se contraerá un 12% este año tras haberse desplomado un 18% en 2016. Y los nubarrones están lejos de desaparecer del horizonte: en 2018, la economía venezolana seguirá en negativo. “La situación es crítica: 2017 será recordado como uno de los peores años de su historia”, afirma Raúl Gallegos, director asociado de la consultora especializada en riesgo Control Risks y autor de ¿Cuándo se jodió Venezuela?.
En solo cuatro años el PIB venezolano habrá caído más de un 50%, según las cifras del economista Ricardo Hausmann. “Por mal que estuviera el país, esta situación era inimaginable hace solo unos años”, asevera Gallegos. “Estamos entrando en una época en la que se va a ver, aún más, la presencia expropiadora del Gobierno en el ámbito económico, justo en el momento en el que más escasean las divisas para importar materias primas y productos terminados”. Este punto es especialmente importante en el caso de Venezuela, un país que importa el 80% de los productos que consume.
Más allá de la mala administración gubernamental, a la que se achaca el grueso del problema en el que está inmersa la economía venezolana, una parte importante de la crisis reciente tiene que ver con el bajo precio del petróleo en los mercados internacionales: el barril de crudo Brent, el de referencia en Europa, ha pasado de 115 a 50 dólares (de unos 97 a unos 42 euros, al tipo de cambio actual) en solo tres años. Un revés difícilmente asumible para un país en el que, según los datos de Diego Moya-Ocampos, analista senior de la consultora de información IHS, la cuarta parte del PIB, la mitad de los ingresos fiscales y el 97% de las divisas dependen directamente de las exportaciones de petróleo.
Sin embargo, el problema empezó mucho antes del abaratamiento del petróleo. “Con el barril a 100 dólares [hasta el final del verano de 2014] ya había escasez”, matiza Moya-Ocampos. “Por aquel entonces, el modelo venezolano de gasto público ya era insostenible; el desplome del petróleo solo agravó la situación y puso de relieve que el modelo chavista de desarrollo no era sostenible”. De hecho, cuando Hugo Chávez llegó al poder, el barril de Brent estaba en torno a 12 dólares, por lo que se ha más que cuadruplicado durante el chavismo pese a la fuerte caída de los últimos años.
Con la base industrial arrasada por una larga campaña de expropiaciones y controles que empezó en 2003, hoy más que nunca Venezuela depende de las importaciones. Se calcula que ocho de cada diez productos consumidos en el mercado local son importados, lo que la convierte en altamente vulnerable, en especial al tipo de cambio. La semana previa a la instalación de la Asamblea Constituyente, que el régimen de Maduro auspicia y que se espera dé pasos a la instauración de un régimen más autoritario, el bolívar se depreció un 42% en cinco días. Un golpe más para una economía que no levanta cabeza.