Habiéndose instalado en el ambiente político nacional la noción de transición, reforzada por la exposición de ideas hecha por los precandidatos de la MUD; y considerando la difícil situación internacional en la nos encontramos, con relaciones de alto riesgo entrando en una fase de relativo aislamiento; nos parece necesario aportar algunas ideas para el debate nacional acerca de lo que debería ser nuestra política exterior de cara a la década que ya va andando. Comenzamos esta semana con lo que podrían ser líneas generales de política multilateral interamericana.
Sería imposible ser exhaustivos en un espacio tan reducido, es por eso que abordamos nuestra vinculación con los principales organismos multilaterales del hemisferio. Para empezar, un gobierno distinto debe plantearse el rescate y reformulación de dos esquemas de integración que fueron duramente dañados por la política exterior que se ha seguido en la última década, nos referimos a la Comunidad Andina (CAN) y el Grupo de los Tres (G3: México, Colombia y Venezuela). En una era de crecimiento económico sin precedente en la cuenca del Pacífico, Colombia es nuestra puerta de acceso natural. De los Estados de la CAN, sólo Bolivia y Venezuela carecen de acceso al Pacífico, lo que limita una posibilidad de expansión industrial. Junto con Colombia, Venezuela puede retomar el liderazgo andino en un ambiente de mayor dinamismo tecnológico, explotando el sector de los servicios, y aprovechando las ventajas comparativas en materia energética.Pero además, el avanzado marco regulatorio de la CAN sigue siendo un instrumento mucho más sofisticado y útil para la promoción de la prosperidad y la democracia que los acuerdos bilaterales que se han convertido en moneda corriente en los últimos años. En el G3 existe la posibilidad de ampliar esa proyección comercial y política hacia el centro y norte de América, sosteniendo los acuerdos energéticos que brindan influencia regional en la cuenca del Caribe, pero reformulando a ambos esquemas con la creación de foros de seguridad para el tratamiento de amenazas tales como insurgencia, narcotráfico y contrabando, en el entendido de la penetración de los negocios ilícitos en los tres países, y creando la posibilidad de acciones coordinadas e intercambio de experiencias.
Con respecto al MERCOSUR, es un esquema de integración que ofrece poco a Venezuela, y en él nuestras desventajas son evidentes, sobre todo en materia de producción agrícola. No obstante, y luego de los esfuerzos y recursos destinados para nuestro ingreso, bien podríamos condicionar el mismo a la creación de mecanismos de reducción de asimetrías y al mejoramiento institucional con respecto a las exigencias en materia de calidad de la democracia (asumiendo que nuestra experiencia para aquel entonces sería significativa, al menos en términos negativos), dos áreas en las que el proyecto brasileño ha tenido poco reparo, y que por la naturaleza de nuestra real conveniencia podríamos tratar con parsimonia y sin grandes traumas. El tiempo estaría de nuestro lado.
UNASUR es otro enorme esfuerzo que no valdría la pena desperdiciar. Pero así como funcionan las bancadas parlamentarias, el bloque andino de esa CAN deseable, tendría que jugar en equipo para mantener una ventaja al contrabalancear el peso de Brasil y los Estados sureños. En cuanto al manejo de consejos clave en la UNASUR, Venezuela deberá exigir una mayor transparencia en cuanto a las políticas y composición de, por ejemplo, el Consejo de Defensa Suramericano y su Centro de Estudios Estratégicos, en el que los meridionales hemos tenido un rol marginal.
Permítasenos ser algo más contundentes con respecto a la CELAC, a la que en este mismo espacio hemos catalogado de despropósito geopolítico (CELAC: un despropósito geopolítico) por ser un proyecto que, sin brindar las salvaguardas y experiencias de la OEA, pretende duplicar sus funciones; también porque desconoce la realidad geopolítica del hemisferio; y además, porque no está guiada de modo firme por los Estados latinoamericanos más poderosos, lo que anticipa un fracaso que absorberá tiempo y recursos que no nos sobran. Por el contrario, la política venezolana deberá ser la de fortalecer a la OEA y a sus organismos, sobre todo en la reformulación del concepto hemisférico de democracia, orientándolo a la tendencia liberal y de calidad en los procedimientos y desempeño.
Por último, tenemos la idea que puede ser más polémica de las presentadas, y está referida a la Alianza Bolivariana… (ALBA). Contrario a lo que dicta la intuición, consideramos que la ALBA no debe desaparecer, sino que deben ser reformulados sus principios, orientados a la defensa de la democracia liberal, y reconfigurada su jerarquía, tomando Caracas el liderazgo y desplazando a La Habana. Un hecho incontrovertible es que la llamada revolución bolivariana empeñó importantes recursos en la construcción de un espacio influencia en el Suramérica, Centroamérica y el Caribe, lo que nos permitió conocer, por la onerosa vía experimental, los límites de nuestroinflujo. Incluso la Escuela de Defensa y Soberanía de la ALBA, creada en Bolivia por iniciativa cubano-venezolana, es un interesante un puesto de avanzada en el corazón del continente, que podría desarrollarse con cooperación andina, sureña y brasileña, dado que la histórica inestabilidad boliviana es una amenaza regional, sobre todo en un ambiente de seguridad que limite los santuarios para las actividades ilícitas. Una ALBA convertida en un instrumento geoestratégico de promoción de intereses democráticos, podría contar con un mayor atractivo en sectores marginados por los actuales gobiernos dela alianza, abriendo ventanas de oportunidad a otras transiciones, repuntando el liderazgo simbólico de Venezuela.
El próximo viernes expondremos ideas generales sobre las principales relaciones bilaterales en el hemisferio.
Víctor M. Mijares
@vmijares